Estamos de acuerdo: el primer debate entre candidatos a la presidencia de la república fue una porquería.
¿Por qué? Por culpa del INE. Para que luego vengan y me digan que son los garantes de la democracia mexicana. Para que luego vengan y me digan que no hay que criticarlos.
¿Qué fue lo que sucedió? Que a pesar de las décadas de experiencia acumulada organizando este tipo de eventos, como que alguien se quiso sentir superior, creativo, y no sólo decidió cambiar el formato, desgració aquello en términos de producción.
¿Por qué es importante hablar de esto? Por mil y un razones pero hoy sólo me voy a detener en una:
Porque gracias a esta catástrofe, no se cumplió con el objetivo fundamental de este evento que era y es proporcionarle herramientas al electorado para reflexionar su voto en las próximas elecciones.
Dicho en otras palabras: nomás perdimos el tiempo. ¿O qué, acaso usted se enteró de algo que le va a servir para votar mejor? ¿Usted cambió su intención de voto?
Hablemos del cambio de formato. ¿A quién se le ocurrió modificar esto? ¿Por qué? ¿Para qué?
Los mensajes son: nos sentimos inseguros, sabemos que lo que hicimos antes estaba mal, tenemos cola que nos pisen. ¡Mal! ¡Mal! ¡Todo mal!
Aquello era tan pretencioso, tan complicado y tan absurdo que ni los candidatos entendían cuándo saludar, cuándo hablar de qué cosas, cuándo confrontar, cuándo concluir. ¡Nada!
Por tanto, los tres quedaron como los peores incompetentes del mundo entero. ¿De eso se trataba? ¿De mandarle un mensaje de desesperanza al electorado?
Y si ellos no entendían lo que tenían que decir, nosotros, de este lado de las pantallas, menos.
Resultado: el debate degeneró hasta convertirse en un “talk show” de mala muerte imposible de seguir, de moderar ni de nada.
Por tanto, los tres candidatos se vieron obligados a insultarse, a desprestigiarse. ¡A sacar lo peor de ellos mismos!
Bueno, ya, el colmo, les preguntaban una cosa, respondían otra y nadie decía nada. ¡Ni siquiera había manera de hacerlo!
Y luego lo de la “bolsa de tiempo”. ¡Perdón! ¡No es un juego! Tantita seriedad. ¡No se vale!
En términos editoriales aquello fue penosísimo y dudo que las multitudes este país misteriosamente dividido en norte, centro y sur, se sientan medianamente complacidas.
Pasemos ahora a lo que jamás deberíamos poner sobre la mesa en un debate de este tamaño: la producción.
¿Qué fue lo que sucedió ahí? ¿De quién fue la culpa? ¿Del productor? ¿Del equipo de producción? ¿De los que estuvieron arriba de ellos?
Así como el INE es muy bueno para acusar, juzgar y castigar, alguien tiene que asumir la responsabilidad de esta mugre y pagar las consecuencias porque, de lo contrario, el mensaje de impunidad sería imperdonable y podría permear a otras instancias democráticas.
Un debate presidencial no es un capricho, una ocurrencia, un taller para principiantes ni la gala de un “reality show”. Es un evento que se debe hacer con el mayor de los rigores y con la mejor gente de México.
Ni el peor de los canales de este país, público o privado, permitiría algo como lo que vimos el 7 de abril. El INE lo permitió.
¿Cómo es posible que el gran eje de esta clase de contenidos, que es el cronómetro, no haya funcionado? ¿A quién se le ocurrió poner detrás de los candidatos esos elementos de colores en movimiento?
¿Por qué iluminaron así? ¿Qué onda con esas tomas rarísimas de los candidatos hablándole a una cámara mientras los veíamos desde otra?
¿Quién tomó la decisión de manejar el audio de una manera tan mediocre que todo el tiempo estuvimos oyendo un ruido molestísimo de fondo?
¿Qué clase de atención se le dio a los candidatos? ¿Por qué no les pusieron monitores para que se estuvieran viendo y evitaran hacer el ridículo mostrando cosas de cabeza?
¿Por qué permitieron que cada quien llevara el termo que quisiera? ¿Por qué no les pusieron el mismo vaso, la misma taza? ¿Por qué no los cuidaron?
Para que entienda, hubo participantes que tenían la cara de un color y las manos de otro por la ausencia de un control de calidad hasta en la parte del maquillaje.
Y no, nada de esto es una frivolidad. Por favor no se confunda. Es importante porque todos los candidatos de todos los partidos merecen respeto, porque esto distrae, cuesta y hasta se presta para malas interpretaciones.
¿Cuál es la nota? La decepción. Como ninguno de los candidatos pudo exponer bien, como ninguno pudo debatir de verdad y como los encargados de vigilar nuestra democracia no supieron manejar esto, a cualquiera se le quitan las ganas de votar.
Votemos por quien votemos, ningún candidato es bueno. Votemos por quien votemos, quién sabe si el proceso vaya a estar bien. ¿Ahora entiende la gravedad de esto?
¿Qué propongo? Además de un castigo ejemplar para la o el responsable de esto, que así como el INE se esmera en elegir a los conductores de cada debate, que haga exactamente lo mismo con los productores.
Queremos saber con tiempo quiénes van a ser, cuáles son sus antecedentes, cuánto van a cobrar y por qué los eligieron a ellos y no a otros.
Ya lo vimos, tan delicada la conducción como la producción. Esto no se puede repetir. ¿O usted qué opina?