La Docena celebró una forma de entender la cocina como territorio común, donde el fuego y la conversación pesan tanto como las recetas. En tres jornadas consecutivas, el restaurante comandado por Tomás Bermúdez se convirtió en punto de encuentro para una generación que cambió la manera de comer —y de convivir— en el país.
La primera noche trajo de vuelta un formato legendario: Urgente Emergente, aquel experimento que, hace casi una década, cedía la cocina a jóvenes cocineros para jugar sin límites. La energía volvió intacta: servicio impecable, platos que salían y desaparecían en los paladares de los asistentes, y una barra que latía como antes. Más que nostalgia, el regreso de Urgente Emergente recordó por qué esa primera chispa de riesgo terminó modelando una escena.
El segundo día bajó las luces y subió la emoción. Una cena íntima dedicada a Jair Téllez que reunió a figuras centrales de la gastronomía mexicana y latinoamericana para rendir homenaje a quien ayudó a reescribir sus reglas. En las mesas largas, formato family-style, se cruzaron chefs de la talla de Pía León (Kjolle), Paco Ruano (Alcalde), Guillermo González Beristain (Pangea), Diego Hernández, Edgar Núñez (Sud 777), Elena Reygadas (Rosetta), David Castro (Fauna), Jorge Vallejo (Quintonil) y la chef repostera Sofía Cortina, entre música, cerveza y vino. Fue una cena sin discursos, pero con memoria: cada plato contaba la historia de una amistad, de un relevo, de una manera distinta de entender el oficio.
El cierre en La Docena Polanco fue un manifiesto en tiempo real. El restaurante se abrió como open house: fuego a la vista, música de Pachanga Boys y un pastel de aniversario por Sofía Cortina. Detrás del humo y las risas, el desfile de cocineros parecía una constelación: Joaquín Cardoso (Loup Wine Bar), Lucho Martínez (EM), Maribel Aldaco (Fauna), Mario Castrellón (Maito), Mario y Maryann (Makan), Micha (Maido), Neto y Ale (Botánico), Renzo Garibaldi (Osso), Berni (Campobaja), Santiago (Maizajo), Luis Arellano (Criollo), Álvaro Clavijo (El Chato), Chuy Villarreal (Cara de Vaca) e Iñaki Aizpitarte (Le Chateaubriand), entre otros. Cocinas abiertas, servicio continuo, el ritmo alegre de una casa que entiende la hospitalidad como una forma de afecto.
Lo que durante tres días se cocinó no fue una simple fiesta: fue una declaración sobre lo que sostiene a una comunidad gastronómica. La Docena ha sido, desde su origen, un lugar que reúne cocineros, productores, sommeliers, periodistas y comensales. Un punto de cruce donde se mezclan regiones, estilos y generaciones sin jerarquías. Ese espíritu se reafirmó en esta “decena de la docena”, recordando que la cocina mexicana contemporánea no se explica por un solo nombre, sino por la suma de muchos que se sientan en la misma mesa.
Diez años después, La Docena sigue encendiendo el fuego con la misma naturalidad con la que convoca a sus amigos. Y quizá ese sea su verdadero secreto: que entre ostras, parrillas y cervezas, ha conseguido algo que no se cocina todos los días —una comunidad que celebra sirviendo. Porque las historias, al final, no se decretan: se cocinan.
MGR
