Joseph Ki Zerbo es autor de una muy buena Historia del África negra (dos tomos en Alianza Editorial, 1980), pero creyó entender que, según Montesquieu, “la servidumbre natural debería limitarse a algunas naciones específicas del mundo”. Esa es ya una lectura errónea; pero la cosa ha continuado hasta lograr el disparate: “De tal modo que, para Montesquieu, un buen cristiano está educado para pensar que los africanos son subhumanos o engendros del diablo” (Lisapo ya Kama, en African History). En internet hay foros y publicaciones en inglés y francés dedicados a elucidar si la obra de Montesquieu pertenece a Dios o al diablo. Si el Espíritu de las leyes, y desde luego ese engendro de la apropiación cultural, llamado Cartas persas, son obras del racismo ignorante o del racismo científico.
En efecto, el capítulo 5 del libro XV del Espíritu... dice que, de no haber esclavos, “el azúcar sería demasiado cara”; que “no puede cabernos en la cabeza que siendo Dios un ser infinitamente sabio haya dado un alma, y sobre todo un alma buena, a un cuerpo totalmente negro”, y que “tienen una nariz tan aplastada que es casi imposible compadecerse de ellos”... Pero, ¿a alguien se le esconde que esas repugnantes líneas son pura sorna y burla evidente de los esclavistas? ¿Que unas líneas antes desprecia la conquista española (ha leído al menos a Antonio de Solís y al Inca Garcilaso) y que concluye que no se puede ser cristiano y defender la esclavitud y la servidumbre? ¿Qué pasa cuando un lector elige ignorar contexto, tono y el goce de la lectura? Porque no se puede leer a Montesquieu como si fuera un código inerte; se necesita una mala fe muy robusta y muy dinámica para hacerse sordo al tono, a la conversación y no hallar sino texto, puro texto, en un código insulso.
Montesquieu es un escritor formidable. Su obra es a las ideas como las partituras de Rameau a la música: ejemplos de la inteligencia, la elegancia, la viva simpatía y el dominio pleno de los recursos. Basta interpretarlas con buen oficio y sin mala fe. Quien sabe leer no ignora la sonrisa inteligente, la mueca de desprecio, la teatralidad, los sobreentendidos. ¿Qué es más fácil: hacer el esfuerzo por entender en su contexto o adquirir el aturdimiento necesario para convertir la propia incapacidad en una lectura resentida? En el segundo caso siempre queda la invulnerabilidad del victimismo: leo mal para culpabilizar al otro. Es el nivel Neymar de la lectura.