Arrodillada, abrazando un ramo de alcatraces, su imagen quedó atrapada para siempre en la pintura de Diego Rivera. Eran principios de los años cuarenta y Leonora Camacho Sandoval, “doña Leo”, se convirtió en la modelo de la serie La vendedora de flores, donde el muralista exploró la esencia del pueblo mexicano.
Por más de ocho décadas, su imagen anónima fue símbolo de mexicanidad. Hoy, a los 93 años, esa misma mujer originaria de Xochimilco que Diego pintó se ha transformado en algo más profundo: un estandarte de dignidad para quienes viven con Alzheimer.
La mujer detrás del cuadro
Doña Leo no nació para ser musa de los murales, sino para trabajar la tierra. Hija de campesinos chinamperos, aprendió de su padre a cortar flores y verduras, a preparar manojos de margaritas y de violetas para que su madre las vendiera en el mercado. Su vida estuvo hecha de tortillas al comal, salsas en molcajete, frijoles cuatatas y vestidos cosidos a mano.
“Mis papás viven en las chinampas de Xochimilco. Hasta la fecha, mi padre, gran campesino, no le avergüenza agarrar el manojo de la tierra con sus manos”, cuenta doña Leo con orgullo. Aunque su memoria reciente se diluye, conserva intactos los recuerdos de infancia y juventud: el Alzheimer suele borrar primero lo inmediato. Cuando le preguntan en qué año vive, ella responde sin titubeos: 1956, y para ella sus padres siguen vivos.
Como muchos pacientes, doña Leo habita en una realidad suspendida, más de medio siglo atrás.

La belleza de doña Leo deslumbró en su juventud: fue la flor más bella del ejido en el festival de Xochimilco. Sus hermanos, que remaban en los canales y vendían ramos de alcatraces a Rivera, fueron quienes la acercaron al pintor. Así quedó inmortalizada en La vendedora de alcatraces, uno de los cuadros más representativos del muralista.
Los hermanos de doña Leo solían contar que el muralista era tan desconfiado que, cada vez que le vendían ramos de alcatraces para sus obras, exigía desbaratarlos y contar una a una cada flor para evitar que le entregaran menos de las que había comprado.
“Me pintó Diego Rivera. Ahora ya estoy pelona, pero tenía mis trenzas hasta acá”, dice doña Leo tocándose la cintura para mostrar su extensión del cabello durante su juventud. Con aquellas trenzas largas, el muralista la retrató como parte de su serie en la que plasmó la historia mexicana: el campesino, la tierra y sus costumbres.
Pero su historia no quedó solo en los lienzos. Fue madre de cinco hijos —dos mujeres y tres hombres—, cuidadora en tiempos de temblor y de guerra; la mujer que cocinaba frijoles y arroz para los campamentos de rescatistas tras el sismo del 1985, o para la comandante Ramona y los líderes zapatistas cuando llegaban a la ciudad. En los años de Lucio Cabañas, tras el asesinato del normalista de Ayotzinapa Genaro Vázquez Rojas, se quedó durante un tiempo en casa de su esposa para evitar las represalias en contra de ella o de sus hijos.
“Mi mamá nos dijo: ‘vamos a cuidar a la maestra’ (esposa de Genaro Vázquez). Nos agarró a mis cuatro hermanos y a mí y nos llevó a su casa. Era un lugar muy humilde”, recuerda Marisela Maya Camacho, una de sus hijas.
Guerrera, altruista y alegre, así las describen sus dos hijas Rocío y Marisela Maya en entrevista con MILENIO.

La batalla contra el olvido
Hace ocho años, un infarto cerebral le provocó demencia vascular. En el hospital público, sin tacto, le advirtieron a su familia que terminaría “como una bebé”, que se le iba a olvidar caminar, hablar, comer, ir al baño.
Se equivocaron. En el Centro Mexicano Alzheimer encontraron refugio y esperanza. Ahí, entre terapias cognitivas, juegos de memoria y hasta sesiones de mariachiterapia —cantar con mariachi—, doña Leo ha conservado su autonomía, movilidad y, sobre todo, su dignidad.

Cada mañana se levanta sola, reza y se persigna. Después se conecta en línea a sus clases: recuerda recetas de cocina, colorea, hace sumas y restas, ejercicios de lectura y canta México lindo y querido, canción que interpreta de principio a fin.
“La música es el penúltimo recuerdo que se pierde con el Alzheimer”, explica Regina Altena, presidenta del Centro. Por eso, siempre que suenan las notas de esa melodía, Doña Leo regresa completa.
El amor como medicina
Regina Altena lo resume con claridad: las demencias no son curables, pero sí son cuidables. La música y el amor son la última trinchera frente al olvido.
Porque si la música es el penúltimo recuerdo en desaparecer, el afecto y el amor son los últimos.
“Puede ser que no recuerde si eres hija o su hermana, pero sabe perfectamente si la quieres. Siempre decimos: si no alcanza la dosis del amor, hay que aumentarla”, dice Altena.

En el Centro Mexicano Alzheimer crearon la mariachiterapia –condecorada con el Premio Nacional de Salud 2022 por su innovación– y ahora promueven la terapia del amor, porque la memoria puede desvanecerse, pero la dignidad jamás.
“Mi mamá no es un objeto para dejarla en un rincón. Es una persona que tiene derecho a vivir su enfermedad con dignidad”, afirma Marisela.
Para sus hijas es inconcebible que una mujer tan amorosa y generosa como doña Leo, que dedicó su a apoyar al otro y devolver dignidad en momentos que marcaron la historia de México, pudiera quedar olvidada y reducida a la dependencia. Sólo se trata de regresarle un poco de amor de todo el que ella siempre ofreció.
Este Día Mundial del Alzheimer —21 de septiembre—, la Secretaría de Salud calcula que hay más de 350 mil pacientes con esta enfermedad en México.

De musa a símbolo de una vida digna
Doña Leo, la mujer que un día posó para Diego Rivera y se convirtió en sello de mexicanidad, hoy es el rostro de miles de personas que luchan contra el Alzheimer en México. Su historia recuerda que la memoria puede flaquear, pero la dignidad nunca debe perderse.
Porque al final, lo último que nos queda es el amor.
ROA