Si hablamos de comparar nuestra vida con películas, me gusta comparar mi vida cinéfila –y para el caso, la de México como mercado de estrenos de cartelera– con El viento se llevó lo que (1998), la adorable cinta argentina de Alejandro Agresti acerca de un pueblo ubicado tan al final del cono sur del continente americano que era el último al que llegaban las copias de películas en pésimas condiciones. Y encima eran exhibidas en desorden; el rollo de película de la segunda mitad, primero y el primero después. A veces siento que México es la Patagonia de la conversación de la temporada de premios. Un purgatorio de late adopters al que los estrenos más laureados del año llegan casi por misericordia de las distribuidoras. Es así como el último fin de semana del 2017 recibimos dos ocupantes de la mayoría de las listas del mejor cine del 2017. Se trata, además, de dos exponentes de un tipo de cine al que la cartelera comercial nos tiene desacostumbrados.
La primera es Good Time, de los hermanos Joshua y Ben Safdie. Después de realizar cuatro largometrajes que ganaron admiradores tanto en el público como en los círculos de la industria (y a la vez fueron una especie de secreto mejor guardado en el cine independiente) esta dupla se alió con Robert Pattinson y ahora recibe el cuádruple de atención. Merecida atención. Good Time trata del fallido robo a un banco y todas las peripecias que su autor hace para no ser capturado. En los detalles de la historia se encuentra el sello de los Safdie. Para cometer el atraco, Constantine “Connie” Nikas (Pattinson) lleva a su hermano Nick (Ben Safdie), quien tiene retraso mental y es capturado durante la huida, siendo la relación entre ambos y el afán de Connie por sacar a Nick de la cárcel, lo que le da riqueza temática. Si ciertas palabras clave de la trama hacen pensar en Good Time como una versión oscura de Rain Man, prevenidos: no tiene un gramo de ternura fraternal o sentimentalismo. El lazo entre Connie y Nick es la película, sin ser expresado en diálogos, gestos o momentos obvios. Está implícito en gran parte en la sobresaliente interpretación de Pattinson como el hombre irresponsable, delincuente, prófugo, mentalmente astuto y, dentro de todo, amoroso de su hermano. Su actuación tiene grado de proeza si se considera el tono y ritmo intoxicantes bajo los que debe entregarla y las condiciones nada hollywoodenses bajo las que trabajó, fuera de la zona de confort de su estrellato. Es impreciso decir que es una cinta de acción. Si bien implica una persecución entre policía y delincuentes, las sensaciones que producen los típicos thrillers criminales son rebasadas por la sofocante ansiedad de sus close ups, fotografía neon e hiperadrenalínico soundtrack. No puedo decir que se disfruta, pero es importante verla y reconocer la visión única de dos directores orgullosamente ajenos a la corrección con que se filma en las grandes ligas.
Historia de Fantasmas, de David Lowery, es el segundo estreno no convencional. Casey Affleck interpreta a un recién fallecido que regresa a su casa en forma de fantasma para tratar de reconectarse con su viuda. Su estado espectral lo ha dejado en otra dimensión. Una ajena al tiempo, que lo obliga a mirar pasivamente cómo la vida que tenían él y su mujer se escapa lentamente. Muchas de las virtudes de Historia de Fantasmas que enamoraron unánimemente a la crítica saltaron a mi vista: es poética, es meditativa, la idea de representar al fantasma con una sábana blanca es genial y transforma por completo el resultado final. Pero su exceso de tomas contemplativas (que podrían durar menos y todavía ser bastante contemplativas) y lo estático de su propuesta visual (casi fotográfica) fue un examen de resistencia que reprobé. Si esto hubiese sido un cortometraje, me uniría al coro de elogios. Recomiendo verla con extrema paciencia y ay de aquellos que vayan a verla guiados por el título literal, esperando ver una película de fantasmas en el sentido más comercial.
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