Por salud mental, a cualquier persona se le debe proteger ante la insistencia de identificar el cadáver de un familiar directo, más aún si éste perdió la vida en un hecho violento.
Erick Morgan Medina inició a temprana edad una carrera que lo colocó a disposición de quienes sufren pérdidas irreparables. Como profesional perito en antropología y ciencia forense, que se desempeña en el sector judicial a través de la Fiscalía General del Estado de Coahuila, ha logrado localizar los restos de personas en múltiples contextos, sin descartar los riesgos personales que esto conlleva.
“Ver un cadáver es algo que nos perturba, más la primera vez. Si el cuerpo estuviera en la mesa de disección, qué impacto sería el verlo. Es algo que genera traumatismo. Cuando ves muchos, aparentemente te acostumbras, pero no es así; hay una ansiedad subyacente a la muerte. A mí me pasó cuando vine a Torreón. Un día tocaron la puerta. Era la enésima vez y fue distinto porque había como veinte personas afuera del Semefo. Eran las ocho de la mañana”.
La tensión frente al dolor ajeno
Este hecho ocurrió al finalizar el primer trimestre del año 2020. Afuera del Servicio Médico Forense, un grupo gritaba y exigía ver los cadáveres para saber si en la morgue estaba un familiar. Podría o no estar allí, pero Erick no podía dejarlos pasar. Salió, les pidió la descripción y preguntó si tenían la orden ministerial. La situación era tensa y las personas amenazaban con tumbar el portón. No había nadie más en el edificio. Por primera vez se lamentó de ser el primero en llegar al trabajo. Llamó a la oficina central para advertir de la situación y continuó la atención.
“Entré y lo vi. ‘Éste es’, pensé. Tenía tatuajes, me enseñaron una foto. Salí y les describí algunos. ‘Sí’, dijeron. Estaban bien tristes, llorando, con la cara roja, inflamada. Quedé impresionado porque nunca había visto tanta gente buscando a alguien tan querido. Pero luego me llaman de la oficina y me dicen que a tal muerto que está en tal mesa no hay que verlo, ni le abras. Pregunté por qué y me dijeron que era infeccioso. Alguien ya lo había visto porque la bolsa estaba abierta. No murió de eso porque tenía dos balazos en la cabeza y había sido torturado. Tenía las manos atadas con alambre”.
Los riesgos ocultos del oficio
Lo más peligroso a lo que se enfrentan los forenses es a los cuerpos provenientes de hospitales. Ante una amenaza infecciosa no se practica la necropsia y los restos deben congelarse para inmovilizar patógenos. Morgan ejemplifica con el germen de la meningitis, enfermedad bacteriana que por lo general se presenta en bebés y niños, pero con la cual se contagian los adultos, lo que resulta mortalmente peligroso. Sin embargo, una infección nosocomial es igual de peligrosa que las que se adquieren en el Semefo.
Al retomar la historia, Erick recapitula. En medio de la tensión, le llamaron de la Fiscalía para preguntar si le enviaban a la policía, pero solo se limitó a consultar, ante la insistencia de la gente, si podía entrar una persona a identificar el cuerpo. Le dijeron que sí y él permitió el ingreso a un cuñado del hombre que buscaban. Con mucho cuidado y a distancia, debido a que no podían acercarse a la mesa, logró identificarlo. Y salieron.
“Había una señora de unos cuarenta años, hermana del muerto. Comenzó a gritar que quería verlo. Quien entró le repetía que estaba muerto. ‘¿Para qué lo quieres ver?’, le decía. ‘Es que yo lo voy a ver, lo voy a abrazar y se va a despertar’. Así dijo”.
—¿Te dio miedo la situación?
—Leve. Ni tuve tiempo de pensarlo. Fueron días de mucho trabajo.
Fosas comunes y trabajo incesante
Paradojas de su oficio. Esta historia se cruza con otra ocurrida entre noviembre y diciembre de 2019. Se le pidió colaborar en un operativo que la entonces Procuraduría General de la República realizó en el Panteón de La Paz, en la capital del estado. Allí, los especialistas extrajeron 56 restos humanos no identificados de una fosa común que medía tres metros por tres.
"Se ordenó la exhumación porque solo sabían que la víctima estaba en esa fosa común. Se fueron sacando los 56 y se improvisaron unos semefos móviles en el patio de la Fiscalía, en Saltillo".
"Vinieron dos equipos de la PGR y fuimos dos equipos de aquí. Personalmente, analicé doce cadáveres y tendría que rendir doce dictámenes de identificación".
La enfermedad y el deber
Pero pasó el tiempo y Morgan se ocupó de otros pendientes en el laboratorio y, de vez en cuando, de atender emergencias. Así lo alcanzó el final del primer trimestre de 2020 con las personas que buscaban a un familiar. Tras el dolor de identificarlo, ellos regresaron a casa y Erick a su trabajo. Pero días después comenzó a sentirse mal. El cuerpo tenía Covid-19.
“Me habló mi jefa y me dijo: ‘Ya tienes que rendir los dictámenes’. No los había comenzado. Como era una investigación federal, los ministerios públicos estaban bien pesados. Me preguntó cuánto me tardaba y le respondí que una semana, mínimo, o dos a razón de uno diario. Pero hice dos diarios”.
Para cumplir la cuarentena, se encerró en casa. Tuvo fiebre, pero se la pasó escribiendo los dictámenes, dos por día, como acordó. Así pudo terminar la tarea en una semana. Y al sentirse mejor, los fue a entregar a Saltillo. Si los ministerios públicos federales luego enfermaron, fue mera coincidencia.
Dar luz a los desaparecidos
El chico que buscaban los agentes federales era de Piedras Negras y desapareció en trayecto a Saltillo, en un retén militar. Morgan lo localizó en la fosa. Así contribuyó como especialista en campo y con su testimonio en un juzgado. E igual encontró el cuerpo de otra persona que había buscado durante años por otras circunstancias. Abrir un sepulcro común es como intentar buscar en un cajón que se cerró por un buen tiempo.
Y es por ello que se agradece a quienes, con su expertise, le dan luz al camino de las familias que buscan a sus seres queridos.
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