EN EL TONO DEL TONA
Rafael Tonatiuh
“Caminante, no hay camino, sino Estrellas en el bar.”
El Profesor Sabelotona, Guadalajara, FIL 2015.
Afinales de enero de 2014 dejé de chupar. Asistí a una junta de información de un grupo de AA, quedé convencido de que era alcohólico y comencé a asistir a juntas semanales, contando mis testimonios (luego me regañaron porque hacía reír a la concurrencia, cuando mi deber era "trasmitir el dolor causado por mi enfermedad").
Yo solo ingiero tequila blanco (y algunos mezcales: cuish, minero, tepextate) por su sabor vegetal, característico de la planta del agave azul; los añejos y reposados no solo son más caros, sino que saben a mueble de madera barnizado con caramelo.
Tengo una lengua fabricada con tecnología de punta y en la punta de la lengua puedo detectar la más minúscula partícula de alcohol que no haya salido de un maguey. A mí podrán venderme una tarjeta de crédito, sacarme una donación al Teletón y afiliarme al Partido Humanista, pero en eso no pueden engañarme. El tequila adulterado pica, patea y sabe a alcohol puro.
Yo bebo por el sabor, no por el efecto de la borrachera. Si existiera un Tequila Zero seguro lo compraba, pero como no lo hay, a mediados de este año tomé una decisión: dejé el grupo de AA y adquirí una botella de tequila, tan solo para tomar un traguito después de la jornada, sin llegar a esa obsesión-compulsión donde ya no puedes parar, diciendo y haciendo cosas espeluznantes.
Me pavoneaba en el Soriana buscando jamón de pechuga de pavo, pasé por el Departamento de Vinos y Licores y vi un tequila blanco que no conocía: Don Nacho, con la leyenda: "100% de agave" a un precio razonable (cambiando el jamón de pechuga de pavo por uno Virginia de oferta). Saqué mi smartphone y busqué por internet información de ese tequila. Su origen tiene que ver con un productor de agaves de hace 30 años, pero sin fabricar tequila, que luego se asoció con otros ejidatarios y ahora producen un tequila orgánico mediante métodos tradicionales. Lo compré y me sorprendió su sabor de miel silvestre con la fuerza de una mangana.
La idea es que la botella durara un mes, pero me duró solo una semana, así que decidí comprar botellitas chicas, como la de 375 milímetros de Orendain Ollitas blanco, que está a 27 pesos en una vinatería de la que me reservo su nombre (y no por evadir la publicidad, pues ya se habrán dado cuenta que este texto tiene más comerciales que una entrega de los Oscar, sino porque no quiero que se las lleven y se acaben).
Una noche se me acabó mi botellita. Como en las tiendas de autoservicio de 24 horas solo venden cuartitos de tequila reposado, decidí explorar las vinaterías que se encuentran por mi zona de la colonia Portales (y que son muchas), y para mi sorpresa ¡no venden cuartitos de tequila blanco! Solo destilados de agave o mixtos, mezclados con azúcares de vaya usted a saber su procedencia (quizá no cuide mi consumo de alcohol pero mínimamente vigilo mis niveles de glucosa). En una vinatería me dijeron: "Aquí solo tenemos Viuda de Romero". ¿De qué se trata? ¿De exterminar mexicanos para que ya no pidan más empleos? Caminé y caminé, recordando que en una vinatería una vez me vendieron un cuartito de Jimador blanco que venía en la promoción de una botella conmemorativa de a litro (hasta decorada de azul, tipo talavera), pero no hallé nada decente. Parecía como si hubiera recuperado la obsesión-compulsión del alcoholismo, pero sin un auténtico alcoholismo, pues si mi intención fuera emborracharme compraría tequila reposado, brandy Don Pedro, vodka Karat, Anís del Mico, Tonayan o cualquier cosa de a cuartito (pues llevar más de medio litro ya es alcoholismo).
Después de una hora, entré sudando a una taquería, ordené y busqué información de los pocos tequilas que me daban menos desconfianza: San Matías blanco y 3 Caballos; no había forma de salvarlos ni en foros, blogs, Wikipedia, opiniones de Yahoo, etc. Esa noche me acosté desilusionado porque seguramente en Turquía es más fácil encontrar un cuartito de tequila blanco que en mi mismísimo México.
Al día siguiente conté las botellitas vacías y me di cuenta de que sí, ya perdí el control (algunas de ellas, incluso me recordaron que volví a ponerme impertinente). Hace unos días, cerca de la redacción de MILENIO, escuché que alguien gritaba cosas confidenciales; miré hacia arriba, pensando que se trataba del ensayo de una obra, pero era un grupo de AA. Quizás sea una señal.
Hago daño, me hago daño y cuesta una lana, mejor volveré a ponerle el tapón a la botella (pero no en diciembre, mes en el que tampoco me pondré a dieta, tampoco hay que ser demagógicos). Mejor el año que viene agarro una obsesión-compulsión hacia algo positivo: el trabajo, el deporte, la lucha social, y fumaré mariguana (que al cabo ya casi es legal y quizá la encuentre con mayor facilidad que un cuartito de tequila blanco).