Cinco años después de que fuera salpicada con pintura roja, derribada y arrastrada a un lago, la estatua de bronce de Cristóbal Colón que se erigió durante casi un siglo en un parque de la ciudad de Richmond, Virginia, ha sido rescatada, restaurada y se le ha dado un nuevo hogar. Ahora contempla una cancha de boccia fuera de una logia de los Hijos de Italia, a unos 480 kilómetros de distancia, en Blauvelt, Nueva York.
En Baltimore, donde los manifestantes derribaron la estatua de Colón en 2020 y la arrojaron al Inner Harbor, los trozos rotos han sido recuperados y utilizados para guiar la creación de una réplica.

La guerra cultural en torno a las estatuas de Colón ha entrado en una nueva fase. “Prácticamente cada octubre vamos a tener una visión diferente de Colón y, por tanto, de sus estatuas —aseguró el historiador Matthew Restall, quien escribió The Nine Lives of Christopher Columbus, una nueva biografía que relata su polémico legado—. Se trata esencialmente de objetos vivos cuyo significado cambia constantemente, por lo que el lugar donde se ubican y la forma en que hablamos de ellos también tiene que cambiar constantemente. Y eso no es malo”.
Los monumentos que celebran al explorador genovés y sus viajes fueron colocados por todo Estados Unidos en los siglos XIX y XX por grupos italoestadunidenses que veían en él un símbolo de orgullo étnico en una época en la que los inmigrantes procedentes de Italia se enfrentaban a la persecución y la discriminación. En las últimas décadas, algunas de esas estatuas fueron objeto de actos vandálicos por parte de manifestantes indignados por el papel de Colón como precursor de una era de colonización y opresión masiva de los pueblos indígenas.
Las estatuas de Colón se convirtieron en un campo de batalla en la confrontación más amplia sobre los monumentos públicos en 2020, durante las protestas por la justicia racial que estallaron tras el asesinato de George Floyd. En un lapso de cuatro meses, más de 30 fueron desmanteladas, ya fuera derribadas por los manifestantes o retiradas por las autoridades. Ahora algunas de esas estatuas están encontrando nuevos hogares en iglesias, museos, clubes sociales italoestadunidenses y, en un caso, en el exterior de un estadio de béisbol de Nueva Jersey.

Trump lo quiere presente
Muchas de las estatuas han revivido con la ayuda de grupos italoestadunidenses, quienes aprecian a Colón como una figura que sus antepasados acogieron como héroe de la diáspora.
“La hemos reparado, restaurado y encontrado un lugar donde pueda ser apreciada como obra de arte”, dijo John Corritone, quien dirigió los esfuerzos para volver a erigir la estatua de Colón derribada en Richmond.
A medida que disminuían las altas tensiones de 2020, muchos funcionarios locales que intentaban averiguar qué hacer con las estatuas de Colón guardadas en los almacenes del gobierno llegaron a compromisos similares: podrían volver, pero no a las prominentes plazas públicas donde una vez estuvieron. En Chicago, por ejemplo, una amarga batalla legal sobre una que fue retirada en julio de 2020 terminó este año cuando la ciudad acordó prestarla a un museo italoestadunidense privado en desarrollo.
Todo esto no quiere decir que el explorador haya dejado de ser fuente de controversia.
El presidente Donald Trump ha incluido a Colón en una lista de estatuas que quiere que se incluyan en su propuesto Jardín Nacional de Héroes Estadunidenses. Esta semana, dijo “Hemos vuelto, italianos”, después de firmar una proclamación del Día de Colón, una fiesta federal que ha pedido celebrar después de que algunas ciudades y estados la hayan sustituido o complementado con celebraciones del Día de los Pueblos Indígenas.
“Ante nuestros propios ojos, radicales de izquierda derribaron sus estatuas, vandalizaron sus monumentos, mancharon su carácter y trataron de exiliarlo de nuestros espacios públicos”, reza la proclama.
Entre algunos que aplaudieron la retirada de las estatuas de Colón de los parques y otros espacios públicos, las recientes renovaciones han sido recibidas con una mezcla de consternación y aceptación.
“Si los grupos italoestadunidenses o quien sea quiere volver a colocar estas estatuas en su museo o en su patio trasero o donde sea, a su costa; soy bastante creyente en la libertad de expresión —afirmó John Low, historiador y ciudadano inscrito de la Banda Pokagon de Indios Potawatomi que participó en las discusiones sobre las estatuas en Chicago—. Pero no en terrenos públicos y no a costa del erario público”.
Muchas de las estatuas no fueron concebidas como encargos públicos, sino como regalos; en Richmond, los organizadores recaudaron dinero para su estatua de Colón al ir puerta por puerta a los hogares italianos en 1926.

