Cultura

Artilugios verbales

Libros | A fuego lento

En ‘Sala de máquinas’, Alejandro Arteaga explora la fascinación humana por las máquinas, entre bibliotecas móviles, proyectores de pesadillas y ciudades autómatas.

Las máquinas como afanes que imitan o pretenden superar las empresas humanas ha fascinado a científicos, artistas y fabuladores desde, al menos, Arquímedes hasta ese argentino singular que fue Juan Rodolfo Wilcock, para no hablar del cine y sus proyecciones apocalípticas. Sala de máquinas (Gabinete portátil), de Alejandro Arteaga, es descendiente de esa fascinación. Como sus 23 creaciones, 23 ficciones, tiene un mecanismo de delicada precisión y un poderoso atractivo filosófico que robustece su naturaleza literaria.

Alejandro Arteaga ha diseñado —con refinamiento verbal y un formato gráfico-ambulatorio lleno de sorpresas gráficas que incluye viñetas de su autoría— máquinas como ciudades autómatas enclavadas en la selva amazónica, máquinas que impulsan el pensamiento en una sola dimensión, máquinas como proyectores diabólicos de pesadillas disfrazadas de sueños dulces, máquinas iguales a los más célebres detectives del género policiaco, máquinas autorales de poemarios, máquinas como triciclos sobrevolando París, máquinas como bibliotecas móviles que se esfuerzan por llegar a todos los pueblos de los Andes… Algunas son el resultado propicio del encuentro entre la imaginación y el conocimiento científico, otras responden a la obtención de saberes arcanos o al despropósito, unas cuantas se deben solo al placer lúdico. Llevan consigo la belleza o el escalofrío preternatural.

Aunque se deja llevar por la fabulación, Alejandro Arteaga luce un conjunto suficiente de herramientas químicas, tecnológicas y mecánicas para reconfigurar a cada relato como aquello de lo que justamente se ocupa y convertirlo así en otra máquina, pero sin pernos, molduras, circuitos, poleas… sino hecha puramente de artificios conceptuales. El lector podrá constatarlo: las 23 máquinas se miran en sus gemelas, esos signos y puntos y líneas y juegos tipográficos y páginas ilustradas donde habitan.

De Alejandro Arteaga me entusiasmó Biblioteca mínima, una colección de apuntes, a la manera de una cuarta de forros, que con justeza y erudición comentan 33 libros apócrifos. En Sala de máquinas reconozco el mismo temple que exhibió en aquel libro, pero ahora súper concentrado. Es uno de los muy esporádicos terremotos que en los últimos años ha sacado de su marasmo a la narrativa mexicana.

Sala de máquinas

Alejandro Arteaga | Gabinete portátil | México, 2025

AQ / MCB

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Roberto Pliego
  • Roberto Pliego
  • (1961) Cursó Letras Hispánicas en la UNAM. Fue subdirector de la revista Nexos. Autor de La estrella de Jorge Campos y 101 preguntas para ser culto, es editor de Laberinto.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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