I
Escritor, reconocido editor de literatura infantil y juvenil—ganador del Premio Juan Pablos 2019, al Mérito Editorial, por parte del Consejo Directivo de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM)— y bibliotecario —fue director de la Biblioteca José Vasconcelos—, Daniel Goldin seleccionó y prologó Apariciones. Antología de ensayos de Juan García Ponce (FCE, 1994). Ahora retoma su relación con el autor de Crónica de la intervención con el volumen El arte y lo sagrado (Era, 2025), en el que a partir del ensayo que García Ponce publicó en 1968 (incluido en el libro La aparición de lo invisible, 2002) invita a nueve escritores a reflexionar sobre él. El ensayo trata, entre otras cosas, de cómo el arte se mercantilizó en esa época con el pop y el op art, alejándose de lo sagrado. Primero se presenta la conversación sostenida con Goldin y luego con Juan Antonio Rosado Zacarías, uno de los participantes.
¿Cómo llegaste a la idea de este libro a partir del ensayo de García Ponce?
El texto de García Ponce lo tengo muy presente porque hice la antología Apariciones, pero este libro y la Cátedra García Ponce tienen su historia. Hace algunos años, Meche Oteyza, la viuda de Manuel Felguérez y primera esposa de Juan García Ponce, me llamó para decirme que no sabía muy bien qué hacer con la biblioteca de Juan, que era muy peculiar porque es la única biblioteca que conozco de la que el autor decía que había leído y releído todos los libros. Siempre se habla de la biblioteca personal como un proyecto de lectura, pero en el caso de Juan era una especie de santuario donde él vivía y se nutría.
Entonces, le propuse a Philippe Ollé-Laprune, que en ese entonces trabajaba en la Universidad Metropolitana de Cuajimalpa, a ver si a ellos se les ocurría algo qué hacer y Philippe me dijo que más que hacer algo con la biblioteca física, a él le interesaría promover una Cátedra Juan García Ponce sobre las relaciones entre arte, filosofía, arte y literatura que era uno de los temas en los que destacó la segunda mitad del siglo pasado. Me pareció una buena idea posponer dónde quedaban los libros y, al quedar la cátedra, se me ocurrió el tema del arte y lo sagrado porque, volviendo al texto original, creo que es una especie de interrogación inactual y, por lo mismo, necesaria. El texto se publicó por primera vez en 1968 y ese mismo año publicó un libro que se llama Desconsideraciones, que es su único libro donde hace de manera clara intervenciones públicas sobre lo que está aconteciendo en nuestro país en ese momento. Son intervenciones muy en su estilo y de otros miembros de esa generación como Ibargüengoitia, por ejemplo, en donde de una manera bastante mordaz, incisiva e inteligente alude a la actualidad política, no superficial, sino de una manera más profunda. Habla en contra del autoritarismo, pero también del chauvinismo; y cuando uno relee esos textos, te das cuenta del contexto en donde ciertamente los estudiantes se manifestaron en contra de Díaz Ordaz y en favor de la libertad.
Me llamó la atención que García Ponce haya publicado el ensayo ese mismo año, que visto hoy es algo más que simplemente un ensayo sobre un tema que es profundamente importante: hablar de lo sagrado en un momento donde las religiones básicamente han perdido su sustento filosófico y pienso que lo que Juan hizo fue rumiar y meditar y dialogar con autores que le dieron sostén a su pensamiento creativo a lo largo de cuatro o cinco décadas más: Pierre Klossowski, Robert Musil, Georges Bataille… Dije: vamos a poner ese texto y vamos a hacerlo dialogar con el presente; por un lado, rescatando a los autores a los que él había nombrado en su ensayo y en sus propias búsquedas, pero también llevándolo a territorios donde no pudo intervenir, en parte porque murió, en parte porque ya no le interesaron.
Los diversos escritores a los que invitaste, ¿los conocías a todos?, ¿puedes mencionar a algunos?
