Todavía no son candidatos ni Andrés Manuel López Obrador, ni José Antonio Meade, y ya podemos ver que uno de sus principales ejes de discurso es la corrupción.
Claro está, amigo lector, se refieren al combate o repudio de la corrupción, y aunque no han explicado cómo harán para que México sea menos corrupto, o cuando menos no han dicho algo que se puede creer, siempre está presente el tema en sus discursos. Y no es para menos.
Dice la Secretaría Ejecutiva del Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) que a México la corrupción le cuesta al año unos 347 mil millones de pesos, lo que equivale al 10 por ciento de crecimiento económico. México ocupa el lugar 123 de 176 países en percepción de corrupción; y ocupa el último lugar de las naciones que conforman la OCDE. Así de corrupto es México.
El año pasado, el Inegi aplicó por primera vez la Encuesta Nacional de Calidad Regulatoria e Impacto Gubernamental en Empresas (Encrige) 2016, para obtener información sobre las experiencias de las empresas privadas al realizar trámites y solicitar servicios públicos.
Así sabemos, estimado lector, que en 2016 casi 9 de cada 10 empresas (86.7 por ciento) en Nuevo León, manifestaron que los actos de corrupción por parte de servidores públicos fueron “frecuentes” o “muy frecuentes.
También resultó que el 57.9 por ciento de las empresas manifestaron que los actos de corrupción son motivados para agilizar trámites, el 46.1 por ciento para evitar multas o sanciones. Así de corrupto es Nuevo León.
Está muy claro que el problema no es nada más de la autoridad, para que exista corrupción se ocupan dos, los empresarios tienen también su responsabilidad en estos resultados.
¿Cómo van a terminar con la corrupción los dos hombres más perfilados para ser candidatos y pelear la Presidencia? No sabemos aún, pero ambos insisten en que son personas honestas y que con ello algo bueno vendrá. Es decir, con su ejemplo piensan influir en todos.
Recientemente José Woldenberg presentó su libro titulado Cartas a una joven desencantada con la democracia, donde le escribe a una joven, que es todos los jóvenes de México, para explicar los problemas que tiene nuestra democracia. La idea, dice el autor, es tratar de incentivar, educar y mejorar la participación de los jóvenes en la democracia. Enfocarse en los jóvenes no es mala idea.
Pensando en el recurso que utiliza Woldenberg, ¿qué les podríamos decir a los jóvenes para que México o Nuevo León no fuera tan corrupto?
Por desgracia, amigo lector, y para nuestro penar, en el corto plazo no hay mucho que podamos hacer. Me explico.
El mes pasado, la Universidad de Monterrey (UDEM) realizó un ejercicio especial, elaboró una encuesta interna sobre corrupción y tuvo el valor y la honestidad de difundirla.
El trabajo lo realizó la dirección de Efectividad Académica (DEAC) y se aplicó a los estudiantes de la UDEM, donde resultó que el 82 por ciento de los jóvenes afirman conocer casos donde se ha recurrido a pagos para la realización de tareas escolares.
El 96 por ciento de los estudiantes nunca ha hecho una denuncia cuando han sido testigos o partícipes de un acto de deshonestidad académica, a pesar que el 93.1 por ciento conoce el reglamento.
Este resultado es una muestra de cómo están aprendiendo los jóvenes a resolver sus problemas. Muy seguramente todas las universidades, lo difundan o no, deben tener porcentajes similares de corrupción. Estamos para llorar.
Así las cosas, el futuro a corto plazo no parece ser diferente. Será mejor pensar en influir en los más pequeños, en las prepas, secundarias y primarias, buscar que esas generaciones sean diferentes, que crezcan con valores más firmes para tener un futuro mejor, sí.
Y aunque parece mínima y casi ridícula la propuesta de los precandidatos, sí es real que necesitamos poner el ejemplo de honestidad en la oficina, en la casa, la escuela y, por supuesto, en el Gobierno, no hay de otra… o usted, ¿qué opina?
alejandro.gonzalez@milenio.com