Una gota de tinta pervierte el agua de cualquier vaso. Cae, porque eso es lo que hace, caer, para luego esparcirse y contaminar como humo en el agua. Pasará el tiempo, dejará usted de ver la gota, pero ese vaso siempre será agua con tinta. Eso es el “efecto corruptor”. Eso que por más pura y sana que sea la materia prima, terminará corrompiéndola por completo. El efecto corruptor es esa avasalladora idea que el ministro Arturo Zaldívar trajo a la argumentación judicial, pero que hoy termina por hacer que el martillo de juez no pegue en la mesa sino en su propia mano.
Sí, usted sabe lo que es el efecto corruptor, lo recuerda bien. Se trata del concepto novedoso y absoluto que usó el ministro Zaldívar en 2010 para el proyecto de sentencia de Florence Cassez, gracias al cual la francesa salió libre. El montaje para televisión que se hizo de su detención no correspondía al día ni al lugar de los hechos. La captura había sido el día anterior y no se había llamado a su consulado para que la asesorara como indica la ley. El montaje, diseñado para presumir una captura, pervirtió el asunto. Ese es el efecto corruptor, el que mancha todo el proceso, el que lo corrompe o, como la metáfora de algunos abogados sugieren, aquel que arroja una bomba atómica en medio del caso y lo destruye.
Ese Zaldívar, el que defendía la ley por encima de todo, renunció la semana pasada. La noticia capturó toda la atención. Justo un año antes de terminar su periodo como ministro de la Corte que consta de 15 años, redactó una escueta carta en donde se lee: “…mi ciclo en la Suprema Corte ha terminado… las aportaciones que puedo realizar desde esta posición en la consolidación de un mejor país se han vuelto marginales… Estimo que es de la mayor importancia sumarme a la consolidación de la transformación de México”.
Un escándalo. La Constitución establece que al puesto de ministro solo puede acceder un mexicano con “buena reputación” y la renuncia al cargo “solo procederá por causas graves”.
¿Cuál es la causa grave por la que renuncia?, se cuestionaron muchos. La pregunta resultaba absurda. El hecho de que dijera que no podía aportar nada más, negaba la esencia de su puesto: administrar justicia. ¿Marginal? ¿Al margen de qué? Y aún más grave: asumir la necesidad urgente de sumarse a la 4T, acompañándola con una foto en compañía de Claudia Sheinbaum en donde confirma su simpatía por el movimiento y su próximo empleo.
¿No es eso gravísimo? No le pidan más causas graves al ex ministro. Sobran.
Es cierto que las ministras Loretta Ortiz y Yasmín Esquivel también votan mostrando su sometimiento a la 4T; sin embargo, hay una enorme diferencia: no lo han confesado. Zaldívar sí.
Y aún por encima de lo grave, hay algo peor. En sus primeros años como ministro, Zaldívar se enfrentó a los otros poderes de forma valiente, inspirada y decidida. Fue a partir de la llegada de la 4T que todo empezó a cambiar. Sus argumentos, sus votos y ante todo sus silencios hacían desconocerlo. Hoy lo sabemos. Lo ha confesado. Traicionó la imparcialidad a la que juró. Ese es el efecto corruptor. Irónico que aquel concepto legal que le dio tanta visibilidad hoy corrompa su historia como ministro. Una gota de tinta le cayó al honor.