El silencio siempre dice algo. Apenas cruzamos la galería del Espacio Cultural Metropolitano de Tampico, ese silencio fue lo primero que se sintió antes de empezar el recorrido por la exposición “Ana Frank: Notas de Esperanza”. Ni siquiera había comenzado la explicación y el ambiente ya había cambiado: luz tenue, paredes con fechas, fotografías en distintos tamaños y un reloj que marcaba un tiempo que no es el nuestro.
La muestra de Ana Frank llegó por primera vez a Tampico gracias a la Fundación Fleishman, el Museo Memoria y Tolerancia. Desde Ámsterdam hasta el sur de Tamaulipas. Es una exposición con piezas auténticas y otras reconstruidas tal cual se conservan. Y, aunque suene exagerado, el recorrido no solo informa: también aprieta el pecho.
“Queremos que la gente recuerde por qué la intolerancia nunca debe ser una opción”, dijo durante la ceremonia la directora de Fundación Fleishman, Mariana Priego Zavala. Una frase sencilla, directa, que marcó el tono del evento.
La línea del tiempo que abre la herida
La primera sala funciona como una especie de antesala emocional. Héctor Shalom, director de la Casa Ana Frank en Argentina y curador de la muestra, encabezó el recorrido para un grupo de 25 personas.
Todo comienza en 1914, con la historia de la familia Frank antes de la persecución nazi. Se avanza hacia 1933, el ascenso de Hitler, y luego a 1938, cuando todavía la familia podía vivir “con cierta normalidad”, como explicó Héctor, aunque ya comenzaba a sentirse el peso del odio.
Las paredes muestran fotografías grandes y pequeñas, recortes, documentos y testimonios. Hay una pantalla con una muñeca de época, un baúl apilado sobre otros baúles y varios libros que pertenecían a judíos holandeses. No son piezas cualquiera: solo pueden exhibirse en museos y vienen directo desde Ámsterdam.
Todo está dispuesto para hacerte sentir el paso del tiempo.
1942: el año que cambió todo
En la sala que corresponde a 1942, las voces de testigos y sobrevivientes narran lo que significó vivir escondidos o perseguidos por ser judíos. Las fotografías muestran calles, familias, objetos cotidianos y hasta cartas que sobrevivieron a la guerra.
Mientras caminamos, Héctor lo resume así:“El antisemitismo no nació con Hitler, pero con él llegó a un punto que nadie imaginó posible”.
La frase cae seca. No busca sonar académica ni adornada; solo intenta colocar al visitante en el contexto real.
El recorrido por esta parte toma unos 10 minutos en cada sala. Son más de cinco, y ninguna se siente igual a la anterior.
El escondite: una puerta que abre otro mundo
La sala más impactante aparece al girar hacia un armario de madera. Ahí, Héctor explica:
“La familia Frank entró por aquí. Este mueble ocultaba la puerta secreta”.
Cuando él la empuja, el grupo se queda quieto unos segundos. Entramos uno por uno al escondite, una réplica exacta del que usó la familia Frank entre 1942 y 1944.
El lugar es pequeño, estrecho, con paredes cargadas de objetos que dicen más que las palabras:
– Una mesa con siete sillas, donde se reunían todos.
– Un ajedrez de madera.
– Una radio antigua, el único contacto con el mundo exterior.
– Una pipa, velas, sartenes, trastes y una llave de cobre.
– Una cubeta de agua sostenida por una cajita de madera.
– Toallas y utensilios acomodados como si la familia fuera a regresar después de la cena.
Cada elemento está colocado para hacer visible la rutina del encierro. Nada sobra. Nada es decorativo.
El baño, el dormitorio y la mesa donde Ana escribió
Después del área común se llega al pequeño baño. Es antiguo, con una cadena colgada del techo y piezas de madera. A un costado, unas botellas de shampoo y jabón nos recuerdan que, aunque parezca obvio, ahí vivían personas reales.
En otra sala aparece el dormitorio de Ana. Su cama, una silla y la mesa donde escribió su diario. Al frente, una réplica del libro abierto, acompañada por fotografías pegadas en la pared: algunas de la familia y otras que Ana recortó de revistas para decorar su espacio.
Es un cuarto que se siente vivo, como si Ana pudiera volver en cualquier momento a sentarse a escribir.
La sala interactiva que conecta generaciones
La siguiente sala sorprende por su contraste: tecnología y memoria combinadas. Aquí puedes levantar tu teléfono, abrir la cámara y ver, con realidad aumentada, lo que Ana veía por su ventana en cada estación del año.
Si apuntas al vidrio digital, aparece un invierno nevado; si cambias el ángulo, surge una primavera llena de árboles frondosos.
Héctor lo explica brevemente: “Ella miraba la vida desde la ventana. La naturaleza era su única forma de libertad”.
Es una sala pensada para conectar con niños, adolescentes y cualquier visitante que necesite un puente emocional para entender la historia.
El final que nadie quiere ver, pero que todos deben conocer
En la última sala se proyecta la secuencia final: la detención, la separación, los campos de concentración y la muerte de la familia Frank. Solo Otto, el padre, sobrevivió.
Durante su encierro, Ana escribió un diario que se ha convertido en uno de los testimonios más importantes del siglo XX, no solo por retratar el horror de la guerra, sino por su mirada transparente y profundamente humana.
Fue él quien recibió el diario de manos de Miep Gies, la mujer que los ayudó a sobrevivir escondidos. Y fue él quien decidió publicarlo para que el mundo supiera lo que había pasado dentro de esas paredes. La sala completa huele a despedida.
Inauguración de la muestra
Antes del recorrido, representantes de las instituciones dieron la bienvenida.
Mariana Priego Zavala, de Fundación Fleishman, habló de la responsabilidad de abrir espacios que promuevan empatía y memoria.
De sus palabras se rescató una idea que quedó resonando:“La historia de Ana no es un recuerdo del pasado, es un llamado urgente al presente”.
Por su parte, la directora del Espacio Cultural Metropolitano subrayó la importancia de acercar este tipo de muestras a escuelas y familias, y dijo: “La historia nos recuerda los horrores de la guerra. No podemos repetirlos”.
Ambos discursos coincidieron en lo mismo: la indiferencia también es violencia, y la exposición busca que nadie se vaya igual que como llegó.
¿Cuándo estará disponible la exposición de Ana Frank en Tampico?
La llegada del Museo de Ana Frank a Tampico se perfila como una de las actividades culturales más relevantes de esta temporada, una muestra que busca recuperar valores esenciales mediante una experiencia interactiva centrada en la memoria histórica y el impacto de la intolerancia. Esta exhibición, que ha recorrido distintos espacios del país, aterriza en el sur de Tamaulipas con un mensaje profundamente vigente.
“Ana Frank: Notas de Esperanza” permanecerá abierta del 12 de diciembre de 2025 al 10 de mayo de 2026, de 10:00 a 18:00 horas, con entrada gratuita.
JETL