Un día, Antón descubre que su esposa no es lo que parece y comienza un proceso de autodestrucción. Por otra parte, su hijo Martín y un amigo, ambos con discapacidad, dicen que son “la tristeza de Dios”. Estos personajes no imaginan que pronto entrarán en una espiral de sexo, drogas, rituales y realidades paralelas que cambiará sus vidas para siempre.
“La pregunta que tenemos que hacernos antes de morir es qué hago acá. Siempre quise escribir sobre el nacimiento y la vida real, no la vida del agite y las obligaciones. La vida profunda, ¿cómo se llega ahí? Pienso que la novela es una hoja de ruta para despertar”, dice Mario Mendoza (Colombia, 1964) sobre Vírgenes y toxicómanos, publicada por Planeta.
¿Qué dio origen a Vírgenes y toxicómanos?
“Llegué a la historia por el ‘apartamento rosa’, un lugar donde chicos con discapacidad se reunían con chicas y no siempre había sexo. Era amistad, cariño, ternura y, a veces, sí había sexo. Me fascinó y luego vi el documental Campamento extraordinario que producen Michelle y Barack Obama y pude entender la lucha de los derechos fundamentales en Estados Unidos de las personas con discapacidad. No sabía que ese movimiento había sido tan importante en la contracultura y lentamente empecé ficcionando y mezclando distintas ideas que fueron armando la trama”, agrega el autor.
Para Mendoza, abordar el tema de la discapacidad comenzó con una pregunta: ¿qué pasa cuando tienes un cuerpo que no funciona?
“Después de la pandemia sufrí un par de accidentes que me dejaron bastante mal; un cuerpo herido y lesionado que te obliga a tener otra relación con el mundo, la ciudad, el transporte y a nivel de una nueva ecología urbana. Eso me llevó a pensar en estos personajes con discapacidad. Me daba cierta seguridad haber pasado por ahí y la pregunta con ellos era muy bella porque era también pensarlo en términos del deseo y el título de la novela. Ellos lo dicen en algún momento: ‘somos vírgenes y toxicómanos', por lo que no fue complicado abordar el tema”.
Mario Mendoza piensa que el tema central de Vírgenes y toxicómanos es despertar conciencias: “Hay una cantidad de gente que nació físicamente pero no nació psíquicamente. La sensación que uno tiene es estar entre zombies, entre gente que no se despierta. Hay una gran cantidad de nonatos y vivir en un mundo así es complejo y difícil. Yo creo que los rituales de iniciación (como por los que pasan sus personajes) tienen que ver con eso, con nacer a un estado distinto de conciencia. Para mí la novela, principalmente, es eso”.
Los estados alterados de conciencia
Sobre Antón, quien descubre que su esposa tiene una doble y riesgosa vida, el autor comenta: “Uno no conoce a nadie, ni a las parejas ni a los amigos ni a su propia familia. Uno no conoce realmente cómo se mueven las distintas intensidades de los otros. Nosotros seguimos con la fantasía o con el sueño de que una persona es una persona. Y resulta que no, es un problema móvil, fluctuante”.
Dice que ir descubriendo la vida secreta de su esposa deja liquidado al personaje y que como narrador, “me fascinaba la idea de lo contrario, de que a veces la infidelidad puede ser muy atractiva, puede salvar incluso a una pareja. Freud decía que el tercero es un salvador, en el sentido de que cuando entra alguien a una relación de dos, se mueve el deseo porque tú no deseas lo que tienes”.
Sin embargo, cuando la novela apunta a seguir el proceso de autodestrucción de Antón, el autor decide hurgar en los estados alterados de conciencia y en las desapariciones.
“Me interesa mucho el tema y Jacobo Grinberg, que está citado al final de la novela, porque estaba investigando superrealidades, planos alternos e interdimensiones y se fue haciendo preguntas como ¿qué es lo real? ¿Cómo el cerebro construye realidad? Porque uno cree que la realidad existe per se, en sí misma, y que el cerebro lo que hace es que interpreta y no, eso no funciona así. No hay nada más tramposo y mentiroso que la memoria. Además, Grinberg está desaparecido y no sabemos lo que sucedió”.
¿De qué trata la nueva novela de Mario Mendoza?
En Vírgenes y toxicómanos, los dos chicos con discapacidad se introducen en un mundo extraño que provocará una nueva visión de su vida, tomarán acciones que los llevarán a otras realidades con enigmas por descubrir.
“Me interesaba dejar al lector en el vacío y que, de alguna manera, se dé cuenta de que sus vidas son un poco planas y pasadas por la atrofia de la costumbre, que es lo que creo que termina construyendo una vida insípida, y la mayoría de las veces no se preguntan por la muerte. Octavio Paz lo dice en un texto precioso: ‘El olvidado asombro de estar vivos’. Pienso que en la medida en que uno tiene conciencia de la muerte va multiplicando lo real y por eso, estos chicos deciden tomar un camino distinto”.
- En la novela, Martín y su amigo no se conforman con lo que son y escogen la ruta antigua, la primitiva, no la de las redes sociales y YouTube.
- Exacto, creo que los chicos por eso van por otro lado y creo que hay que intentar eso. La vida tiene sentido si es intensa; si no lo es, no es vida, es otra cosa. Ahora, lo que nos proponen los que nos están controlando y gobernando a través de las redes y de una adicción a los aparatos me parece sumamente grave. La mayoría de las personas ya somos, no voy a decir son, aunque yo no tengo redes sociales, somos adictas, junkies de los aparatos electrónicos y eso va creando una atrofia, una estupidización, una imbecilidad contemporánea. Un hombre primitivo es mucho más rico que todo lo que te acabo de mencionar, pues en el hombre contemporáneo su imaginación está completamente disminuida por los aparatos.
A pesar de que Mendoza no habla de drogas o narcocultura en la novela, no puede dejar de lado el tema del narcogobierno y los secuestros en Colombia a través de un personaje dedicado a la política.
“El narco es una constante ya latinoamericana que tenemos que enfrentar. O sea, no digo en el sentido en que tengamos que entrar de lleno como narradores allí, pero no podemos evitar lo que está pasando. Hay algo ahí que tenemos que seguir pensando, está a la orden del día, no ha desaparecido, no es un mundo del pasado, es un mundo cada vez más vigente”.
Un autor prolífico
Mario Mendoza se licenció en Letras en Bogotá y se graduó en Literatura Hispanoamericana en la Fundación José Ortega y Gasset de Toledo, España. Es autor de 23 novelas, cuentos y ensayos, entre los que se destacan Satanás (Seix Barral, 2002), Buda Blues (Seix Barral, 2010), finalista del Premio Dashiell Hammett en la Semana Negra de Gijón; Lady Masacre, La melancolía de los feos, Diario del fin del mundo, Paranormal Colombia, El libro de las revelaciones y Los vagabundos de Dios (2024), entre otros.
hc