Cultura

Nómadas | Por Ana García Bergua

Husos y costumbres | Nuestras columnistas

Un día el mercado podría quedarse, afianzar sus pequeñas construcciones y convertirse, ¿por qué no?, en un barrio, una colonia, más tarde en una ciudad.

Dos veces por semana se arma y se desarma a una velocidad prodigiosa. El ruido de tubos, tablas y cajones que se descargan se escucha desde temprano, luego las voces y los gritos, después me asomo a la ventana y ahí está: una pequeña civilización desplegada a lo largo de la avenida. Es de lo más común, pero no deja de sorprenderme con cuánta facilidad el ser humano se establece en cualquier sitio. Veo las calles hechas con mesas y cajones, la precaria techumbre de los plásticos, la electricidad y el gas que llegan no sé de dónde, las construcciones de naranjas, chiles y jitomates que disminuirán paulatinamente su altura a lo largo del día, y a pesar de todo me parecen sólidas. La gente las habita, los niños juegan o hacen la tarea, hay romances soterrados, bebés dormidos en los huacales, comidas en la trastienda y pleitos familiares; entre los puesteros se conocen, negocian y disputan su poder como en cualquier vecindario.

Pero en la tarde todo desaparecerá como por arte de magia, cien hormigas oficiosas desarmarán el Lego y bajarán la cuesta, arriba en mi calle se acabó la fiesta, escribió Machado. Cuando me asome a la ventana como a las seis de la tarde, la avenida estará limpia, recogidas las basuras; quedarán el olor de la pescadería y algunas lechugas que perdonó la escoba como pequeños rastros arqueológicos, después la lluvia lavará todo. Habrá sido una pequeña y ejemplar muestra de nomadismo.

Un día el mercado podría quedarse, pienso, por cualquier razón, afianzar sus pequeñas construcciones y convertirse, ¿por qué no?, en un barrio, una colonia, más tarde en una ciudad. En De animales a dioses, Yuval Noah Harari hablaba de esa decisión humana de permanecer en un mismo sitio que llevó a la agricultura y la necesidad de cuidar los territorios de posibles invasiones, a la noción de propiedad y a todos los conflictos que antes, cuando éramos nómadas, no estaban ahí. Lo que caracteriza al ser humano, decía el pensador israelí, ha sido imaginar cosas que no existían y crearlas. Esa es la raíz de nuestra diferencia con otros animales y también de nuestros problemas. Los mercados se desplazan por las ciudades como un recuerdo de aquella facilidad para establecerse brevemente en un sitio, deshacer el campamento y seguir moviéndose para buscar agua y presas más jugosas. Cada tanto los nómadas regresaban a los lugares que en determinadas épocas les ofrecen ciertas frutas o raíces; los mercados buscan en días señalados a su clientela. Quizá por eso me gusta ver al tianguis armarse y desarmarse bajo mi ventana: me hace pensar que, a pesar de todo, no dejaremos de ser aquellos animales inquietos por construir cosas donde no las hay.

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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