Más Estados

San Tonayán, un viejo y buen amigo

El vicio es disidencia en un fragmento de ciudad de corte “pulcro” y buenas personas, que el 12 de diciembre irán de rodillas a pedirle a la virgencita
que los perdone por su vida loca. Soy una mujer de mucha fe.

Estabas recargado al fondo del Bósforo, pequeño local que se esconde tras unas pesadas cortinas de terciopelo. Un mezcal a la mitad te acompañaba, lo primero que pensé "ninguna bebida a la mitad es una buena compañía en una calle como Luis Moya". En la misma pared se recargó Juan Cirerol hace muchos años, cuando no era famoso, no tocaba en esos horrorosos bares que se presumen under cuando todos sabemos que es una mentira puñetera, ni siquiera se puede fumar foquito, meth, hielo, vidrio, speed, para que me entiendas: no fumar o meterte nada en esos sitios, ni tabaco,¿cómo pueden considerarse under?, en la franja ruda de la ciudad-bestia todo está permitido, hasta las apuestas de ruleta rusa sobre una mesa con caguama, ese testigo que parece inquebrantable.

Cirerol en Mexicali y otras ciudades tocaba en la calle, locales de mariscos, birria, tacos y barbacoa, recuerdo que le dije que estaría chingón llevarlo a Garibaldi, que sería un éxito tocando en las piqueras, estaba contento con una cheve bien muerta, aquella noche loqueamos, bailamos, fumamos todo lo fumable en una fiesta de niñitos en Narvarte a la que nos llevó Txema, de aquel departamento hipsta-jipíen el que hablaban sobre legendarias pedas que más bien parecían fiestas de secundaria en las que nadie quería bailar con la niña que le gustaba, matando la timidez con aguas locas para ponerse brutos y decidirse, en medio de una ronda de caguamas que pinché, liberé un libro para Txema Novello, meses atrás en la azotea de un Hotel Boutique mamón en Oaxaca, habíamos hablado de la liberación de objetos, recuerdo que le dije que liberar libros no era robo, estuvo de acuerdo. Recordando aquella plática me llevé el libro, cuando se lo di mientras arrancaba aquel auto viejo, se encabronó, no en ese momento, al ver el libro empezó a reírse, el enojo apareció la mañana siguiente, no lo juzgo, suele pasar en la neurosis de la cruda, las peores puntadas las ejecuté en ese lapso llamado: cruda. El pinche Txema dejó de hablarme casi dos años, una noche nos encontramos nuevamente en Bósforo, me pidió disculpas por "ser tan pendejo, tomar un libro no es robar, ¿cómo pude dejar de hablarte por eso", la última vez que lo topé una vez más en Bósforo, iba solo, excesivamente delgado, demacrado, triste, le invité una cerveza.

Me recuerdo junto a la cortina, al fondo, desde entonces apostaba a la noche por una vida diferente, nunca pude ganar. El recuerdo de aquella noche es cercano, conté a Cirerol sobre los fumaderos clandestinos que tuvieron su época dorada en los años 30. La mayoría de los drogadictos aburridos que conozco son guadalupanos y cristianos, veo en ellos una gran contradicción, el dios de los drogadictos debería ser la jeringa, existe un estigma apestoso sobre los que se inyectan, me parece que un buen drogadicto no debería inhalar nada, debería inyectarse, llevar orgulloso las marcas de la jeringa, no esconderlas, mostrarlas como aquellos soldados de guerra que te muestran sus heridas en cualquier calle de LA, los subdioses podrían ser la bolsita de hielo o un poquito de caballo bien mantecoso (heroína, por si no sabes que así le llaman también), elevar las plegarias a un dios que va a matarte es más interesante que elevar rezos a un dios que pretende salvarte como el cristiano-católico-musulmán o el que sea. Kerouac como tantos drogadictos: era católico, las alusiones místicas-homosexuales en su escritura son afortunadas, conmovedoras. Cada vez que veo a personas despistadas buscando aventuras en el diminuto barrio chino, me imagino a Kerouac sufriendo un arrebato místico porque le robaron la cartera o porque se la chuparon y le encantó. Estabas recargado en la pared, hablamos de cualquier estupidez, si a eso se le puede llamar hablar, te despediste, buena decisión. La pesada cortina de Bósforo se abrió empujándome a la noche del barrio chino, la pregunta: ¿dónde empezar?, daban ganas de tocar en un fumadero clandestino que está cerca de la Plaza Santos Degollado, desistí. Con un pequeño grupo caminamos hasta el Bar San Remo, sobrevive en la calle de Dolores 4-B, un fuerte olor a humedad, lámparas redondas, la pista de madera con una vieja rockola que habían clausurado en un operativo allá por el año 2009. El tiempo parece congelado en los muebles intactos, la alfombra desgastada y digna, unos taburetes que desearía llevarme a casa, las personas sufren el desgaste de una vida intensa, el señor que cuida los baños ha envejecido, es más tímido, intento conversar con él, ni siquiera me recuerda, todas las putas también han envejecido, las luces rojas se funden en la piel de esas sirenas carnosas, las personas son como retratos de color encendido, pedimos una botella de tequila. Se acabó demasiado pronto. El San Remo fue el refugio que algunos elegimos en aquella época desolada a finales de los noventa, se apaga con la canción de Corazón de Acero, interpretada por Sonia López. Necios, prendidos de alcohol, bajamos por Juárez hasta el nervio vivo de una ciudad en llamas.

