Cuando Mariana Vidal habla de valentía, no se refiere a la ausencia de miedo, habla de esa decisión de elegir el salto aún con las manos vacías, de confiar en sus pasiones cuando apenas se tienen 300 pesos en la cuenta.
Así nació El Micky Bar: con ese dinero y con el préstamo de quienes más la querían para cubrir dos meses de renta. Hoy, ese pequeño acto de fe se convirtió en uno de los bares más populares y queridos de la Ciudad de México.
La niña que servía clamatos
Desde niña, Mariana encontraba felicidad en algo poco común: servir. Mientras otras jugaban con muñecas, ella ponía a sonar a Julio Iglesias en el estéreo y los boleros de Luis Miguel —Romance I y II—, preparaba clamatos para los invitados de sus padres y lavaba los trastes.
Cuando escuchaba el clásico “¡Tu hija es lo máximo!”, descubría lo que sería el motor de su vida: el gozo de atender, de dar, de hacer sentir a otros como en casa.
Luego comenzó a ganar dinero con las playlists que armaba para bodas y restaurantes, y su trabajo como DJ en celebraciones. La música la convirtió en una mujer nocturna, de fiestas, de encuentros, de gente.
Una mujer camaleónica
Quizá la hayas escuchado. En la radio, Mariana es Sussyoh y lleva más de 20 años como locutora: primero en Reactor 105.7, ahora en Convoy Network. Es antropóloga social por la Universidad Iberoamericana, productora de conciertos, editora de revistas musicales.
Una mujer que siempre vivió entre pasiones, pero ninguna tan poderosa como aquella que comenzó a latir en medio de la incertidumbre económica, un hijo pequeño de cuatro años y un deseo profundo: crear un lugar suyo.
La limpia de fuego y el salto: ¿Cómo empezó El Micky?
Un 8 de marzo de 2022, sin saberlo, una limpia de fuego con la maestra Rocío se convirtió en el inicio de todo. Mariana pensaba que acompañaba a una amiga –que iba con la intención de que la ayudaran a encontrar pareja– , pero en realidad, quien necesitaba esa purificación era ella.
Frente a la maestra Rocío se sinceró: tenía apenas 300 pesos en la tarjeta y la certeza de que la vida no podía seguir igual.
Su salario de locutora no alcanzaba. Ya no eran sólo pañales y leche: ahora había escuela, inscripciones, futuro. Y en ese ritual de fuego, comprendió que necesitaba un cambio radical.
“Sí estaba muy preocupada internamente, pero no lo expresaba. Sabía que con mi salario iba a ser imposible poder mantener a mi familia”, cuenta.
Ese día –8 de marzo, Día de la Mujer–, saliendo de su limpia de fuego en la colonia Obrera, cambió su vida, como lo cuenta en el podcast Pioneras de MILENIO, conducido por las periodistas Claudia Solera, Janet Mérida y Cinthya Sánchez.
Esa misma tarde, prácticamente para llegar a su casa y a lado de la alcaldía Miguel Hidalgo, estaban ofreciendo el traspaso de un restaurante, llamado el Sazón de la Mojarra, y Mariana entró para preguntar sobre este sitio.
Ella recuerda así ese instante: “casi, casi que un ángel, me dijo: "’¡Pásale!, ¿no quieres tener un bar?’. Y yo respondí: ‘pues órale, va’”.
Tres meses después, el 13 de junio de 2022, sin un plan perfecto, pero con una fe absoluta, abrió un local que parecía cochera: unas cuantas mesas rescatadas del Sazón de la Mojarra, dos meses de renta pagados con dinero prestado y un sueño enorme: tener su propio negocio.
“Sólo pensé: ‘A ver qué pasa y si no funciona, pues ya me voy y dejo el depósito del lugar’. No tenía nada qué perder”, asegura.
¿Cómo surgió el nombre?
El nombre del lugar vino –al segundo día de cerrar el traspaso– y casi en un susurro mientras dormía. Cuando se despertó sabía que se llamaría El Micky. Su inspiración, San Miguel Arcángel, el ángel que mejor le caía y su protector.
