Hace 215 años, el cura Miguel Hidalgo llamó a levantarse en armas. No era solo un grito contra España, sino que era contra un sistema podrido donde imperaba la desigualdad, las castas, los ricos cada vez más ricos, el nepotismo donde solo las familias y amigos eran los beneficiados, mientras las mayorías eran condenadas a vivir en la miseria.
El trasfondo era simple pues el diagnóstico mostraba un pueblo harto que pedía justicia, pan y dignidad. Querían romper con los monopolios, con los tributos abusivos y con el poder reservado a unos cuantos.
¿Y qué cree? Pues que dos siglos después seguimos igual. O peor, porque ahora lo maquillamos con discursos y programas sociales que no resuelven nada.
Antes eran castas; hoy son brechas económicas que nos colocan entre los países más desiguales de la OCDE. Antes se prohibía a los criollos acceder al poder; hoy se vota, sí, pero millones sienten que su voz no vale o quedan fuera de la posibilidad de ser votados. Antes el monopolio era de la Corona; hoy son los corporativos, los sindicatos y los poderes fácticos que acaparan todo. Antes nos quejábamos de España; hoy al enemigo lo tenemos en casa y quizá (pero quién sabe) al norte, en el patio de arriba.
Y la corrupción… esa ni se diga. Cambiaron las siglas, pero los abusos siguen: funcionarios que se enriquecen, impunidad que se normaliza, justicia que llega tarde o de plano nunca.
El problema es de fondo. Nos vendemos como país libre y soberano, pero en realidad apenas nos sacudimos el yugo colonial para meternos en otros. A veces con otros nombres, otras veces con nuevos discursos, pero el patrón es el mismo, donde el poderoso manda mientras el pueblo aguanta.
La batalla ya no es con fusiles. Es con urnas, reformas, periodismo y redes sociales. Pero seguimos peleando por lo mismo, es decir, por igualdad, soberanía y justicia.
México logró la independencia política en el siglo XIX. La social y económica, esa sigue pendiente. La pregunta es si algún día nos vamos a atrever a dar ese grito.
+++
Entre Alejandro Armenta y José Chedraui hubo cortesía durante su primer grito de Independencia.
Seguro que tienen sus diferencias, pero entienden que lo que más conviene es la tolerancia. Para desfiguros ya tuvimos a Rafael Moreno Valle contra Eduardo Rivera y Miguel Barbosa contra Claudia Rivera.
La clase política en Puebla es distinta. Tiene nivel.