La noche se diluyó entre algunas cervezas en algún local clandestino de Honduras, hacia las tres todos subieron en taxis. El único que me acompañó hasta el final: P.J Rountree, un chico alegre y temerario, cuando hicieron a PJ rompieron el molde, irrepetible, es capaz de caminar sobre el Eje por la madrugada, atravesar la Guerrero por Alzate hasta Santa María la Ribera, bien librado, sin un solo rasguño. Le digo que me gustaría regresar al San Remo, imposible, ha cerrado, vagamos un poco sobre el Eje pensando un plan alterno. Un dealer ofrece droga predecible, barata, de mala calidad. Si tuviera más dinero intentaría comprar opio para encerrarme en casa mientras me rodeo de escritores muertos, velas, ginebra o vodka. Ricardo Pérez Montfort esta noche es un libro perdido en algún camión, recuerdo aquél libro sobre drogas: yerba, goma y polvo. Otro viejo perro me sacudió en aquellos años rabiosos, Quincey, Confessions of an English Opium-eater, mostrándome algo asombroso, nunca me faltó la compañía de Baudelaire en noches solitarias.

PJ tiene la mejor idea de la noche, ir al último sitio que nunca cierra. Perdóname por no revelar el nombre y dirección de nuestro grandioso lugar roto, cerca del corazón de Garibaldi. No hace falta publicidad, nunca será mencionado en esas listas de sitios para visitar, aquí la cerveza baja cualquier borrachera de vodka o whisky, aquí: el drogadicto descansa antes de perderse en su viaje, aquí, para sentarse en el taza del baño se necesita más que valor, para empinarte una caguama no solo necesitarás dinero, si no me crees y por error caes aquí: vas a creerme. En tiempos de crocodrile cualquiera desea pasar por underground, vociferar que se metió montañas de cocaína o un gancho en el culo, Foucault lo hizo hace mucho, con enorme gracia, era Foucault, ningún escritor-seudo-outsider actual ha escrito libros tan pulcros como él. Van a dar las 7:30 de la mañana, estamos entre amigos, colegas, hermanos, adoramos la misma iglesia: la parranda insaciable. Los observo, borrachos apaleados, curtidos, drogadictos a fondo, sus dientes, las marcas en su piel delatan una vida destrozada, aquí existen miradas que lo han visto todo, suelen reírse de la ingenuidad de los turistas, viven de ellos, jamás les han negado dinero para beber hasta el siguiente día, compartimos de cierta forma miseria e infierno, aquí nadie estará solo cuando amanezca, todos somos espejos. Pienso en el opio, en los placeres infinitos de todos estos hombres y mujeres que se juegan la última moneda en un jale o un vaso de alcohol. ¿Por qué horroriza tanto el borracho callejero? Es muy simple, las débiles mentes hipócritas son capaces de soportar a un hombre o mujer bien vestido, con dinero y en un auto caro, fiesta o galería de arte: totalmente borracho, lo que asquea al hipócrita,es el bebedor de banqueta, piquera, el drogadicto orinado en una esquina sucia, la putilla borracha y vieja cobrando mamadas de 20 pesos en los baños públicos. El vicio es disidencia en un fragmento de ciudad de corte "pulcro" y buenas personas que el 12 de diciembre irán de rodillas a pedirle a la virgencita que los perdone por su vida loca. Aquí seguiré, pasan de las 9 de la mañana, he desayunado un vasito de anís con agua mineral mientras dos mujeres discuten por un amor perdido, estoy escribiendo sobre una inmensa barra en un trozo de papel estraza, Judith me lo ha regalado, sonríe, es la hermosa hija de don Pancho, hace noches que él no viene por acá. Mientras ella sirve un poco de San Tonayán a un paralítico, reafirmo que aquellos que beben agua, esconden secretos, debemos tratar al vaso de vino como un viejo y buen amigo, adorarlo, Baudelaire tenía razón. Veo pasar una horda de peregrinos, pido un vasito de San Tonayán, soy una mujer de mucha fe.

*Escritora. Autora de la novela "Señorita Vodka" (Tusquets)

Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.