La migración infantil creció de manera alarmante en los últimos años, con registros de hasta 150 mil niños migrantes, de acuerdo con datos de las oficinas de Estados Unidos encargadas del control migratorio.
Jaime Tamayo, jefe del Departamento de Estudios sobre Movimientos Sociales de la Universidad de Guadalajara (UdeG), explica que las causas de este fenómeno son múltiples: pobreza, violencia y despojo de tierras en los países de origen, así como la esperanza de mejores oportunidades económicas en el país del norte. Sin embargo, el académico subraya un aspecto que rara vez se menciona: las condiciones de explotación laboral a las que son sometidos estos menores en territorio estadounidense.
“No se trata solo de familias que emigran huyendo de la violencia o la pobreza—afirma Tamayo Rodríguez—, sino de un fenómeno documentado en diversos estudios: la contratación de niños en condiciones de semiesclavitud por parte de empresas, algunas muy conocidas en la industria”.
Estos menores, en su gran mayoría centroamericanos, trabajan jornadas de hasta 12 horas en actividades que pueden ser peligrosas, sin regulación ni protección laboral. Lo más alarmante, según el especialista, es que las sanciones para estas empresas son mínimas o inexistentes. Estados Unidos, que se presenta como el gran abanderado de los derechos humanos, nunca ha firmado la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas.
“No la firma porque ha encontrado en la niñez migrante una veta de explotación importante”, enfatiza Tamayo, quien también señala que es fácil identificar a los menores migrantes en los sectores laborales más precarios. “No verás a niños anglosajones haciendo estos trabajos, pero sí a niños centroamericanos, sin derechos y sin protección”, añade.
Migración infantil se intensifica
La migración infantil no es un fenómeno nuevo, pero se ha intensificado en el siglo XXI. El patrón común inicia con la salida del padre, quien, tras establecerse y conseguir empleo, busca la forma de reunirse con su familia. En 2019 se calculaba que la migración infantil anual superaba los 100 mil menores, y para 2020 esta cifra había ascendido a más de 150 mil.
Estos niños no solo carecen de los derechos laborales que protegen a los trabajadores estadounidenses, sino que además están expuestos a condiciones de explotación especialmente severas; “Es mucho más fácil pagarles salarios más bajos, imponerles jornadas más largas y condiciones más duras”, advierte el académico.
Pese a la retórica agresiva contra la migración que ha caracterizado a figuras políticas como Donald Trump, los datos muestran una realidad distinta.
Durante su primer mandato (2017-2021), Trump ordenó 766 mil repatriaciones, cifra considerablemente menor a las 2.8 millones llevadas a cabo bajo la administración de Barack Obama.
“Trump es un personaje que aplica un método de negociación empresarial agresivo—explica Tamayo Rodríguez—. Amenaza, exagera, genera miedo, y luego negocia en una posición de fuerza para obtener la mayor ganancia posible. Pero en los hechos, expulsó menos migrantes que el premio Nobel de la Paz, Barack Obama”.
Recientemente, la presidenta Claudia Sheinbaum informó que, entre el 20 y el 26 de enero, México recibió 4 mil 94 personas deportadas desde Estados Unidos, la mayoría mexicanos, aunque sin representar un aumento significativo en comparación con otros periodos.
La economía estadounidense depende en gran medida de la mano de obra migrante, lo que hace poco viable una política de deportaciones masivas.
“Parte de la agricultura norteamericana no podría sobrevivir sin trabajadores migrantes—señala el académico de la UdeG—. En la industria de la construcción y la restaurantera ocurre lo mismo: no hay anglosajones dispuestos a ocupar esos empleos”.
Para la economía estadounidense y el capitalismo global, deportar trabajadores indocumentados no es una estrategia rentable. “No van a expulsar a 11 millones de migrantes”, dice Tamayo, aunque reconoce que el discurso político puede endurecerse para generar presión y capitalizar votos.
Lo preocupante es el impacto que esto pueda tener en las condiciones de los migrantes, especialmente los menores.
“Ya vimos las jaulas hace ocho años—recuerda—. Probablemente, las volveremos a ver, y probablemente seremos testigos de medidas aún más crueles contra la niñez migrante”, finalizó.
MC