La camarilla reunida el jueves en el Senado bajo los logos de PAN y Vox alegó como punto central de su panfleto la necesidad de “detener el avance del comunismo”, punto que nos lleva a aquellas jornadas en las que Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II urdían estrategias para boicotear la influencia soviética en países como Polonia.
Como en aquel célebre pasaje de Nietzsche, en el que un hombre aislado habla de divinidades y Zaratustra razona que, pobre, “allá metido no ha oído que Dios ha muerto”, ahora un dirigente franquista viene a México, excita a un puñado de panistas y neopanistas de la más rancia cepa, se mete a una institución del Poder Legislativo y los pastorea para que peleen contra molinos de viento.
Pueden ser racistas, fascistoides y nostálgicos de la dictadura, pero no son tontos. No ignoran que la influencia de Cuba y Venezuela, no se diga Bolivia, está más que limitada en el subcontinente. Saben que China es una potencia en crecimiento a partir de su modelo mixto de perestroika sí, glásnot no, afinado a lo largo de 30 años y hoy coronado con un capitalismo salvaje-salvaje que contrasta, sin duda, con su gobierno vertical. Qué decir de Rusia.
¿A qué “comunismo” se refieren estos impresentables enemigos de la decisión femenina sobre su cuerpo, de la preferencia sexual ajena al modelo cristiano, de los migrantes, de la lucha contra el calentamiento global? Son los pro hombres del creacionismo que se horrorizan ante el concepto “carbono 14” o ante las vacunas. Son los adoradores de líderes como Donald Trump en Estados Unidos y Marie Le Pen en Francia. Son los nostálgicos de Pinochet y Videla.
Cada quien puede pertenecer al club que se le dé la gana, faltaba más. Hoy existen pro nazis en Alemania y supremacistas en Gran Bretaña. Pero el desprestigio es tal, que ayer mismo la dirigencia panista, acaso a regañadientes, se deslindó del acuerdo y hasta gente tan a la derecha como Felipe Calderón marcó su raya del “supremacistas, uníos”.
Alfredo Campos Villeda
@acvilleda
