Cultura

Mi gato no era de esos

Husos y costumbres

Una despedida entrañable que recorre los gatos de Saki, Alberto Ruy Sánchez, Soseki y Doris Lessing en busca de aquel que ya no está. Un homenaje lector y felino.

En el hermoso libro de cuentos de Saki (seudónimo de Hugh Munro) que acaba de traducir José Homero, Bestiario y superbestiario, hay un gato que aprende a hablar y se vuelve de lo más incómodo porque empieza a contar indiscreciones de la gente. El mío pasaba horas en la misma habitación escuchando, y a veces daba la impresión de que iría a contar el chisme, pero no lo hacía.

En el también muy hermoso y conmovedor libro de poemas de Alberto Ruy Sánchez, El silencio del gato, hay uno de gatos financieros: “Hay gatos que cuando duermen/son totalmente redondos/como soles, como lunas/como monedas peludas/que al ronronear tintinean”. Así mi gato dormía enroscado en sí mismo, como un pequeño eterno retorno, pero la cola trazaba una interrogación, así que no era el de aquel poema.

En la novela del japonés Natsume Soseki, Soy un gato, el gato sin nombre que ahí es el narrador, ve y oye todo lo que sucede con su amo, un filósofo, y sus conocidos. Este no sabe hablar y se guarda sus opiniones para sí mismo, aunque las comparte con el lector. El mío también parecía observarnos y pensar algunas cosas sobre nosotros, pero tenía nombre y no era japonés.

Mark Twain contaba en su libro sobre los turistas norteamericanos que recorren Europa, The Innocents Abroad, de un gato que se hizo amigo de un elefante. Se le trepaba por las patas y se instalaba en el lomo como un rey. El mío lo hubiera hecho porque le gustaban los lugares altos, pero nunca tuvimos un elefante en la sala (fuera del que nadie ve), por lo que tampoco era él.

En uno de los poemas de su Old Possum's Book of Practical Cats, T. S. Eliot habla del viejo Deuteronomio, un gato que vivió muchas vidas sucesivas, famoso en los proverbios y en la rima mucho antes de que la Reina Victoria accediera al trono.

También mi gato era viejo cuando se fue al otro mundo, pero quizá no tanto.

Doris Lessing escribió Particularly Cats, un libro donde habla de los gatos que llevó con ella de Sudáfrica a Inglaterra. Los suyos son retratos admirables, como el del guapo Charles: “Aquí estoy por fin, grita, Charles el adorable, ¡cómo me debes haber extrañado! Imagínate lo que me ha pasado, no lo vas a creer…” Mi gato irrumpía a veces así y nos deslumbraba con su elegante silueta al filo del sol de la mañana. Pero no era ninguno de los gatos de Doris Lessing.

Mi gato ya no está. Lo busco en sus rincones, entre la cama revuelta, en el fresco de la jardinera, en el sillón, o espero a que salte de repente a mi regazo, pero ya no lo hará. Por eso me puse a buscarlo en el librero; de ahí saltaron estos gatos. Sólo sé algo que dice Alberto Ruiz Sánchez: “Todo en el gato escapa/ a definiciones quietas”.

AQ

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Ana García Bergua
  • Ana García Bergua
  • Autora de novela, cuento y crónica. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 por La bomba de San José y Premio Nacional de Narrativa Colima 2016 por La tormenta hindú. Recientemente publicó Leer en los aviones y Waikikí, junto con Alfredo Núñez Lanz.
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Laberinto es una marca de Milenio. Todos los derechos reservados.  Más notas en: https://www.milenio.com/cultura/laberinto
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