Cultura

Autómata a la vista

Waymo es un servicio digital de robotaxis de la marca Jaguar. Allison Dinner/EFE
Waymo es un servicio digital de robotaxisde la marca Jaguar. Allison Dinner/EFE

No sé si sea por culpa del cine, las caricaturas o el aldeano que todos llevamos dentro, pero muchos mortales experimentamos una curiosa mezcla de atracción y recelo cuando estamos delante de un robot. Me ocurrió hace unos días en Los Ángeles, al volante de un arcaico auto de gasolina. “¿Tú sí sabes qué es eso?”, pregunté de la nada a mi mujer, no bien sentí la duda carcomerme al ver pasar un cuarto coche blanco, equipado con toda clase de sensores, algunos de los cuales giraban sin parar. “No sé”, titubeó Adriana, burlona, “parecen lavadoras”. “¿Serán de Google Maps?”, aventuré, sin mucha convicción, hasta que ella advirtió, no sin espanto, que al extraño armatoste le faltaba el chofer.

Como buenos rancheros entusiastas, seguimos al vehículo de cerca y eventualmente nos le emparejamos. Viajaba atrás un pasajero solitario, a quien seguramente ya no le asombraba que el volante girase por su cuenta, pero lo cierto es que dimos un brinco más propio de película de horror que de ciencia ficción. De pronto nos miramos como ya preguntándonos qué clase de confianza necesitas para poner tu vida en manos de un autómata. Una pregunta boba, en realidad, si tomamos en cuenta que buena parte de nuestra existencia —el avión de regreso, en este caso— depende en gran medida del buen funcionamiento de un verdadero ejército de máquinas robóticas.

Hizo falta recurrir al teléfono inteligente para saber que Waymo —el logo impreso en la carrocería— es un servicio digital de taxis, o más exactamente robotaxis, de la marca Jaguar. Subir a uno es tan fácil como instalar la aplicación electrónica, ingresar unos cuantos datos personales, escribir un destino y esperar a que venga el androide por ti. Todavía intimidados por el arribo súbito de un futuro que creíamos distante, estacionamos nuestro carromato y topamos con un microvagón de cuatro ruedas, algo más grande que una hielera, perfectamente autónomo y equipado con luces delanteras que simulan dos ojos parpadeantes, rodando muy orondo por la acera.

Viéndolo con más calma, aquel robot rodante se conducía con una vacilación similar a la nuestra en ese instante. De haber sido persona, juraría que estaba muy intimidado, pues no sólo avanzaba demasiado despacio, sino que se frenaba ante cualquier obstáculo cercano —nosotros, por lo pronto—, respetaba en extremo los cruces peatonales y titubeaba al retomar la marcha. Como si fuera nuevo en la ciudad y todo en ella le causara pánico. No es difícil, por cierto —aunque suene tan ñoño como es— experimentar una rara piedad por el pequeño automotor cuadrado, cuya desprotección luce aún más evidente a los ojos de un habitante de la Ciudad de México. ¿Cuánto duraría viva la inocente criatura en el aventurado territorio chilango?

Buena parte de los androides de banqueta transportan mercancía de Uber Eats. Equipados con una compuerta superior que se abre digitando una contraseña, son —al igual que sus primos, los robotaxis— irreprochablemente civilizados, amén de comedidos, empeñosos, ecuánimes e inmunes a las prisas. Virtudes, a todo esto, nada frecuentes entre su competencia de carne y hueso. Si a muchos de nosotros —chilangos, sobre todo— nos toma media vida descubrir las ventajas de la urbanidad, ellos fueron creados y programados para jamás quebrar un reglamento, por más que al pasajero o al destinatario se le quemen las habas mientras tanto. Y aun si fallan o causan un accidente, lo probable es que sigan perfeccionándose. A diferencia nuestra, hay que decir.

Incluso entre taxistas y mensajeros de conocida peligrosidad, nada seguro estoy de querer habitar un mundo enteramente programable. Una vez más, fascinación y miedo pelean dentro de mí ante la perspectiva de hacer ciertas aquellas fantasías infantiles sobrepobladas de máquinas sumisas y omniscientes, cuyas capacidades prodigiosas bien podrían volverse inapropiadas, quién sabe si fatales, como ocurría en el 2001 de Kubrick, que hasta la fecha tengo por rancia referencia. En cualquier caso, ya no hay vuelta hacia atrás. El futuro se anuncia repleto de robots y lo peor es que son mejores que nosotros.


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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