Hay de locos, a locos. Y la locura quijotesca de Arturo Morell, largo y espigado como el Hombre la Mancha, me guía por los laberintos del Reclusorio Oriente hasta un auditorio donde 270 seres humanos están por escaparse hasta Sevilla, gracias al poder del teatro.
Desde Santa Martha Acatitla llegan 25 mujeres, Aldonzas, Dulcineas, Antonias... que se unen en el escenario a los hombres convertidos en Quijote, Sancho Panza, el Ventero... Son las 11 de la mañana. La orquesta se prepara. Clarinetes, trompetas, teclados, guitarras, percusiones y un director, todos internos, entonan. Calientan las alas. En el proscenio, ejercicios de relajación, voz, concentración... y en una hora ya estamos en el Siglo de Oro español conducidos por Morell, un director convencido de que el teatro puede sembrarle flores a las piedras. Comienza el ensayo de El hombre de la Mancha, que culminará hasta las 9 de la noche.
"¡Dulcinea, lo tienes, sácalo por favor!, hay que cavar cimientos más profundos". Salta de su butaca Morell, una y cien veces a dar indicaciones para encender la pasión. Se dirige al lecho de muerte de Alonso Quijano y hace el papel femenino. Acto seguido, Marlene se desagarra en el escenario... Y ya nada los detiene. El Quijote —que canta como ángel— confunde los molinos de viento con gigantes y, junto con él, los internos ya están en otro lado, muy lejos y dentro de su personaje luego de 26 lunes consecutivos de ensayos. Al final, cuando todos cantan de la mano "El sueño imposible" descubro que Luis Cardoso (violinista) que también va de invitado, llora como yo. Igual que Bernardo Vega, el coreógrafo y José Luis Neri, maestro de danza aérea —colaboradores voluntarios— y que Sandra E. Martínez, ex interna de Santa Martha que luego de "seis años, ocho meses y 28 días" salió libre y decidió integrarse a la fundación "Voz de Libertad", que preside Arturo Morell desde hace ocho años.
"Leo a Dante. Hay que pasar por el infierno para ver la luz", me dice un Quijote. "No somos malos, tomamos decisiones equivocadas", me advierte otro. "El teatro me devolvió el sueño", agrega una Dulcinea. Y Raúl Flores me regala su cuaderno de poemas. En uno escribe: Quizá el cuerpo no pueda/ los barrotes atravesar/ pero la mente si puede/ salir y regresar.
Pienso en la locura de recibir el mejor regalo de Navidad posible, la esperanza, dentro de un reclusorio. Ahí donde escuché a un Quijote: La mayor locura es ver la vida tal cual es y no tal cual debería de ser (...) La cordura es encontrar tesoros en donde los demás dicen que hay pura basura...
adriana.neneka@gmail.com