Pero una narrativa más oscura del navegante ganó cada vez más fuerza en la segunda mitad del siglo XX. Centró la atención en él como traficante de esclavos del pueblo indígena taíno, así como en la brutal campaña de subyugación llevada a cabo por los colonos españoles y la diezma de la población indígena, a través de la violencia y las enfermedades, en el siglo y medio posterior a sus viajes.
La estatua de Colón en Richmond fue una de las primeras en caer en 2020. Los manifestantes la derribaron con cuerdas, prendieron fuego a una bandera estadunidense sobre ella y la arrastraron hasta un lago. Chelsea Higgs Wise, quien estuvo en la manifestación y vio cómo derribaban la estatua, comentó que hubo una sensación de que “cuando la gente se une, el cambio se produce realmente rápido”.
Al día siguiente, los manifestantes derribaron un monumento a Jefferson Davis, quien fuera presidente de la Confederación durante la Guerra Civil, lo que intensificó un furioso debate sobre los monumentos confederados de la ciudad.
Enfurecidos por el trato dado a la estatua de Colón, Corritone y otros miembros de la Asociación Cultural Italoestadunidense de Virginia se propusieron encontrarle un nuevo hogar.
“Daba a los inmigrantes italianos un sentimiento de orgullo porque se nos menospreciaba mucho cuando llegamos a este país —explicó Davis—. Considerábamos a Colón como una especie de santo patrón”.
En pedazos
Tras dos años de negociaciones con el gobierno municipal, el grupo cultural obtuvo la propiedad de la estatua. En 2023, la estatua de bronce de 2.1 metros de altura y 450 kilos de peso fue descargada de un depósito municipal, donde había estado almacenada junto con maquinaria para la reparación de calles y el corte de césped. Todavía estaba empapada de pintura roja, con la cara manchada de un blanco fantasmal.
En un proceso de restauración financiado con donaciones, Frank Papik, uno de los miembros del grupo, dedicó horas a eliminar las capas de pintura y el envejecimiento con arena a presión. Profesor de soldadura jubilado, Papik también utilizó soldadura de plata para sellar un agujero que se había abierto en la parte superior de su cabeza. Paul DiPasquale, un escultor local que supervisó la restauración, aplicó una pátina en aerosol para protegerla de los elementos.
Pero cuando el grupo intentó encontrarle un nuevo hogar, hubo poco interés. El Museo de Historia y Cultura de Virginia la rechazó, compartió Corritone, al igual que una iglesia católica local, la embajada española en Washington y un museo de marinos en la costa de Virginia.
Entonces Papik llamó a un amigo del Sindicato Internacional de Ingenieros Operadores, quien le habló de la logia Hijos de Italia de Nueva York. En 2024, la estatua se cubrió con una envoltura retráctil y se transportó en camión al condado de Rockland, donde se colocó en el exterior de la logia de estuco blanco.
“Ahora es uno de los nuestros, Cristóbal Colón”, dijo Mike Pizzi, presidente de la organización neoyorquina en el momento del traslado.
La estatua de Colón que una vez estuvo en Baltimore sigue siendo una colección de piezas de mármol rotas, almacenadas en el estudio de un artista en Maryland.

Tilghman Hemsley, pintor, escultor y pescador local, se vio envuelto en la refriega tras ver un video de cómo derribaban la estatua con cuerdas el Día de la Independencia de 2020. Pronto llamó a un equipo de buceadores para recuperar los trozos, que habían sido arrojados al puerto: “Me impactó profundamente”, expresó Hemsley.
Durante los dos años siguientes, su hijo, escultor, utilizó escaneos de las piezas para crear una réplica de la estatua, un proyecto que recibió 30 mil dólares del Fondo Nacional para las Humanidades durante el primer mandato del presidente Trump.
John Pica, un antiguo senador estatal que ha liderado el proyecto, dijo que él y sus compañeros organizadores habían tenido dificultades para encontrar el lugar adecuado para la réplica. Algunos esperan que pueda colocarse en terrenos federales, o tal vez incluso en el futuro Jardín de los Héroes Estadunidenses.
Jessica Dickerson, miembro de la tribu lumbee de Carolina del Norte, quien ha participado en debates públicos sobre Colón en Baltimore, dijo que la persistencia de las estatuas es una decepción tras los esfuerzos por convencer al público de que no se debe valorizar al explorador.
“No intentamos borrar la historia, solo intentamos no celebrar a quien ha hecho tanto daño a los pueblos nativos”, aclaró Dickerson.
Algunas ciudades han colocado nuevos monumentos donde antes estaban sus estatuas a Colón. El año pasado se inauguró en New Haven, Connecticut, una familia de inmigrantes italianos de bronce que sustituye a una estatua de Colón que ahora se expone en un museo local al estilo de un gabinete de curiosidades. Otros reemplazos de Colón incluyen un monumento a Harriet Tubman (en Newark), y a San Francisco de Paula (en San Antonio). En Chicago, los lugareños consideran la posibilidad de erigir una estatua a la Madre Cabrini, la monja católica romana considerada la patrona de los migrantes.
Aun así, algunos partidarios de Colón se resisten a la idea de que el explorador pudiera ser reemplazado tan fácilmente.
“La gente dice que por qué no dejan ir a Colón y ponen a Dante o algo así —dijo Gilda Rorro Baldassari, que lidera los esfuerzos para reclamar una estatua de Colón del almacén del gobierno en Trenton, Nueva Jersey—. Porque no es lo mismo”.
Con información de Susan C. Beachy.