Actualmente nos encontramos ante un escenario internacional en profunda transformación. Estados Unidos, antaño garante del orden liberal global, se muestra cada vez más replegado sobre sí mismo. Su nueva forma de entender los conflictos y su política comercial proteccionista erosiona los principios que promovió durante décadas y tensiona sus relaciones con los aliados.
En paralelo, China ha ganado espacio allí donde otros se repliegan, e India y Rusia estrechan lazos con Pekín, conformando un núcleo de poder alternativo que refleja un orden global nuevo, menos centrado en Occidente y más multipolar, donde los equilibrios tradicionales se diluyen y las alianzas se recomponen.
En este contexto de fragmentación y competencia geopolítica, dos regiones destacan por la ausencia de conflictos significativos y por su potencial de complementariedad: Europa y América Latina. Ambas comparten valores democráticos, apego a la institucionalidad y vocación multilateral. Frente a la lógica de bloques cerrados, europeos y latinoamericanos pueden apoyarse mutuamente para reforzar su autonomía estratégica y su capacidad de influencia en un mundo más incierto y volátil.
Europa, habituada a la alianza transatlántica, debe buscar también dotarse de mayor autonomía estratégica diversificando alianzas. En esa búsqueda, Latinoamérica aparece como un aliado natural, por afinidad de valores y su potencial económico y geopolítico aún poco explotado.
ÉL DICE“La combinación permite avanzar
En una agenda conjunta en transición verde y digital”
Latinoamérica —con México como puerta de entrada— es clave en recursos críticos para la transición energética, como el litio, además de en alimentos y biodiversidad, temas estratégicos en un planeta que vive tensionado por el cambio climático. Europa aporta capacidades tecnológicas, capital financiero e instituciones sólidas.
La combinación permite avanzar en una agenda conjunta en transición verde y digital, seguridad energética y diversificación de cadenas de suministro. Más allá del comercio, se trata de proyectos industriales compartidos que reduzcan dependencias y fortalezcan la soberanía de ambas regiones.
Los retos también son compartidos: debilitamiento de la confianza democrática, polarización política, transformación tecnológica y fracturas del contrato social. Es ahí donde la cooperación en cohesión social, educación e innovación puede ayudar a abordarlos con mayor eficacia.
Todo ello ocurre en un momento decisivo: la Unión Europea busca diversificar sus relaciones exteriores, mientras Latinoamérica aspira a un mayor protagonismo internacional. Forjar un eje birregional sólido ampliaría su voz en foros multilaterales, aumentaría la resiliencia económica y proyectaría un mensaje claro: en un mundo cada vez más conflictivo, aún existen espacios para la cooperación y la construcción de alianzas en defensa del orden internacional y del multilateralismo.
La historia ofrece pocas ventanas en las que los alineamientos estratégicos puedan redefinirse con tanto potencial de beneficio mutuo. Europa y América Latina, unidas por lazos históricos y culturales, pueden convertir esa herencia en un activo de futuro.
Si articulan una agenda ambiciosa y sostenida, con España como pilar relevante de ese puente trasatlántico, ambas regiones estarán mejor posicionadas para afrontar la fragmentación global y emerger con mayor autonomía y protagonismo en el nuevo mapa geopolítico del siglo XXI.
JLR