Luego de la Operación Liberación, que autoridades del Estado de México respaldadas por fuerzas federales, emprendieron contra la narcoeconomía del sur estatal, los pobladores, resignados por años a la desgracia y el miedo cotidianos, fueron testigos de un hecho inusitado: recibirían un poco de lo que les había arrebatado el dominio criminal del acaparamiento y la extorsión.
Al menos un bulto de cemento, un cerdo, un pollo… algo que hasta hace apenas unos días estaba fuera del alcance de sus bolsillos por la inflación que produce el miedo.
El gobierno determinó llevar a cabo la entrega de ganado y productos, todo lo incautado a “un grupo criminal con orígenes en Michoacán”, como las autoridades se refieren a La Familia. Esto era parte de las secuelas del embate al cártel.
El pollo para un caldito
Con un pelotón de soldados y policías MILENIO llegó a la comunidad de El Sauz, en Tejupilco, donde se asienta la granja “Maxipollo”, que albergaba más de mil gallinas y resguardaba costales de alimento.
Aquí, familias enteras hicieron fila con bolsas, costales y hasta rejas para llevarse las aves. No hubo lista ni folio; había hombres y mujeres de todas las edades. Quien alcanzaba a entrar, podía tomar con sus propias manos una gallina. Algunas ya mostraban signos de debilidad o enfermedad.
"Sí, se están muriendo los animalitos, mejor nos lo llevamos y nos lo comemos", señalaba una mujer mayor mientras trataba de atrapar el suyo.
"Está bien, nos están dando el pollito, nos dan el pollo para hacernos un caldito", comentó otra vecina, mientras satisfecha sostenía al ave por las patas.
Para ella y para la gran mayoría, esa ayuda no es menor: “Está caro el kilo de pollo, la pechuga está en 150, 160 pesos”.
Los rostros de quienes salían con gallinas en brazos eran distintos a los que se observaron en otros sitios de entrega. Aquí hubo alivio, aunque fuera momentáneo, en una zona históricamente marcada por la pobreza, ahora acentuada por el yugo del narco.

La granja donde los cerdos volaron
Uno de los destinos de este convoy, que tenía un aire de justiciero, fue la comunidad de Salto Grande, en Tejupilco. Ahí, según los registros de la Fiscalía, había una granja asegurada con más de 60 cerdos que serían entregados a los pobladores como apoyo alimentario.
El sitio, conocido como "Pollo Lodo Prieto", había sido intervenido un día antes, arrebatado a la delincuencia por tratarse también de un narconegocio de acaparamiento y extorsión. Estaba marcado con sellos oficiales… pero sin custodia.
Cuando los agentes del Ministerio Público y personal de Bienestar llegaron, el lugar ya estaba vacío.
Durante la madrugada, por accesos alternos, habían ingresado personas que se llevaron a los animales. La diligencia fue suspendida. Se inició una carpeta de investigación, pero para los vecinos de comunidades cercanas que llegaron con la esperanza de recibir un cerdito, no hubo más que desilusión.
Una mujer que esperaba paciente en la entrada desde hacía mucho rato explicaba, decepcionada: “Escuchamos que viniéramos, que estaban entregando cerditos… pero pues ya no”.
Para muchos de los que hacían fila, con sus vestimentas humildes y algunos con sus tradicionales huaraches de cuero, esta entrega habría significado un respiro.
El alza de precios ha golpeado con fuerza en la región: “Antes una res se vendía en 8 mil pesos; ahora cuesta 18 mil. El kilo de carne, que antes estaba en 90, ya anda en 170”, dijo un hombre de sombrero, con gesto resignado, mientras se preparaba para retirarse con las manos vacías.
Texcaltitlán: borregos y reclamos
Más adelante, en Acatitlán, municipio de Texcaltitlán, otro cargamento esperaba: 50 borregos y dos perros.
El sitio, conocido como "Báscula Don Celes", también fue asegurado días atrás. La fila de pobladores fue ordenada, aunque uno de los momentos tensos surgió cuando los propietarios del establecimiento pidieron conservar a los perros.
La Fiscalía explicó que, al estar en el inventario, debían entregarse también.
“Pues ni modo, si así es, nos formamos como todos”, respondió uno de los empleados del lugar. Finalmente, accedieron. A diferencia de otros operativos, en este sitio no hubo confrontación ni reclamos.
Solo una fila paciente, mezcla de necesidad y curiosidad, en este municipio rural que lleva en su historia, como una cicatriz en el rostro, aquel trago amargo de 2023, cuando su población campesina enfrentó a los narcoextorsionadores y mató a 10 de ellos, dejando la vida de cuatro vecinos en el improvisado combate.
Sultepec: resistencia vecinal
La siguiente parada nos llevó al centro de Sultepec. El plan era entregar carne incautada de una carnicería con razón social “El Gallito”, propiedad de Antonio 'N', detenido durante la Operación Liberación. Pero ahí el ambiente era otro.
Desde temprano, unas 50 personas aguardaban frente al local. Pero no estaban ahí para recibir carne. Indignados, gritaban consignas, portaban cartulinas y reclamaban la inocencia del carnicero. “Antonio es inocente”, decía una señora. “Es una persona de trabajo”, gritaba otra.
Cuando llegaron las autoridades, se desató el conflicto.
La tensión escaló rápido. Algunos vecinos insultaron a funcionarios; otros agredieron a reporteros que documentábamos los hechos. Las puertas del local se abrieron, pero la entrega no se llevó a cabo.
La carne, más de 400 kilos según el inventario, permaneció asegurada. La Fiscalía mantuvo su postura: Antonio está vinculado con la distribución de carne para la estructura financiera de la Nueva Familia Michoacana.

