Ciudad de México /
Le asombraba mirar a la mujer
en la pantalla, haciendo extraños gestos
bizcos, mientras tres hombres, superpuestos,
la penetraban sin dejar de hender
todas sus aberturas.
Los apuestos
jóvenes, duros, llenos de poder,
improvisaban la emoción de ser
incansables, feroces y dispuestos
a la más arriesgada fantasía.
Ella, la actriz del porno, se torcía
crucificada como un Sebastián
en el instante prófugo en que están
todas las flechas en los orificios
y son raros negocios
los suplicios.
AQ / MCB