Por supuesto el restaurante no tiene mi reservación, pero la mesa se encuentra en el balcón cerrado. Unos cuantos minutos después de la hora acordada, Leïla Slimani entra al restaurante Marco Polo.
La primera novela de Slimani, de 36 años, que hablaba sobre una ninfómana, tuvo un éxito relativo. Su segunda novela, Chanson douce (Canción dulce) sobre una niñera asesina, ganó el Goncourt Prix en 2016, y hasta hoy ya vendió más de 600,000 ejemplares en Francia y se tradujo a 40 idiomas.
Su frase inicial, “El bebé está muerto”, ya es famosa en casi todo el mundo.
El año pasado, Slimani publicó un libro sobre la represión sexual en su natal Marruecos.
Al mismo tiempo que el presidente Emmanuel Macron la nombró su representante personal para promover el idioma francés, Slimani se convirtió en una voz feminista.
Slimani le da una rápida mirada al menú del día, y comenta: “Et voilà, ya me decidí, ensalada de tomate y mozzarella, y después spaghetti vongole”. Copio lo que pidió Leïla.
Creció en la zona rural marroquí, su madre fue una de las primeras médicas de Marruecos y su padre, un banquero que trabajó dos años como ministro de Economía. Slimani también tenía una niñera analfabeta, quien (junto con la niñera británica Louise Woodward y la niñera de Nueva York, Yoselyn Ortega que mató a dos niños a su cuidado) inspiró su libro Chanson douce.
El hogar era, en su mayoría, francófono. Siento que pertenezco a muchas culturas”, dice Slimani. “Mi abuela hablaba alemán, mis padres hablaban árabe y francés, también escuché mucho español. No siento que me crié en la cultura francesa. Siento que pertenezco a muchas”.
Ahora que representa a la francofonía, prácticamente está obligada a hablar francés mientras almorzamos; sin embargo, su inglés es casi perfecto. “La francofonía no debería colocarse en una posición de guerra con el inglés. Me parece ridículo, vulgar. El inglés es necesario. Es un lenguaje hermoso que nos abre a una literatura y cultura maravillosa”.
El mesero trae el tomate mozza. Llegó a París después de la preparatoria sin conocer a nadie, para asistir a un classe préparatoire, un esquema de estudio para las grandes écoles de Francia.
Un día vio una fotografía de la bella Simone de Beauvoir en Café de Flore, un acto impensable para una mujer en Marruecos. Slimani fue a una biblioteca y con mucha vergüenza pidió El Segundo sexo de Beauvoir, pensando que era un texto erótico. Cuando descubrió que era feminista, al principio se sintió decepcionada y luego cautivada.
¿Los parisinos trataron a Slimani como una inmigrante del norte de África? “No, porque hice mi prépa allí (señala a la derecha), luego estudiéen Sciences Po —ciencias políticas— (señala a la izquierda), luego trabajé en el centro de París”. Slimani habla mientras escribe, con una precisión muy francesa, sobre las emociones.
Cuando digo que exuda certeza, asiente: “Yo era así incluso cuando era pequeña. Nunca fui tímida. Siempre supe cómo hablar. Saber cómo hablar es un gran poder”.
En 2008 comenzó a cubrir Marruecos y Túnez para la revista de noticias Jeune Afrique. Dejó el periodismo para escribir novelas. Su primer intento fue horrible y no lo publicaron.
En 2013, su madre y su esposo le obsequiaron un lugar en un taller de escritura para aficionados en la editorial Gallimard. Su profesor, el editor y novelista Jean-Marie Laclavetine, le brindó una visión deslumbrante: “Dijo que el problema era que hacía muchas preguntas sobre la psicología de los personajes, pero una novela está por encima de todas las acciones. Nunca me ha interesado quién soy. La identidad, por ejemplo, no me interesa”.
¿Anticipó el éxito de Chanson Douce? “Para nada. Pensé que era un libro que pasaría bastante desapercibido… pensé que era un punto de escala para mi próximo libro”. Pero es una novela muy segura, con cada frase parece saber hacia dónde se dirige. “Cuando estaba escribiendo sabía el comienzo y el final. Tenía que haber un asesinato. Quería mezclar el thriller, la tragedia, el cuento de hadas, la novela contemporánea”.
Nuestros espaguetis están perfectos, pero Slimani deja la mitad de los suyos sin comer. Se adelanta a las sugerencias de postre del mesero y pasa directamente al café.
Le pregunto acerca de la versión francesa de MeToo: Balance ton porc, una campaña de redes sociales en la que las mujeres dan el nombre de sus acosadores sexuales. “Lo experimenté como algo muy bueno. Balance ton porc no es una fórmula muy elegante, pero el acoso sexual tampoco lo es. Creo que las mujeres viven un momento extraordinario de liberación del discurso”-
El mesero nos trae galletas y chocolates de cortesía. Ahora son casi las 3 de la tarde. Marco Polo todavía está lleno de editores en su comida, pero Slimani tiene que irse.