No conocía a todos, pero en principio los invité yo y después un comité los avaló. Hay personas que conocen profundamente el pensamiento de Juan, como Juan Antonio Rosado, a quien yo no conocía ni tampoco la familia, y resultó que es una de las personas que mejor conoce su obra, tanto como creador literario como en la parte ensayística. Fue una gratísima sorpresa. Está Esteban García, hijo de Fernando García Ponce, el hermano de Juan y uno de los pintores más relevantes de la llamada vanguardia mexicana y también objeto de interés de Juan; él habla de Balthus, uno de los grandes pintores estudiados por Juan. Invité a Humberto Beck porque me parece un pensador muy serio, un poco alejado de los grandes reflectores y me pareció que lo que él abordó fue realmente un texto buenísimo, tocando a un autor que Juan había estudiado un poco, a Marcel Duchamp, pero me parece que él lo abordó desde un punto de vista inédito. Muestra un poco que la crisis de lo sagrado tiene que ver con advenimiento de la modernidad desde una perspectiva illichiana. Otra sorpresa fue Fernando Gálvez; buscando a autores que vincularan la pregunta con el arte en México, un tema obligado era Tamayo, de quien Juan también escribió, pero no había casi escritos sobre Toledo. Yo creo que le da al libro una dimensión nueva, que tampoco imaginaba inicialmente, que es la de pensar al creador desde una tradición en donde lo sagrado se ve de una manera absolutamente distinta. En las culturas indígenas y americanas, se ve lo sagrado desde una perspectiva alejada del antropocentrismo. A mí me pareció que enriquecía el pensamiento de Juan y la pregunta del arte y lo sagrado.
¿Cómo resumirías la importancia del ensayo de García Ponce para nuestros días?
De alguna manera, casi sesenta años después, estamos publicando un libro que retoma el espíritu tanto de Desconsideraciones como el ensayo que es como decir: “Ojo, señores, en la situación en la que estamos viviendo hay que ampliar la pregunta sobre lo sagrado más allá del ámbito espiritual: a las cuestiones de género, las cuestiones ambientales, la búsqueda de la escucha a otros seres, a otras maneras de diálogo.
Sí, el tema de lo sagrado sigue generando reflexiones y discusiones, y para mí esa es la importancia del libro.
Yo creo que es un libro ligerito. Uno puede entrar por distintos caminos y pone atención en algo que hoy en día parece como trasnochado, pensar lo sagrado como si ya no hubiera espacio para una pregunta así y eso es alarmante. Me parece que pensar el arte separado de lo sagrado es un poco alejarse de lo esencial del arte. Inicia como una indagación ontológica acerca de la existencia y la posibilidad de sentido que no se presenta como obvio. Un compromiso vital del artista frente a lo que ignora: la relación entre el individuo y lo que lo rebasa. Creo que el libro tiene su gracia y su actualidad y a mí me dio muchísimo gusto hacerlo. El ejemplo de Juan y sus preguntas, ahí están.
II
Juan Antonio Rosado es Doctor en Letras por la UNAM. Narrador, poeta, ensayista, editor e investigador independiente. Obtuvo el Premio de Ensayo Juan García Ponce. Autor, entre otras obras, de El cerco (novela), El miedo lejano (cuento) y Erotismo y misticismo (ensayo). Participa en el volumen con el texto “Juan García Ponce o la consagración del deseo”, en el que expone cómo los puntos teóricos del ensayo garciaponciano se vinculan con su obra.
Señalas que la frase de Nietzsche “Dios ha muerto” dio origen al arte moderno, pero en realidad el alejamiento humano de lo religioso y su sustitución por la razón, el arte o la tecnología se da a partir de la Ilustración.
Sí, la Ilustración es importantísima pero este movimiento se da con mayor énfasis a partir del Romanticismo.
Aunque la parte religiosa nunca se ha alejado del hombre, para mí luego de Dios es el espíritu humano el que comienza a imperar. De manera particular, al artista se le ha asociado con los chamanes, los magos o los sacerdotes.
Exacto, ya no es un simple propagandista, ya es alguien plenamente independiente y su arte va a construir incluso una mitología propia mucho más allá de la iglesia o de la corte. Sin embargo, su carácter sagrado no va a eliminarse sino que va a persistir.
En el caso de García Ponce diremos que su poética, expuesta en su ensayo, tiene como fundamento el erotismo que se puede resumir en la frase klossowskiana “teología y pornografía”. El eligió esa senda, pero hay tantos caminos como genios haya.
