En Álamos, Sonora, el nombre del doctor Alfonso Ortiz Tirado se pronuncia con respeto y admiración. Fue un gran tenor elogiado por el mismo Enrico Carusso —El rey de los tenores—, quien lo escuchó cantar durante un ensayo en el Teatro Esperanza Iris, en la ciudad de México, en 1919.
De acuerdo con el maestro de canto Enrique Jasso, entrevistado por la reportera Virginia Bautista: “Cuando Alfonso vio que Carusso había presenciado su ensayo, se sentó en el suelo a llorar de emoción”.
Ese mismo año, Ortiz Tirado, quien nació en Álamos el 24 de enero de 1893, se recibió como médico cirujano.

En una biografía preparada por Enriqueta de Parodi, el artista dice: “El recuerdo más grato para mí, recuerdo que no empalidece el tiempo, es aquel en que puse en las manos de mi madre mi título profesional”.
El doctor Ortiz Tirado viajó a Estados Unidos para continuar sus estudios en Denver, Colorado. A su retorno a México, ingresó al Hospital General, donde quedó a su cargo el Pabellón Número 6, dedicado a la ortopedia.
Como Ortopedista —especializado en cirugía reconstructiva— tuvo pacientes célebres, entre ellos Agustín Lara y Frida Kahlo, la pintora cuya vida cambió drásticamente el 17 de septiembre de 1925, cuando el autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía, dejándola con el cuerpo destrozado.
Alfonso Ortiz Tirado supo combinar con fortuna sus dos vocaciones.
En el libro de Enriqueta de Parodi, explica: “La carrera de cantante me dio la gran oportunidad para hacer el bien y para desempeñar mi profesión de médico”.
Y es que con los ingresos de sus giras por Estados Unidos, Centro y Sudamérica financió la construcción del Hospital Infantil —ya desaparecido— en la colonia Doctores del Distrito Federal.
Fue uno de los artistas que estuvieron en la inauguración de la XEW el 19 de septiembre de 1930, ahí lo escuchó Aarón Sáenz, secretario de Educación, quien le dijo: “Su voz es un privilegio envidiable, lo felicito”.
Canciones como “Antes” y “He querido olvidarte”, de Gonzalo Curiel, lo consagraron en el gusto del público.
Durante una gira por Costa Rica, en 1932, Ortiz Tirado explicó por qué no abandonaba la carrera artística. “Canto —dijo en esa ocasión— porque cantando salgo del círculo de preocupaciones que forman mi vida. Consultorio, hospital, enfermos, exámenes, diagnósticos… Cantando la canción mexicana me sumerjo en otra actividad, en otra vida. Es la música un descanso, un alivio. Si cualquier otro médico tuviera voz, haría lo mismo”.
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Álamos es una ciudad colonial de calles estrechas y empedradas, calles —la mayoría— que suben y bajan por las laderas de los cerros que rodean un pequeño valle. En el centro están la Plaza de Armas, con el quiosco, los portales y la parroquia de la Purísima Concepción.
Es un conjunto armónico que en los días del Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado, que este año celebrará su edición 39 del 19 al 24 de enero, se desborda con tantos visitantes que llegan de poblaciones aledañas; la mayoría jóvenes que se adueñan de todos los espacios y bailan, cantan, beben y colman los días y las noches de alegría y belleza.
El recorrido de las “calandrias” es corto, pero de gran interés. Parten de la Plaza de Armas y sus escalas permiten apreciar mejor la herencia colonial de la ciudad, el esplendor de su pasado minero. Mansiones convertidas en hoteles de lujo, edificios sólidos e imponentes como el Palacio Municipal, que durante el Festival Alfonso Ortiz Tirado solía volverse escenario de las estrellas invitadas, acompañadas por la Orquesta Filarmónica de Sonora (OFS). En el festival han participado figuras como el tenor estadunidense Suart Neill, la coreana Sumi Jo y las mexicanas Encarnación Vázquez, María Luisa Tamez y Eugenia Garza, así como Arturo Chacón, Francisco Araiza, Fernando de la Mora, Carlos Almaguer y un largo e impresionante etcétera de primeras figuras de la ópera. Este año, el programa es eminentemente popular con artistas como la Sonora Santanera y Ely Guerra, aunque también participará la OFS, dirigida por el maestro Arturo Márquez, con el concierto “Música del cine mexicano de la Época de Oro”.
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Desde el Cerro del Mirador se observan las minas abandonadas y la ciudad que crece sobre laderas. Es pequeña todavía y en ella han encontrado refugio jubilados, principalmente de Estados Unidos y Canadá.
En las “calandrias” se habla de María Félix, originaria de esta ciudad, así como de sus huéspedes distinguidos: Rita Hayworth, Neil Armstrong, Sylvester Stallone, entre otros muchos otros, y se van enumerando sus construcciones más importantes: Hotel Casa de los Tesoros, Hotel Hacienda de los Santos, la Mansión del Chocolate —con su amplio y hermoso portal—, llamada así porque alguna vez perteneció a los dueños del emporio chocolatero Hershey’s.
La Alameda y el Callejón del Beso son otros lugares emblemáticos de este pueblo mágico, fundado el 8 de diciembre de 1685 por Domingo Terán de los Ríos, también conocido por haber sido el primer gobernador de la provincia de Texas, entre 1691 y 1692, cuando ésta era parte del Virreinato de la Nueva España.
En el siglo XVIII, debido al auge minero, Álamos se convirtió en la ciudad más importante del noroeste del país y en su Casa de Moneda se acuñaban valiosas monedas de oro, plata y cobre. Después —dicen los historiadores— vino el declive y el abandono y sus hermosas casas, con amplios patios y jardines interiores, comenzaron a deteriorarse.
Pero esa decadencia quedó atrás hace mucho tiempo. En la actualidad la ciudad es segura, limpia, libre de grafitis y con una intensa actividad cultural.
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La historia de una ciudad se fragmenta en muchas, incontables historias. Es difícil pensar en otra cosa mientras la “calandria” recorre las calles de Álamos y la voz que sale de las bocinas describe pálidamente lo que se aprecia a simple vista: un lugar de impecable belleza y tranquilidad en un México convulsionado. No es poca cosa.
* Una versión de este texto fue publicado con el seudónimo de Alicia Q. Gómez.
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