Otra negativa, ahora en San Miguel
En Texcaltitlán, una granja avícola también fue resguardada tras la intervención del 21 de julio. Allí se contaban 11 cerdos, 52 lechones, 15 conejos y cuatro gallinas. Pero al igual que en Sultepec, los vecinos impidieron la entrega ante los rostros desconcertados de los agentes de la ley.
“Llevo 30 años en esto y me han obligado a venderles el pollo. No tengo más opción”, dijo Eleodor, supuesto dueño del predio.
Los habitantes lo respaldaron. “Aquí nadie es delincuente”, afirmaron. Las autoridades, ante la resistencia, decidieron retirarse sin confrontación.
Así es la vigilancia en el sur
Tejupilco, Sultepec y Texcaltitlán están unidos por una carretera que se enrosca entre montañas y zonas boscosas. Se trata de una región con carencias de larga data, acostumbrada a la adversidad económica y a la realidad del cultivo y tráfico de drogas, que la orografía y el clima hacen propicios, pero que reporta grandes beneficios a muy pocos.
La tradicional migración a Estados Unidos se ha dificultado como nunca y, ante la necesidad, muchos han tenido que tomar los infaustos empleos que esa criminal economía subterránea les da como migajas.
Para quienes íbamos en este convoy, que incursionó en la zona donde la presencia de la seguridad del Estado resulta intermitente, y donde el control del territorio no siempre está definido por las instituciones, desde el primer kilómetro la sensación era clara: los parajes son ideales para emboscadas y para vigías que, sin necesidad de armas a la vista, reportan cada paso con un teléfono móvil.
Así ocurrió en varios tramos: motociclistas detenidos al borde del asfalto, con celulares en mano, nos observaban en silencio.
Otros más simulaban llamadas o sacaban fotos. La vigilancia sobre la caravana no se disimulaba. Nadie nos detuvo, pero claramente hay ojos puestos, incluso cuando viajas con las Fuerzas Armadas.
A pesar del aparente blindaje que proporciona un convoy militar, el ambiente nunca es del todo seguro. Es una región donde el control criminal aún se siente, donde el miedo flota en el aire y se cuela en las miradas de quienes se cruzan con el paso de las patrullas.

Una región marcada por el silencio
Lo que ocurre en estos municipios del sur mexiquense tiene una raíz más profunda. La estructura del crimen organizado se ha insertado en lo cotidiano. No solo controla rutas, ganado y alimentos; también impone normas de silencio.
Después del 21 de julio, cuando la Operación Liberación detuvo a ocho objetivos clave y aseguró decenas de inmuebles, se registraron bloqueos carreteros, varios de ellos protagonizados por taxistas. Esta vez, cuando regresamos con el convoy, los taxis desaparecieron de las calles.
No era normal.
Un día antes, Cristóbal Castañeda Camarillo, secretario de Seguridad estatal, reconoció lo que se dice en voz baja: los transportistas son obligados a realizar bloqueos por el grupo criminal.
“Tenemos también otros temas para los taxistas que en algunos casos nos manifestaban que habían sido obligados para realizar bloqueos", dijo.
En Valle de Bravo, siete personas fueron detenidas por obstrucción, pero en esta zona se evitó la confrontación.
El propio secretario también habló de una cifra negra en la región. La mayoría de los delitos no se denuncian. Apenas siete por ciento de las carpetas de investigación en el Estado de México provienen de las regiones norte y sur.
El miedo, la desconfianza y la colusión explican ese silencio.
Además, los vecinos tampoco quieren hablar. En su mayoría, prefieren guardar silencio o murmurar que, después de la vista de medios y la retirada de las fuerzas del orden, todo volverá a ser como antes: volverán a ser sometidos por el crimen.
Entre la ayuda y el vacío
La jornada del convoy concluyó pasadas las tres de la tarde. Volvimos por otra carretera, el grupo se dispersó poco a poco, y cada quien tomó su rumbo.
En la libreta quedaron apuntes de entregas concretadas, otras fallidas, y muchas voces divididas entre la esperanza, el enojo y el miedo.
Entregar pollos, borregos o cerdos no borra el miedo de años ni resuelve la economía de fondo, pero para quienes recibieron algo, significó al menos una comida asegurada.
Para quienes no alcanzaron o vieron frustrada la entrega, solo quedó otra prueba de lo incierto que es vivir en una región marcada a fuego por el control del crimen.
Mañana Dios dirá.

HCM