Don Salomón Reyes tiene 77 años, pero carga con una herida que no cicatriza desde hace cuatro décadas; el 19 de septiembre de 1985 perdió a sus siete hijos en el derrumbe del edificio Nuevo León, en la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco.
Aquel día, el movimiento de 8.1 grados no solo partió la ciudad, también le arrebató lo más preciado que tenía.
"No lo cree uno, ¿cómo vas a creer que falleció toda tu familia? Los estaba enterrando y no lo podía creer", recuerda con la voz rota.
El día de la tragedia: ¿Cómo ocurrió?
Sus pasos siguen marcando la misma ruta desde entonces: caminar por los corredores, detenerse frente al espacio vacío donde alguna vez estuvo su edificio y mirar al norte, como si todavía buscara entre los escombros a Gloria Leticia, Miguel Ángel, Guadalupe Adriana, Mario Salomón, Jorge Daniel, Ricardo Ramón y Alma Celia.
Tenían entre ocho y 19 años; todos quedaron atrapados en el piso 10 del departamento 1024.
"Ahí quedaron, de ahí los sacamos ya muertos, todos. Siete y todos muertos. De no creerlo, pero así fue", dice sin poder contener el temblor en su voz.
La hija mayor estudiaba biología marina y dos de sus hermanos cursaban en la Preparatoria 9 de la UNAM. Sueños detenidos, proyectos que jamás se cumplieron y un padre que no pudo despedirse.
"¿Qué no les diría? Los adoraba. Mi hijo, grandulón, 1.74, 1.75, siempre llegaba a casa y me daba para mi agua. '¿Cómo te fue, mijo?' (preguntaba) –'A todo dar, papá' (respondía). Yo lo felicitaba y le decía que se comprara lo que quisiera", relata con ternura.

Sara se salvó del derrumbe; edificio colapsó minutos después
No fue el único marcado por esa mañana. Sara Delgado, vecina de Tlatelolco desde hace 45 años, había salido del edificio Sonora a las 7:10 horas para dejar a su hija en la escuela. Nueve minutos después, el Nuevo León colapsó. Ella pasó por ahí cada día para tomar el camión, pero aquella vez el azar le dio una prórroga.
"No se podía creer, de la noche a la mañana se borró todo. Aprender a vivir sin lo que teníamos ahí: comercio, vecinos, la vida de todos los días, todo cambió", cuenta.
Sara aún piensa en lo que hubiera pasado si hubiera salido a la hora acostumbrada.
"Nos hubiera tocado. Fue algo impactante", dice.
Tlatelolco es un espejo roto que devuelve historias de pérdida y supervivencia —las cuales siguen vivas en la memoria de quienes vieron caer su mundo en segundos— y testimonios que recuerdan que la tragedia no fue solo un número en las estadísticas, sino un dolor humano que sigue respirando entre las ruinas invisibles de la ciudad.

ksh