Mientras yo ando por el piso con mi hija
se va ocupando el vacío, y la madrugada
se refriega en portales oscuros
con viejos ansiando la carne dócil
de los primeros viajes de un martes
tras ventanas mustias con órganos caídos.
Espero con mi niña de cien días
algo más recién nacido en este imperio
abatido con esfuerzo místico y guerrero
por una legión de autistas salvadores.
Abro la puerta del balcón y observo
a un híbrido humano tendido en un banco
desparramando historias de borrachos
que se mueven entre botellas de plástico vacías.
Mi hija está pendiente de la luz de las ventanas,
no parece que esté solo esperando crecer,
no es como el cielo, otro dato que ocurre,
una condición de permanencia,
ella ríe solo cuando quiere reír,
no está resuelta a nada,
es el espacio durativo que confirma,
según tanta inocencia,
la mucha bastardía de lo cierto.
AQ / MCB