Entonces las dolencias en ingles, colon y testículos se vuelven animales, y como antes de la pandemia te estabas atendiendo en el Hospital General, se te ocurre regresar, sólo que esta vez te presentarás en urgencias. Para sortear el nido del Covid-19 al que vas a ir a meterte, te has armado de cuatro cubrebocas quirúrgicos, de unos googles oscuros que te dan la apariencia de una mosca, y de una suerte de casco-careta que te hace ver como si fueras un personaje de Odisea del Espacio. Y más tarda el taxista en llegar al hospital que en lo que te desengañas: un joven médico que “ya se enfermó”, y por eso te dice que no usa cubrebocas, te avisa que no hay doctores. “Todos están ocupados con los enfermos de Covid”, te dice el joven y te sugiere ir al centro de salud de tu barrio. Estamos a mediados de julio.
En el centro de salud esquivas un enjambre de personas que cargan fiebre, tos, moco. Cuando al fin te atiende un médico, le resumes tu historial clínico: que desde el año pasado vienes arrastrando un alto nivel de antígeno prostático; que también te diagnosticaron una hernia inguinal en la ingle derecha, pero en la izquierda traes una inguinoescrotal; y que desde joven acarreas colon irritable. El médico te abre un expediente, te revisa, y ya luego te dice que en el centro de salud no hay laboratorio, no hay ultrasonido, no hay especialistas, no hay rayos X, o sea, no hay nada. Te receta medicamento para el ácido úrico y el colesterol, que también los tienes descontrolados.
Como necesitas resolver lo más importante, consigues cita con un urólogo que te dice que sanarás mastrubándote. Otro que te atiende por videollamada cree que todos los dolores que sientes se deben a una prostatitis pero que no es de peligro. Los siguientes días telefoneas a hospitales privados para calcular cuánto desembolsarías por una biopsia de próstata y cuánto por una cirugía de hernias. En el Hospitalito de la colonia Morelos es donde te sale más barato, pero crees que puedes acabar más enfermo. Si pagaras renta, sabe por qué lo piensas, estarías ahora viendo a quién venderle el alma.
Cuando sólo falta que te caiga un rayo, “un contacto” te da de alta en el IMSS. Entonces acudes a tu clínica, donde el policía que custodia la puerta te cuestiona y enseguida valora que lo tuyo no es urgente. Te sugiere irte a casa. Ya estamos a fines de julio.
En agosto regresas al IMSS, sólo que ahora te presentas en urgencias. En la sala hay un joven albañil, llorando, con el brazo hecho añicos, y también hay viejos que necesitan urólogos, traumatólogos, ortopedistas, oncólogos, necesitan todo. Si a ellos no los han atendido, tú que no sangras ni llegaste en silla de ruedas tienes menos posibilidades. Vago como eres, te las ingenias para que una doctora vea tu caso. Te dice que si ella te manda a La Raza para cirugía, seguro te contagiarías, y se queja de que el contagio está muy alto porque la gente no se cuida. Entonces te das cuenta de que si las personas le temieran al virus, por nada de esto estarían pasando los enfermos como tú. “Te van a operar hasta que se te pongan negras las hernias o hasta que llegues muriéndote”, se sincera contigo la doctora. “Haz tu vida y aguántate lo más que puedas”, te sugiere. Con lo de la próstata y con lo del colon no puede ayudarte. Termina por proponerte que mejor vayas a un hospital privado. Agradeces su honestidad.
Después de volver de una terapia de biomagnetismo, hablas al Hospital General y te dicen que siguen sin atender a los otros enfermos. “Pero si quieres darte una vuelta”. Te la das. Te plantas frente a los policías y les inventas que vienes a tu cita en urología. Entras. Una enfermera mal humorada te solicita el pase de la última cita. Finges buscarlo. Le muestras un par de pases antiguos, de antes de la pandemia. “Debí perderlo”. La enfermera tuerce la boca. Por el Whatsapp manda a llamar a un par de urólogos que fueron a fumar. Te escuchan, te auscultan, te mandan a hacer estudios que tendrás que pagar y te citan para finales de agosto.
Fines de agosto. Aprovechas que has podido acceder a los urólogos para buscar a un gastroenterólogo. El colon te está matando. Das con un gastro, pero te recrimina que no hay citas hasta octubre. Te diriges con una enfermera y le dices que te dijeron que ella puede darte la cita que necesitas. Te responde que sí, para tu sorpresa. “Déjame ver si de una vez te atienden”, te dice. Un minuto después regresa y te hace pasar con el gastro que te había reprendido. Estás de suerte. Por tu última colondoscopia, que fue a principios de año, el médico concluye que sólo padeces de un colon irritable que se agrava en tiempos de mayor ansiedad.
Regresas con los urólogos. Afuera del hospital observas a muchos adultos mayores enfermos que no son recibidos. Te sientes mal porque quizá lo tuyo, lo de la próstata, sea una tontería al lado de las enfermedades que los aquejan. “Vénganse hasta el 1 de diciembre para sacar cita en 2021”, les dicen. Cuando sepas que no tienes nada en los testículos, y que tus niveles de colesterol y ácido úrico están en rango, el futuro se te hará menos apocalíptico. Falta la cirugía de las hernias, sólo que hoy es tu cumpleaños y por un rato te olvidas de que no es bueno enfermarse en tiempos de pandemia.