La cardióloga Rosa Ma. Vargas Guzmán no había notado que comía pan cuando estaba feliz, triste o cuando no tenía claro lo que sentía. Atacaba una bolsa sin piedad y sin hambre. No fue hasta que comenzaron los círculos de apoyo que notó el por qué.
“Mi abuelita, quien de pequeña me daba mucho amor, siempre cocinaba pan. El olor me llenaba de amor. Buscaba la sensación de su abrazo. Hay muchas cosas que se sacan en terapia”, comparte en una entrevista.

Como persona que padeció obesidad —enfermedad que, según la Secretaría de Salud, padece casi una tercera parte de la población en México— entender que su padecimiento iba mucho más allá de los números que marcaba la báscula (y lo mucho que influía su relación con la comida) hizo mucho más llevadero el proceso clínico.
“Por mucho medicamento que pude haber utilizado, al dejarlo, si no hubiera trabajado esto en terapia, yo seguiría buscando el cariño en el pan”, comenta.
La obesidad y la salud mental
Por miedo a incomodar, a ser vista, la alberca, el cine y hasta un abrazo se volvieron territorios hostiles. Mientras su cuerpo iba abandonando espacios, la doctora Vargas recibía los mismos consejos por parte de sus colegas: “Haz ejercicio y baja de peso”.
Pero incluso intentarlo conllevaba un esfuerzo mental: la angustia, vergüenza y frustración por no poder hacer un ejercicio la llevaron a desistir en más de una ocasión.
Por ello, cuando comenzó a brindar asesoría a pacientes con obesidad en su clínica tuvo claro algo: no bastaban los chequeos mensuales, ni las dietas diseñadas por los nutriólogos, se requería un acompañamiento psicológico.
“Si las personas que viven con la otra enfermedad, que es alcoholismo, hacen en grupos, platican entre ellos y pueden hacer una red de apoyo tan fuerte que les ayuda a salir o a sobrellevar o a mantenerse en sobriedad, pensé que esto podría también funcionar”, explica.

Así comenzaron las reuniones virtuales de los miércoles a las siete. Todas dirigidas por la especialista en logoterapia con enfoque cognitivo conductual Ángela Trejo.
“Cuando se tiene obesidad, muchas personas se aíslan. Se consideran personas atacadas. Son personas que han llegado a sufrir bullying en la infancia. (...) Entonces, lo que buscamos es que cada paciente se sienta comprendido porque a veces, desde en la casa, no nos sentimos comprendidos, porque se nos juzga, se nos critica”, explica la psicóloga en una entrevista con este medio.
La obesidad es una enfermedad mucho más compleja de lo que se vislumbra. Las investigaciones han encontrado que está conectada con la depresión y su relación va en ambos sentidos: una puede llevar a la otra.
Los estudios señalan que las personas con obesidad tienen entre un 18% y un 55% más de probabilidades de desarrollar depresión, mientras que el riesgo de ser clasificado como obeso en personas con depresión aumenta entre un 37% y un 58%. Los estudios plantean que esto puede manifestarse más en mujeres que en hombres, aunque la edad y el tipo de depresión son factores que también influyen.
Por otro lado, en 2023, un estudio enfocado en Austria encontró que a 2 de cada 5 personas con sobrepeso u obesidad se les diagnostica un trastorno psiquiátrico, especialmente trastornos del estado de ánimo, de ansiedad, del espectro psicosis o de la alimentación.
"El estrés también nos puede llevar a comer de una forma no habitual. Los atracones también son una realidad, pero muchas veces la gente no sabe por qué. En terapia explicamos qué está pasando en los neurotransmisores, en la química del cerebro y qué es lo que les está motivando a comer de esta forma", añade Trejo.
Más allá de lo aparente: lo que hay detrás de la obesidad
En muchas ocasiones, tratar la obesidad resulta en una labor arqueológica: se excava en el pasado y los antecedentes del paciente. Más allá de la comida, la falta de actividad física, enfermedades como algunos tipos de cáncer, o la predisposición genética, hay otros factores que pueden detonarla, entre ellos, los psicológicos.
“En la experiencia que llevo, con las narraciones de mis pacientes, la mayoría han venido de un abuso sexual. Comer de esta forma los hace sentir que se están protegiendo. Realmente hay una barrera. Y esa barrera puede ser demostrada de muchas formas. En ocasiones han sido abusos sexuales, en donde las personas piensan, creen que por culpa de su cuerpo les ocurrió lo que enfrentaron”, comenta.
Otro factor importante en la edad adulta son las relaciones inestables, pues, como explica la especialista, la insatisfacción o la imposibilidad de dejar a una pareja pueden incentivar conductas autodestructivas. Ambos casos en sí, reflejan el complejo lazo que existe entre la alimentación y la salud mental.
“Si pudiéramos atacar de fondo, desde la ansiedad, depresión, estrés, creo que no habría tanto sobrepeso en nuestro país”, asegura la especialista.
El acompañamiento psicológico que se brinda en los círculos de apoyo no sólo busca motivar a los pacientes, sino también ayudarles con herramientas para el manejo y la identificación de sus emociones.
Un tema recurrente por ejemplo, es el hambre emocional, que no responde a una necesidad física sino a la búsqueda de algo que permita regular el estrés, la tristeza, el aburrimiento o la ansiedad.
Aparece de forma repentina y urgente: se necesita comer ya, y además suele demandar alimentos específicos, como dulces, pan, refrescos o papas.
“¿Por qué? Porque hay una respuesta inmediata en el cerebro y esto genera dopamina. Y la dopamina pues es una hormona que nos da placer. Entonces, al tener este placer, pues quiero más. Y justamente por eso empiezo a comer de forma excesiva”, añade la psicóloga.
El hambre fisiológica desaparece una vez que ha sido saciada; la emocional persiste incluso después de comer, porque lo que se busca no es llenar el estómago. Reconocer estas diferencias permite tomar decisiones más conscientes sobre cuándo, qué y por qué se come.
LHM