DOMINGA.– Trabajé en un reality. No concursé pero hacía en vivos y entrevistas para las redes. La madrugada del 4 de septiembre de 2024, iba cargando mi bolsa y maleta saliendo del foro, a toda prisa. Cuando de pronto, ¡madres, ya bailó Bertha!, pensé. Ya no quedaba nadie, como nunca desde que arrancó el show. En menos de 10 minutos salió público y producción, caras nuevas poco amigables y las productoras, que yo veía correr de un lado a otro poniendo tenso el ambiente.
Me decían el “host digital”. Yo miraba aquello sin saber qué hacer, pero bien pendiente de todo detalle, era una noche digamos especial. La temporada iba en la semana siete, cuando las redes ardían exigiendo sanciones, las marcas anunciaban su retirada. Y unos minutos más tarde, un habitante por voluntad propia estaba fuera de la casa. El hombre más polémico y difícil de conseguir de aquel reparto abandonaba el barco, del que varios se hundirían después.
Estos formatos en el mundo del entretenimiento resultan una catapulta al éxito pero también, para otros con menos suerte, sepultan años de trayectoria. Sí, el ciclo de vida digital es triunfas, naufragas y te pierdes. Ya sea cocinando frente a jueces, habitando una casa o encerrado en una granja para participantes vip.
En tiempos de Poncio Pilato, los famosos venían de las películas, las novelas, los matutinos, las portadas de revista y con suerte veías a alguno en un centro comercial o en el aeropuerto. Eran enigmas, mitos, hasta leyendas. Hoy no estamos hablando de novelas ni de series, estamos comentando los reality shows.
La fórmula a la que echan mano todos es que los concursantes tienen que ser “famosos”, “celebrities”, “villanas de novela”, “V.I.P.”, “hijos de famosos”, “influencers”. Y hasta uno que otro figuroso que, valiéndose de varios millones de seguidores, juran tener algo que ofrecer al contenido que consumimos 24/7.
Tenemos realitys hasta en la sopa. Los hay de competencias, moda, gastronomía, deportes, escándalos, dragas, programas en los que el público decide tener el control y otros donde les hacen creer que lo tienen. Siempre buscando ver ganar a su favorito. Abundan en la TV abierta, privada y el streaming, y como siga creciendo la demanda, los monstruos del entretenimiento ampliarán la oferta.
Los que antes llamábamos “artistas” ahora son los que hacen estos reality shows, los que anduvieron con uno más famoso, los que se dan el agarrón más escandaloso, o que de la nada –del anonimato– rompen las redes sociales. Y con esta última ya me mordí la lengua pero al pan, pan, y al vino, vino.
La rueda de la fortuna de los ‘reality shows’
Después de un sorpresivo cuestionamiento por parte de la co-conductora y de un enfrentamiento sabrosamente bien acalorado con otra participante, la estrella del internet y su equipo de trabajo presentes en el foro negociaban su salida de este proyecto. El que prometía el estrellato, fuente de trabajo y la puerta grande –o fácil acceso– a la “fábrica de sueños”.
Si bien a este famoso trabajo y dinero no le faltaban, esta “fábrica de sueños” sí que le dilataba la pupila. Era un sueño por alcanzar, presentarse todas las mañanas en el programa matutino más importante de los últimos 20 años, donde las caras más importantes de la empresa dan los buenos días a las señoras mexicanas. Esa era su tirada: compartir el anhelado cuadro con su compañero de reality y titular del matutino. Esto expresado por él mismo, ¡yo no invento chismes!, nomás te los cuento.
Pero olvidó que aunque el show fuera un fenómeno de las redes en las que él ya era rey, no dejaba de ser un proyecto de televisión, consumido por personas acostumbradas a personajes polémicos, pero no tanto, historias violentas, pero no tanto, y hasta actos misóginos, pero no tanto. ¿Cuál fue la línea que rebasó, que no estuviera igual de excedida en redes? Porque los reality shows se metieron al internet pero la tele y el internet no funcionan igual, ya lo vimos.
Del otro lado de la rueda de la fortuna, tenemos a una chica trans que de estar perdida en un cerro de Guanajuato –y grabar un video que se hizo viral–, pasó a ser amada por todo el país. Podría incluso decir que, de todos los realitys hechos en México, es el caso más exitoso jamás visto.
Tal vez ayudaron las redes sociales, donde ella también ya era reina. Pero debido a su personalidad fresca e irreverente, originalidad y hasta ingenuidad en el tradicional medio artístico, enamoró a los nuevos y antiguos consumidores de la televisión. Creó un fenómeno con su ‘team’ –entre ellos, personajes que entraron con el repudio del público–, los llevó a la final y con millones de seguidores en redes.
