Todo comenzó con un dolor de cabeza. Uno tan feroz y distinto que Alan Jair Álvarez Andrade, un policía de 32 años acostumbrado a lidiar con el estrés de las calles de Guadalajara, supo que algo andaba mal.
Era 23 de agosto. Ese día, mientras Alan era ingresado de urgencia a un hospital, en otro lugar de Jalisco, una familia desconocida tomaba la misma decisión desgarradora y valiente que la suya tomaría días después: decir sí a la donación de órganos.

Alan, “Barracita” para los colegas de su padre en la comisaría, era la encarnación del servicio.
Durante cinco años patrulló la comunidad de Oblatos y luego monitoreó las cámaras del C5, siempre con una solidaridad y un entusiasmo que —aseguran sus compañeros— dejó una huella indeleble.
Su vocación era genética: don Luis Ramón, su padre, lleva 28 años en la fuerza. “Ya casi me jubilo yo —les presumía a sus compañeros—, pero voy a dejar a mi hijo y él va a seguir mis pasos”.
El día en que todo cambió
Pero el guion de esa vida de servicio se quebró de la manera más abrupta. Un aneurisma cerebral reventó, provocándole una convulsión masiva.
Tras una semana de lucha, Alan fue declarado con muerte cerebral el pasado lunes 1 de septiembre.
En la quietud devastadora de esa habitación de hospital, su familia encontró un faro en medio de la oscuridad: el propio deseo de Alan.
Inspirado por las pérdidas recientes de su tía y su abuela, había comentado en más de una ocasión que, si le pasaba algo, quería donar sus órganos.
El 2 de septiembre, mientras su corazón dejaba de latir, comenzaba su misión final.

Alan donó riñones, hígado, córneas, piel y huesos. Seis personas recibirían el llamado que cambiaría sus vidas para siempre.
“Pudo ayudar a más gente aún muerto —comentó su padre, don Luis—, y es lo que hacía él siempre: ayudar a otras personas antes que a él mismo”.
La decisión de la familia Álvarez no fue un acto aislado de heroísmo en soledad. Fue, aunque ellos no lo supieran en ese momento, parte de una ola de generosidad sin precedentes que recorría Jalisco y el país.
Récord de donaciones
En la última semana de agosto, justo en la ventana de tiempo en la que Alan luchaba por su vida, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Jalisco vivió una jornada histórica de donación.
En unidades como el Hospital Regional 180 de Tlajomulco y el Centro Médico de Occidente se concretaron 13 donaciones multiorgánicas.
La máquina se puso en marcha. Coordinadores, enfermeras, cirujanos y trabajadores sociales activaron los protocolos con una eficiencia conmovedora.
El resultado fue abrumador: 54 pacientes en lista de espera, cuyas vidas pendían de un hilo, recibieron un trasplante.
Entre ellos, un bebé de apenas un año y cinco meses en "urgencia cero" de hígado (expresión que se utiliza cuando un paciente se encuentra en riesgo inminente de muerte, en caso de no recibir un trasplante), que tenía apenas 48 horas para recibir el órgano que lo salvaría, y adultos de hasta 65 años que volverían a ver gracias a una córnea.
Nubia Denisse Avilez Pacheco, jefa de área de Donación del IMSS, lo atribuyó a un esfuerzo colectivo: “Al fortalecimiento de la difusión de la cultura de donación tanto al público en general como a los profesionales de la salud”.
Jalisco, junto con estados como Ciudad de México, Guanajuato y Sonora, se convertía en ejemplo nacional.
Dar vida tras la muerte
La historia de Alan Jair Álvarez se entrelaza así con la de otros 13 donantes anónimos y sus familias, quienes en los mismos días eligieron la luz en medio de su propia oscuridad.
Su caso no es solo el de un policía ejemplar que en vida cuidó a su comunidad y en muerte siguió protegiendo vidas. Es también el símbolo perfecto de un despertar social.
Don Luis, desde su dolor, encontró consuelo en la acción de su hijo y se convirtió en un vocero involuntario pero poderoso de la causa.
“Mi recomendación es que se animen a donar órganos porque en realidad no se va, se queda con otras personas y da vida a otras personas. Eso a mí sí me llena de mucho orgullo”, dijo a MILENIO.
Alan no patrulla más las calles de Guadalajara, pero su legado recorre el país en forma de vida.
Siempre recordaremos a Alan Jair Álvarez Andrade como un hermano y héroe que se convirtió en esperanza de vida para más personas. pic.twitter.com/MIhw6KWbxR
— Policía de Guadalajara (@PoliciaGDL) September 2, 2025
Su corazón de servidor público late ahora en seis personas diferentes. Su historia y la de la jornada histórica de Jalisco son un mismo relato: el de un México que, con dolorosa elegancia, aprende que la verdadera solidaridad no conoce fronteras, ni siquiera la última de todas.
La muerte de Alan no fue un punto final, sino un poderoso signo de multiplicación. Su último servicio fue, quizás, el más importante: ser la chispa que enciende la conciencia de todo un estado.
MC