El regio es alegre y orgulloso. Desde tiempos ancestrales ha vencido cuanta adversidad se le ha atravesado. Está en su código genético. Aunque gran parte de ello es por una mentalidad de acero que, apoyada con la música, recarga el espíritu en los pasajes más oscuros.
Desgraciadamente, hoy, la música, ha dejado de sonar.
Después de recorrer cruceros como Cuauhtémoc y Ocampo, descubrimos que los mariachis no llegaron a tocar. Tampoco los que aguardan clientes en Pino Suárez y Reforma, ni en Cuauhtémoc y Reforma.
Tras una búsqueda exhaustiva, solo encontramos a Manuel Hernández, quien desde hace 15 años convirtió su pasatiempo en un modus vivendi. Aunque hoy, éste es incierto.
Desde hace una semana no ha tocado, lo que vuelve complicado llevar el sustento a casa, donde lo aguardan dos hijos, uno de ellos con trastorno del espectro autista.
No es la primera vez que Manuel pasa tiempos difíciles desde que decidió ganarse la vida al son del acordeón. En la época de la violencia el trabajo también disminuyó, pero no de forma tan drástica.
La alegría que el músico debe poseer en el espíritu es a lo que Manuel se aferra. Una esperanza que, aunque escondida, grita a todo pulmón con tal de no apagarse. Porque, pese a que no haya institución que le ayude, ni autoridad que lo socorra, sabe que habrá un mañana donde las notas volverán a sonar.
Aunque su mirar denota cierto temor porque, mientras llega ese día ¿cómo soportar hasta que la tormenta desaparezca?