Si no me morí de amor menos me va a matar una bacteria, ¿sí o no? Todos se ríen. Son varios jóvenes en un patio trasero que parece servir de taller mecánico y de gimnasio al mismo tiempo. ¿Tú has visto a algún enfermo de esa madre? ¿Y tú, güey? Nel, —dice alargando la e. No se ponen condón, pero sí el ese pinche tapaboca —dice burlándose de sus compañeros. Qué van a pensar los extraterrestres, ¡no mamen! Mientras tanto, en un pasillo de la Central de Abastos atiborrado de gente, se escucha la voz de otro hombre que también reta: Eso es para que se queden en su casa los más güevones. Que no los engañen mi gente, el coronavirus no existe. Es un show que montó el gobierno con otros países para que compremos cosas innecesarias; para que gastemos lo que no tenemos. Un video tras otro la idea queda clara ¡Chorovirus, güey!
No hay duda, este es el reto más difícil que el mundo y cada uno de los seres humanos que lo habitamos hemos atravesado en nuestras vidas. Y, adicional al desafío como especie, cada uno de nosotros carga su propio coronavirus como piedra de Sísifo por la montaña —esa que tiene la misma pendiente que la curva del contagio—: los que tenemos padres mayores, los que tienen hijos pequeños, los que son médicos enfermeras, patrones, empleados o comunicadores. Estos últimos, asumiendo la responsabilidad de explicarle a los otros lo que estamos viviendo. Convencer a la gente de lo crucial del momento: informar, persuadir.
Hoy hay al aire decenas de campañas de comunicación, millones de posteos en redes. Cientos de esfuerzos individuales a los que cada día se le suman nuevos. Sin embargo, para finales de la semana pasada los reportes de movilidad reflejaban aún entre 40 y 50 por ciento de movimiento, lo que significa uno de los peores desempeños de la región, en lo que a contención se refiere, y que conste que el dato compara con países cuyas poblaciones también necesitan salir de casa para hacer el día. El dato es vital y brutal si consideramos que, como dijo el subsecretario de Salud, esta es “la última oportunidad” que tenemos para frenar el contagio.
Los que nos dedicamos a conectar con personas lo sabemos, si con este volumen de comunicación no hemos logrado nuestro objetivo, algo en la estrategia está equivocado. Pueden ser dos cosas: o el mensaje es incorrecto o no le estamos hablando a las personas correctas. Parecen ser ambas.
El problema está en que la inmensa mayoría de los mensajes que vemos cada día le están hablando a las mismas personas: los convencidos. Es decir, el tsunami de mensajes está llegando a la gente que ya está en su casa, por lo que el “quédate en casa” se convierte en un eco que rebota contra las paredes de la recámara, la sala o el comedor. Quédate en casa… quédate en casa. Mientras tanto, el volumen ha logrado que 40 por ciento de la población sea inmune: lo asumen como parte del paisaje.
Urge reforzar la estrategia: centrarnos en el grupo de la población a la que no hemos convencido. Frente al hecho de que muchos tienen que salir porque “viven al día”, diseñar acciones específicas, focalizadas. Sí hay forma. El mensaje se debe modificar, endurecer y ganar contundencia. Dejar de hablarle a los convencidos y convencer a los vulnerables. Actuar ya.
Nos quedan 24 días.
@olabuenaga