Cultura

Preservar la especie (LIX)

  • Pa'no molestar
  • Preservar la especie (LIX)
  • Alejandro Evaristo

Perros y gatos nocturnos, sin hogar y hambrientos, le dieron vida; la primera vez fue un hermoso felino blanco de ojos azules atrapado en un árbol

Todas las horas de todos los días han sido diferentes desde entonces porque no ha podido “asegurar” la supervivencia de las víctimas.

Desde sus habitáculos en lo alto observa el lento recorrido de un líquido surgiendo de cada capullo que desaparece en pocas horas sin dejar rastro, en el mejor de los casos. Otros cuerpos parecen consumirse desde el interior y “se secan” despidiendo un brillo rojizo y una especie de polvo de la misma tonalidad, perceptibles apenas unos momentos y luego nada. Desaparecen los movimientos en la zona pectoral y la actividad del cerebro o algún otro órgano.

Desea mantenerse, dejar de ser el único ejemplar de una nueva especie imposible de imaginar en un mundo en el que las sorpresas son cosa del pasado y los nuevos descubrimientos vienen acompañados de un enorme afán de riqueza, reconocimiento y fama usando eso que llaman redes sociales. No sabe cómo hacerlo.

Le ha resultado clara la falta de capacidad para reproducirse a través de los métodos convencionales porque sus órganos humanos no funcionan ya con tal fin y ahora solo podría fecundar huevos. Ignora cómo, pero el instinto le hace saber que ese será el único medio en que podrá reproducirse.

En su estado actual no siente, no hay felicidad, tristeza, alegría, desilusión o ira, solo un natural “deseo” por preservar lo que es y a sí mismo. El problema es que no hay una hembra capaz de soportar el proceso porque la condición humana no es ni fuerte, ni suficiente. ¿Qué hacer? su humanidad no tiene la menor idea. Recuerda a la perfección el manejo de una cámara de televisión, el aprendizaje en torno a la mejor toma, la cantidad de luz, la perversión de las sombras cuando estas aparecen y juegan a cuadro con la idea visual de esta realidad tan nuestra.

Sus “otras” extremidades le mantienen firmemente asegurado al techo de aquel cuartucho mientras olisquea, toca y juega con los restos de un capullo seco, el último, porque los otros dos no tuvieron el mismo fin. La cantidad de líquido terminó por reblandecer las fibras provocando que cayeran al piso y, con el resto de su contenido, se dispersaran para luego desaparecer.

Allá afuera el sol continúa con su lento recorrido hacia el poniente después de haber dado todo desde lo alto. Ahí, en el oculto de su estancia y protegido por las sombras, puede ver a través de la ventana hacia la calle. Son seis pisos, quizá siete, pero la distancia no le impide observar los rostros, incluso percibir los olores y las vibraciones de todas las cosas y seres vivos allá abajo.

Reconoce un rostro entre tres personas que avanzan con rapidez por la acera. Le resulta familiar, sin duda. Cree haberla visto alguna vez en el parque, saludarla, incluso haber intercambiado algunas palabras. Eso fue en su otra etapa, cuando era diferente y caminaba como ellos y comía como ellos y se comportaba como ellos, ahora no, aunque había algo en esa mujer.

Diana, se escuchó decir mientras les seguía en su nueva normalidad reptando paredes y evadiendo a brincos espacios vacíos ocupados solo al fondo por calles, callejones y patios. ¿Valdría la pena intentar hacer de ella la productora de la progenie deseada? Quizá. ¿Se atrevería? No lo sabe aún.

Detuvo el seguimiento porque avanzaban hacia el lugar donde antes habían tenido los cuerpos de los primeros que cazó, aunque en ese momento no sabía por o para qué: no quería alimento y esta poderosa necesidad de reproducirse no existía. Apenas descubría su vida y todas las cosas por hacer con esta nueva oportunidad. Eso sí, la sed era indescriptible.

Esperó durante un rato que abandonaran las instalaciones y volvió a repetir el actuar incluso cuando detuvieron un taxi para regresar al centro de la ciudad, muy cerca del lugar en el que por primera vez comió algo en esta nueva versión de sí mismo.

Perros y gatos nocturnos, sin hogar y hambrientos, le dieron vida entonces. La primera vez fue un hermoso felino blanco de ojos azules atrapado en uno de los árboles; le miró con algo de extrañeza cuando se acercó.

El primer impulso fue acariciarle y el animal se dejó hacer, luego lo sostuvo entre sus manos mientras las otras le abrazaban y empezaban a definir sabor, olor y textura. Cuando terminó, solo un montón de restos quedaban envueltos en su propia saliva, los metió dentro del hueco en el árbol. Colocó el collar del animal alrededor de una de las ramas y se fue a buscar más, tenía hambre…

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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