Angélica Rojas soñó desde niña con ser policía. Le gusta ser un ejemplo para su familia, sus hijos y los ciudadanos. Su vocación, dice, es proteger y servir. A sus 33 años es directora regional de la Policía Auxiliar, suele tener a su cargo hasta dos mil elementos policiacos.
El jueves 2 de octubre le tocó ponerse el casco, las rodilleras y el escudo para acompañar la marcha del 57 aniversario de la matanza estudiantil de Tlatelolco.

Ese día salió muy temprano de su casa, antes de las 05:00 horas. Les dio un beso a sus hijos y les prometió volverse a ver por la noche. No sabía que llegaría con moretones en las piernas y en el pómulo izquierdo.
En entrevista con MILENIO, recuerda que ella percibió que la marcha no sería como la de otros años. En Eje Central y 5 de Mayo, los ánimos se comenzaron a calentar contra los uniformados que acompañaban la movilización monitoreada las conductas del llamado “bloque negro”.
“Lanzaban más cosas, pirotecnia, pintura, gas pimienta. Ya se les veían otras intenciones, incitarnos para que nosotros contestáramos, pero nunca les contestamos ninguna agresión”, detalla.

Al llegar al Zócalo, las cosas se salieron de control. Arrinconaron al contingente de uniformados y quedaron a expensas de los proyectiles de los embozados.
“Nos empezamos a replegar hacia atrás. Y a aguantar, o sea, estábamos aguantando, estábamos conteniendo. Había que mantener la calma”, expresa.
¿Es difícil mantener la calma en esos momentos?, se le pregunta.
“Cuando lo tenemos claro, no. No es difícil. Te mentalizas. Tenemos varias líneas de contención y tenemos que estar para que no se rompa la línea. Es un trabajo en equipo”, explica.
Aunque no conocía los nombres de quienes estaban junto a ella, sabía que todos juntos eran uno solo.
“Somos la Policía de Tránsito, la Policía Metropolitana, la Policía Auxiliar, la PBI, pero en ese momento no, o sea, somos una sola Secretaría. Entonces tenemos que estar codo a codo. Nos sentimos fuertes. Todos son nuestros compañeros”, afirma.
Debajo del techo de escudos que formaron entre todos, mientras les caían toda clase de objetos y recibían toda clase de agresiones, dice que todo parecía lento.
“La verdad, no tenemos noción del tiempo. No te puedo decir ni siquiera cuánto tiempo estuve ahí. Porque es hasta que se cansan. Hasta un minuto es mucho. Solo pensaba en que saliéramos todos bien y transmitirles a mis compañeros, seguridad, la fortaleza. Y decirles que aquí estábamos y que, así como entramos, todos salimos, que se sintieran bien, porque somos compañeros”, recuerda.
Desde ahí, desde su resguardo, Angélica reconoce que alcanzaba a ver algunas expresiones de los encapuchados. Sobre todo, de los ojos.
“Tienen coraje. Pero no sé qué intención sea la que tengan ellos, porque no piden nada, solamente llegan a hacer destrozos”, reclama.

Pero hubo un momento en que la línea de escuderos se rompió porque los golpes eran muchos, con tubos, con palos, con palas. Fue cuando Angélica sintió miedo.
“Es natural. Somos seres humanos. Tenemos que sentir miedo, pero eso te hace crear fortaleza. Sentí miedo cuando nos rompen la línea, nada más. Pero es momentáneo, porque dices ‘quiero llegar a mi casa’”, reconoce.
“Cuando nos separamos es porque se avientan sobre nosotros. Y empiezan con los conatos de incendio, nos rocían la gasolina, no sabemos por dónde nos va a llegar o quién de nosotros se va a prender primero”, lamenta.
Junto a ella vio prenderse a varios de sus compañeros.

Ahora, recuerda que cuando todo acabó, cuando se retiraron de allí y se quitó el casco y la protección, sólo agradeció que no hubo ninguna pérdida humana.
“Estamos bien. No se reportó nada y, la verdad, fue nuestro buen trabajo. Nuestra respuesta tiene que ser siempre en apego al protocolo. Y el protocolo es que nosotros somos de contención, no somos agresores. Nuestra mentalidad es otra, el gobierno es otro. No somos esos policías de hace 57 años. Lo demostramos ayer”, asegura la jefa policiaca.
HCM