El artista ya desde la Ilustración, desde el Romanticismo y todavía mucho más posteriormente ya dispondrá prácticamente de todo el arte y toda la cultura universal. Mucho más allá de estar acotado a una tendencia religiosa o sagrada, él mismo va a establecer los parámetros de su propio arte y de su vínculo con lo sagrado. Por supuesto que su fuerza psíquica determinará lo que es y lo que no es sagrado para él; es decir, ya estamos hablando de un arte mucho más individual, mucho más secular y más sesgado de las tendencias religiosas tradicionales u ortodoxas.
Esta misma actitud tiene que llegar al lector, escucha o espectador, que es algo que también toca García Ponce. Tiene que ser activo, de tal manera que tanto la creación de la obra y las condiciones de su recepción se vuelvan un acto ritual.
Sí, la misma contemplación puede hacer que nos adentremos en un estado de éxtasis, de impersonalidad porque ya prácticamente nos fusionamos con aquello que contemplamos. Y algo también muy importante es que Dios ya no es necesario para concebir un arte sagrado o un arte muy vinculado a la noción de éxtasis. Klossowski y Bataille ya lo han analizado profundamente; pero incluso desde la antigua India el jainismo o el budismo fueron religiones ateas, para no hablar de algunos de sus sistemas filosóficos materialistas. Esto lo sabía muy bien Salvador Elizondo, que lo cita en alguno de sus escritos. Estas culturas orientales ya sabían que para concebir lo sagrado o un arte ligado al misticismo no se requiere ningún dios creador.
En estos tiempos de corrección política, la provocación se asocia inmediatamente con algún tipo de violencia. Finalmente, la puesta en escritura de García Ponce pone a la mujer en el centro y tú terminas hablando en tu ensayo de la mujer-hostia.
Eso es una idea que viene de José Juan Tablada y en Aura también encontramos la idea de la mujer-templo, de la mujer-hostia. En Pasolini no es la mujer, es un hombre, el huésped. Ahora hay una cuestión muy importante y que marca la diferencia entre un Salvador Elizondo y un García Ponce. A pesar de que Roger Caillois, Bataille y otros autores asocian lo sagrado también con la violencia, lo sagrado impuro; en el caso particular de García Ponce solo en poquísimas obras la realidad vence a la imaginación y la intimidad.
Hay un texto suyo muy poco conocido, que es de autocrítica sobre La noche, en el que él afirma que su propósito como escritor no es ya representar el lado negativo ni violento, sino concebir el erotismo en la intimidad como algo de signo positivo y mostrar todas las bondades que tienen estos actos rituales para el ser humano. En otras palabras, García Ponce está en las antípodas de un marqués de Sade, por ejemplo; no tiene nada que ver con Sade escritor, quien además le aburría profundamente.
Mencionas el credo de García Ponce, que en resumen dice: “Hay que pasar de la dispersión de la realidad a una coherencia individual” y aquí retomaríamos tanto la figura del artista como el papel del lector o espectador.
Por supuesto. Yo creo que la labor del historiador y del crítico es fundamental porque son elementos imprescindibles del campo literario o del campo artístico, si se quiere; en estos campos, no solo intervienen el autor y la obra. Es el espíritu de toda una época marcado generalmente por los lectores críticos, no por los pasivos, sino el lector crítico, el historiador, el que analiza las obras, el que las valora, el que las difunde. La labor crítica es la que también descubre el arte y esto lo sabía muy bien García Ponce porque él fue uno de los más prestigiados críticos de arte y, de alguna manera, “inventó” a una gran cantidad de pintores; es decir, nos dio su interpretación, no reveló el sentido de sus obras y no estoy diciendo que sea el único, pero sí contribuyó definitivamente a la difusión y a la valoración de estas obras. Lo mismo hizo Juan Vicente Melo con los músicos. Entonces, esta generación, la de García Ponce, Melo, Inés Arredondo, Huberto Batis, Salvador Elizondo, fue también una generación de críticos, de estudiosos de la literatura y del arte. Y eso contribuye al engrandecimiento de una cultura.
AQ / MCB