Teniendo “todo en contra” para la televisión tradicional, esta chica trans se llevó todas las miradas más allá de cualquier creencia o tabú. Arrasó con el reality en el que participó, llevándose los cuatro millones y cientos de contratos al salir posicionándose como una de las famosas más famosas y además querida.
Y no es comparación. Bueno sí, un poco. Pero como ellos, hemos visto más casos para bien y para mal. Jugadores que entran a los realitys a revivir sus carreras o darse a conocer mejor, otros que sólo querían experimentar el encierro y jugar al Big Brother que veían hace 20 años; quienes tenían deudas por pagar y los altísimos sueldos semanales les aflojaron el “sí acepto”.
Algunos que ya han tenido éxito en estos formatos, vuelven a ser contratados en otro para repetir lo mismo que les dio éxito, en otra televisora o canal. De modo que se hacen “famosos de realitys”. Ganando unos, perdiendo en otros; amados en unos y funados en otros, cosa que nunca se termina de saber y menos entender.
Cuánto cuesta el nombre, la paz y la carrera de los famosos
Si bien es muy real que la mayoría de estos famosos cobra sueldos a la semana por cientos de miles de pesos, también existen personas que pagarían por la exposición que brindan los realitys en nuestro país. No sólo los de convivencia –formato que actualmente impera–, también los de habilidades físicas, los de cocina, canto, baile y hasta los de ligue, porque para todo hay gente.
Gente que dependiendo de su carrera, impacto en medios o número de seguidores, se pone un precio, y ya las televisoras sabrán si lo pueden y quieren pagar. Los rumores más fuertes hablan de sueldos de hasta 800 mil pesos semanales. Con eso sí pagas varias semanas de terapia si no te va bien, ¿no?
No es que la industria del entretenimiento haya descubierto el hilo negro de la nada, todo viene siendo la misma gata pero revolcada, nomás que con el público activo y comentando minuto-a-minuto en las redes sociales. Mismas plataformas que ahora llenan de trabajo y proyectos a quienes salen con la corona, pero marginan y señalan a quienes con sus actos, acompañados de la tendencia, quedan funados.
Ay, la funa, ¡cuídense de la funa!, que dícese de los usuarios de las redes es la acción de amedrentar, reprobar y señalar a quien se considere merecedor de dicha bendición digital. Así que cuidado, que la suma de muchas funas es igual a la cancelación y, de esa, pocos salen. La funa no se olvida.
Pero ¿en qué se equivocan estos famosos?, ¿donde estuvo su error imperdonable? Tal vez en el momento en que venden humo, cuando la chistosa no es tan chistosa, ni el feliz es tan feliz o la feminista no era tan leal con su mismo género. Vaya, cuando se cae la máscara. Y no hablo del reality donde los famosos están bajo una botarga y otros juegan a adivinar su identidad, sino al momento donde el público detecta inconsistencias, donde ya no suena congruente el mensaje con la acción, ese momento para el que todos estamos listos cuando seguimos estos formatos: el quiebre.
Ver a una persona salir del personaje, mostrar su imperfección, revelar su intimidad y exponerse ante el mundo, para el público, es glorioso; pero para quien tiene las crucetas en las manos y mueven los hilos de las marionetas, es miel sobre hojuelas, es oro puro, es rating y es lo que pagaron por obtener.
El error no siempre está en el famoso, sino en el contexto, en la suma de sus acciones, el hilo de la trama y el ánimo de las redes. Ahí es donde puede aparecer la temida cancelación. En este caso no pongo ejemplos, que nomás basta con recordar poquito el nombre el algunos personajes para que sus redes se llenen de nuevo de hate, que es odio en inglés. Suena cool, ¿no? Y cool es chido, también en inglés.
Pero cool sería disfrutar de un producto de entretenimiento con ese único fin y no llevarlo a todos lados, ni en todas situaciones y menos a todos los extremos. Porque aunque hoy vemos a gente que salió de un reality siendo sumamente exitosa, llenando conciertos en una plaza de toros, actuando en telenovelas, conduciendo programas, liderando realitys y obras de teatro, existe también el lado oscuro, quienes tuvieron exitosos programas, millones de seguidores y hasta grandes protagonistas, que hoy buscan salir de la cancelación y hacer olvidar a la gente las cosas que vieron y se creen con el derecho divino de señalar a perpetuidad.
Entonces el reality no te hace o te deshace; sólo te transforma, porque definitivamente cualquier participante, en una isla, en una cocina, en un escenario, en una casa o en una granja, no vuelve a ser el mismo, la misma o le misme, según el caso, ¿o sí?
GSC/ATJ