En abril de este año, el FT publicó una columna mía sobre un “deepfake” en Instagram, una de las plataformas de Meta. Un antiguo colega me informó de eso en marzo, ya que el falso perfil se hacía pasar por mí. Pero este Martin Wolf daba consejos de inversión, algo que yo jamás haría. El Financial Times convenció a Meta para que lo retirara. Pero pronto reapareció. Estábamos jugando al juego del nunca acabar con los estafadores.
Finalmente, me inscribí en un nuevo sistema de Meta que utiliza tecnología de reconocimiento facial para combatir este tipo de estafas. Funcionó: los deepfakes desaparecieron. Mi conclusión es que Meta puede detenerlos si se lo propone.
Desafortunadamente, esto ocurrió después de que los videos se difundieron ampliamente. Un colega me comentó que había al menos tres vídeos deepfake distintos y varias imágenes retocadas con Photoshop que se publicaban en más de 1,700 anuncios con ligeras variaciones en Facebook e Instagram. Los datos de la Ad Library (biblioteca de anuncios) de Meta mostraron que estos anuncios alcanzaron a más de 970 mil usuarios tan solo en la Unión Europea, donde las regulaciones obligan a las plataformas a informar de estas cifras. A nivel mundial, el número de personas expuestas a los anuncios debió ser mucho mayor.
Muchas personas que conozco han tenido la misma experiencia. A principios de este mes, en un comunicado de Berkshire Hathaway se advertía a la gente que no se dejara engañar por vídeos que suplantaban la identidad del propio Warren Buffett y que habían aparecido en YouTube. Añadía que “al señor Buffett le preocupa que este tipo de vídeos fraudulentos se estén convirtiendo en un virus que se propaga rápidamente”.
Dos reportajes recientes revelan la magnitud del problema. Uno de ellos, de Jeff Horwitz de Reuters, se publicó con el encabezado “Meta está amasando una fortuna con una avalancha de anuncios fraudulentos, según muestran los documentos”. En el reportaje se afirma que “Meta proyectó internamente a finales del año pasado que obtendría cerca del 10 por ciento de sus ingresos anuales totales -o 16 mil millones de dólares- de la publicidad de estafas y productos prohibidos, según muestran documentos internos de la compañía”.
“En un conjunto de documentos inéditos, que revisó Reuters”, continuaba el informe, “también demuestra que el gigante de las redes sociales, durante al menos tres años, no logró identificar ni detener una avalancha de anuncios que expusieron a los miles de millones de usuarios de Facebook, Instagram y WhatsApp a esquemas fraudulentos de comercio electrónico e inversión”.
El artículo señala que “gran parte del fraude provino de anunciantes que actuaron de forma lo suficientemente sospechosa como para ser detectados por los sistemas de alerta internos de Meta”. Sin embargo, la evidencia muestra que la compañía solo veta a los anunciantes si sus sistemas predicen que existe al menos un 95 por ciento de probabilidad de que estén cometiendo fraude. Entonces, ¿qué sucede si la probabilidad es menor? Según Reuters, “Meta cobra tarifas publicitarias más altas”.
Este es un sistema diseñado para aumentar la rentabilidad de la publicación de anuncios considerados con una alta probabilidad de ser fraudulentos. Lo peor de todo es que los algoritmos de Meta garantizan que los que hacen clic en estafas tengan más probabilidades de ver más de eso.
El reportaje de Reuters se basa en documentos creados internamente en Meta entre 2021 y 2025. Según Reuters, el portavoz de Meta, Andy Stone, dijo que los documentos “presentan una visión selectiva que distorsiona el enfoque de Meta frente al fraude y las estafas”, y añadió que “combatimos enérgicamente el fraude y las estafas”. Tal vez sea cierto. Pero, según nuestra experiencia, Meta solo actuó con eficacia después de numerosas quejas del FT. Esto respalda la hipótesis de que tiene capacidad para actuar, pero no tiene prisa por hacerlo. Como también señala Reuters: “Una presentación realizada en mayo de 2025 por el personal de seguridad de Meta estimó que las plataformas de la empresa estuvieron implicadas en un tercio de todas las estafas exitosas en EU”.
Este “virus”, como bien lo llama Buffett, no solo perjudica a los que confían en anuncios fraudulentos. También afecta a la oferta. En octubre, el gobierno británico publicó un documento en el que se afirma que “en todo el sudeste asiático, los centros de estafas utilizan sofisticados esquemas, incluyendo estafas en las que se atrae a las personas a relaciones románticas falsas, para defraudar a las víctimas a una escala industrial, incluso en el Reino Unido. Los que llevan a cabo las estafas suelen ser extranjeros víctimas de trata, atrapados y obligados a cometer fraude en línea bajo amenaza de tortura”.
En un artículo de Srinivasan Ramani, publicado en The Hindu a principios de noviembre, con el encabezado de “¿Cómo operan los centros de estafas en el sudeste asiático?”, se relata el escape de alrededor de 500 ciudadanos indios del centro de ciberdelincuencia KK Park en el municipio de Myawaddy, cerca de la frontera con Tailandia, en el sureste de Myanmar. Este centro fue tomado recientemente por la junta militar de Myanmar.
En el artículo se explica que la Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Transnacional (GI-TOC) denomina a estas instalaciones de “delincuencia organizada” complejos industriales, similares a cárceles, donde miles de personas son víctimas de trata y obligadas a cometer delitos cibernéticos. Los traficantes publican anuncios de empleo falsos para puestos bien remunerados en informática y mercadotecnia. Las víctimas, procedentes de India, China, Vietnam, Filipinas, África y Latinoamérica, son trasladadas en avión a centros regionales como Bangkok, desde donde son traficadas por tierra y obligadas a cruzar las fronteras hacia Myanmar o Camboya. Una vez dentro de los complejos, protegidos por altos muros y guardias armados, se les confiscan los pasaportes. Se les dice que fueron “vendidas” y que deben trabajar para saldar su “deuda”, soportando jornadas laborales de 12 horas llevando a cabo estafas en línea. Los que se niegan se enfrentan a torturas: palizas, descargas eléctricas, inanición y confinamiento solitario.
Estas actividades, por lo tanto, tienen un gran número de víctimas en ambos extremos. En medio se encuentran poderosas y lucrativas empresas de redes sociales, donde, como escribió Sarah Wynn-Williams, reina la gente imprudente. Meta afirma que hace todo lo posible para frenar esta plaga. Pero esto no es cierto. Podría, por ejemplo, eliminar todos los anuncios financieros que no pueden demostrar su legitimidad con un alto grado de probabilidad. Eso es lo que se esperaría de cualquier editor. Pero las plataformas de redes sociales son diferentes. Se ha hecho imposible hacerlas responsables por el contenido que aparece en sus sitios. Eso sería censura.
Sin embargo, Meta y otras plataformas similares son cómplices del fraude. Las consecuencias no solo afectan a los que son engañados y coaccionados, sino que también dañan la confianza. La proliferación masiva de falsificaciones cada vez más convincentes es letal para el sistema financiero.
La solución es obvia. Se debería permitir a las personas demandar a las plataformas para obtener el reembolso total de los gastos incurridos al ser engañadas por los anuncios fraudulentos que publican. Una vez que esto se permita, estos anuncios sin duda desaparecerán. El fraude es un delito. Hay que acabar con el lucro derivado del fraude.