Después, a su diseñadora estrella, Candela Sonidera, le comentó lo que tenía en mente y materializó el logo.
El alma, en cambio, Mariana la puso toda en El Micky. Cuando le preguntamos a ella qué significa este lugar, responde de inmediato que es: “amor”.
De pronto, lo que empezó como un sueño solitario se volvió un negocio familiar: su mamá haciendo compras, su papá administrando, su hermano gestionando permisos.
Y, con el tiempo, un refugio colectivo donde al menos seis parejas se han casado después de conocerse bailando ahí.
“Me dan ganas de llorar y pienso: ‘Ay, sí, se logró’, cuando se me acercan y me cuentan ‘Conocí a mi esposa aquí’.
De Tepito a Jacalito y al mundo
Un hallazgo mágico dio forma al sonido de El Micky. En una bolsa, Mariana encontró una vieja tarjeta de presentación que la llevó a reencontrarse con DJ Bear, mítico del legendario El Jacalito, aquel bar de la calle de Medellín que mezclaba reguetón cuando todavía era mal visto. Juntos recrearon la energía de las fiestas infinitas.
Quién no recuerda esas eternas parrandas en El Jacalito en la colonia Roma, hasta que nos corriera el Sol, que lo mismo había conquistado a albañiles, políticos, que a intelectuales y esas crónicas del lugar en las que escribían una oda:
“El Jacalito (...) a decir de los encargados, la única pretensión que tienen es la de fiesta infinita y honesta en donde divertirse debe ser natural”.
De Tepito llegó también el ícono del lugar: los azulitos, una bebida que Mariana adaptó con curaçao hasta volverla inseparable de la identidad de El Micky.
Con esa mezcla —música, irreverencia, servicio y autenticidad— el bar comenzó a crecer, a resistir clausuras y quejas vecinales, a convertirse en fenómeno cultural.
Y un día, dio el salto fuera de México en una pop up store (tienda temporal): El Micky Tokio, El Micky Londres, El Micky Escocia y otros ocho países de Asia. Donde hay mexicanos, hay fiesta, y donde hay fiesta, El Micky encuentra hogar.

“En Tokio, los japoneses estaban felices bailando cumbia, escuchando a Peso Pluma, a los corridos tumbados. Y siempre llegaban mexicanos que viven en el extranjero.
“Fue cuando entendí que ser mexicano a nivel internacional es un concepto ganador: les encanta nuestra música, el tequila, el mezcal, el mariachi”.
¿Quiénes asisten al bar?
Desde el inicio, Mariana cuidó lo que muchos bares olvidan: que el ambiente sea seguro, que la música sea honesta y que todos —fresas, banda, intelectuales, vecinos, artistas— pudieran sentirse parte de la misma fiesta y fuera un lugar democrático.
Por eso, entre los asistentes conviven vecinos, burócratas, publicistas, extranjeros y han llegado personalidades como Denise Maerker o Julieta Venegas.
“Yo les doy lo que quieren, si quieren reggaeton, si quieren corridos tumbados, cumbias o salsa”, dice Mariana, quien siempre se toma el tiempo para escuchar a la gente y conocer sus opiniones.
El Micky Bar es un lugar “con canciones de tipo boda”. Mariana reconoce que tal vez no es un género ni gusto para todos. A quienes les desagrada el reggaeton o los corridos tumbados, simplemente no se los recomienda.

La valentía como destino
Mariana dice que lo único que hizo fue confiar. Pero esa confianza no fue ingenua: fue la de una mujer que eligió creer en sí misma cuando todo parecía imposible.
Hoy, El Micky no es solo un bar. Es una declaración: que la pasión puede volverse sustento, que la fe puede vencer al miedo, que con 300 pesos se puede iniciar un sueño capaz de recorrer el mundo.
Los desafíos fueron muchos —clausuras, errores, caídas—, pero Mariana lo resume con una sola certeza:
“Mi amor por el servicio es la guía de todo esto. El Micky es mi vida, es mi corazón. Mis verdaderos sentimientos están representados en él”.
Y quizá por eso, quienes han bailado ahí saben que no solo entraron a un bar. Entraron a un lugar con alma.
ksh