El arquitecto Teodoro González de León murió la madrugada de este 16 de septiembre. En mayo pasado había celebrado 90 años y una trayectoria admirable.
“Para mí esto no es un oficio, es una forma de vida”, le dijo González de León a José Luis Martínez S. durante una larga conversación que sostuvieron a propósito del aniversario del arquitecto. El hombre que se confesaba incapaz de predecir el futuro de la Ciudad de México le otorgó, con su obra, un rostro renovado.
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¿Cómo luciría Polanco sin el nuevo Auditorio Nacional o el sur de la ciudad sin el Colegio de México?, se pregunta la narradora Miriam Mabel Martínez en un texto publicado en Laberinto en mayo pasado. En efecto, el aspecto de la capital en la segunda mitad del siglo XX le debe mucho a González de León. Su arquitectura sobria, pero sobre todo funcional fue determinante de una tendencia que se ha extendido en todo el mundo.
Su voluntad creativa se cifró en una consigna estética simple pero categórica: la arquitectura no debe producir objetos bellos, sino hacer ciudad. Por eso privilegió al usuario sobre su propia obra. Rafael Tovar y de Teresa ha dicho que González de León tenía conciencia plena del espacio público, sabía que no tenía que abusar ni competir con él.
Nacido el 29 de mayo de 1926, en su mente se concibieron emblemas arquitectónicos como el Museo Tamayo, El Colegio de México, el Fondo de Cultura Económica, y la Universidad Pedagógica Nacional —tres edificios que, acertadamente, son conocidos como Villa Teodora—, “el pantalón” —un impresionante rascacielos ubicado en Santa Fe—, la Torre Arcos Bosques, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, la Embajada de México en Alemania, entre muchos otros.
Su labor creativa comenzó en 1947, tras graduarse de la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM, cuando el gobierno francés le otorgó una beca para trabajar en el taller del arquitecto y teórico Le Corbusier. Durante los 18 meses que colaboró con él formó parte de los equipos que cristalizaron la Unidad de Habitación de Marsella y L’Usine Duval de St. Dié.
Antes de partir a Francia, había trabajado con Carlos Obregón, Enrique del Moral, Carlos Lazo y Mario Pani en el proyecto original de Ciudad Universitaria.
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En una entrevista concedida a la Revista de la Universidad, el arquitecto confesó que la casa que habitaron Frida Kahlo y Diego Rivera, diseñada por Juan O’Gorman, despertó en él un fascinante amor por la geometría y una propensión por los desafíos matemáticos.
Creador incansable, González de León concibió su expresión artística como una forma de la totalidad: se dedicó también a plasmar sus ideas en pinturas y esculturas; presumía, además, de ser un lector ávido, una práctica que resume otro de sus rasgos: la reflexión. Pocos arquitectos teorizaron sobre su propia obra en la forma en la que él lo hizo. Su voluntad creativa siempre estaba en conflicto con sus cuestionamientos.
Recibió innumerables reconocimientos: Doctor Honoris Causa por la UNAM en 2001 y por la Universidad Ricardo Palma de Lima, Perú, en 2006. Fue, además, Académico Emérito de la Academia Nacional de Arquitectura de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos, miembro Honorario del American Institute of Architects, miembro de Número de la Academia de Artes y miembro de la Academia Internacional de Arquitectura.
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