Sociedad

“Somos la única banda de rock de este gran festival”: Black Crowes en el Vive Latino 2023

Fotos: Jim Soos
Fotos: Jim Soos


Chris Robinson no es mi tipo. Su nariz es muy protagonista para mi gusto, así como las mejillas afiladas por la ley de la gravedad del blues que se frena en su barbilla. Pero al verlo masturbarse con el soporte del micrófono como buscando a Dios en el arado del góspel pensé: qué cabrón, le daría las nalgas aquí mismo. Que me arremetiera con la misma fuerza con la que alarga las sílabas hasta convertirlas en una cuerda más de la guitarra de su hermano Rich Robinson. Esa energía incestuosa de orgasmos de masculinidad tóxica, presencia afeminada y fe ciega por el rock primitivo fue lo que me hizo convertirme al culto de los Black Crowes cuando empecé con mis primeras chaquetas de bachiller escuchando sus cassettes, dándome los videos en los que mezclaban camisas de terciopelo, olanes y chalecos bohemios con mujeres de cabello lacio y reflectores que solo un verdadero rockstar sabe sacarle provecho. Desde luego en mis primeras erecciones ya tenía claro que las mujeres no eran asunto mío. Por eso la sugerente portada del “Amorica” me pone cuando menos nervioso. Pero lo que me brindaba el intenso rock and roll de los Crowes era una aproximación a la intimidad entre hombres. Como si espiara un club de Tobby en el que para no ceder al homoerotismo optan por restregar guitarras como genitales con devoción por las raíces que formaron las nociones básicas del rock.

Cuando vi que uno de los nombres estelares del Vive Latino 2023 eran los Black Crowes, debo confesar que mis expectativas eran dudosas. Había visto en YouTube algunas presentaciones extraídas de la memoria de dispositivos celulares y Chris se le veía sin motivación, desaliñado, con la barba sin despuntar y el pelo grasoso como un hippie atrapado en un bar de karaoke en busca de canciones de los Faces, la banda británica de donde saldría el galán de nuestras madres setenteras, Rod Stewart.

Fotos: Jim Soos 3
Fotos: Jim Soos

Estaba nervioso. Por los Black Crowes, porque su recuerdo prístino y afeitado en mi memoria adolescente no se viera perturbado con el inevitable paso del tiempo. Por mi vejez en medio de la marabunta adolescente. Mientras el Jim y yo nos abríamos paso entre los fanáticos de los Red Hot Chili Peppers, de Amandititita, los Bandalos Chinos, los Pericos o Enjambre, pensaba cómo será asistir a conciertos dentro de tres o cinco años, cuando la mitad de siglo me agarre de las patas. Si es que tengo la suerte de envejecer. Soy tan adicto a los conciertos como al sexo y para ambos necesitas condición física. De las razones por las que trato de hacer ejercicio, aunque la panza se resiste a desparecer. Sé que la cheve no ayuda, pero en los conciertos como en la cama, la cerveza y el aliento que produce me pone duro como una hermosa pastilla de tadalafil.

Me gusta el Vive Latino porque, a pesar de todo, es necio con el imaginario de los toquines de rock chilango. Se respira esa libertad de desmadre sin contención de protocolos e ingenuidad acelerada casi intacto a cuando iba a los conciertos a favor de los zapatistas en el estadio de prácticas de CU o al final del Tianguis del Chopo o en los patios de Neza a mitad de los noventa. Después de un par de vasos de cerveza doble, el Jim y yo nos subimos a las sillas voladoras aprovechando que la fila para abordar no era tan desesperante. Me llamó la atención que a pesar de ser un juego mecánico patrocinado por Aeroméxico todos los edecanes fueran españoles y argentinos, y los únicos mexicanos eran los que nos ajustaban la varilla de seguridad. Hace mucho que no me divertía tanto. Medio borrachos los cambios de latitud de las pinches sillas voladoras se siente como si el intestino grueso se acomodara en los huevos y regresara a su lugar con descargas eléctricas. Al bajar tenía las piernas como gelatina. Más tarde fue irresistible no contagiarse de la esperanza de fuimos a bailar cumbia psicodélica con los Mirlos. Estaba tan sabroso el baile que no quería perderme la mitad del repertorio peregrinando hasta el baño y de regreso. Lo pensé bien y me oriné en los pantalones. Total, se seca en chinga y no podía ser menos grave que aquella vez que fui a una fiesta de watersports en Los Ángeles. Recuerdo que casi todo el piso del gigantesco sexclub gay estaba cubierto de charcos de orines como océanos en los que se acostaban varios tipos con arneses de cuero para masturbarse. Al despertar quería denunciar en el front desk del hotel donde me hospedaba que el cuarto no lo habían limpiado y, al contrario, apestaba a meados. Luego vi que eran mis propios jeans que parecían mingitorios tiesos y andantes. No fue el caso durante los Mirlos. Otra cosa que me gusta del Vive Latino: son de esos festivales donde la gente en verdad está al pendiente de la música y no de qué tan manchado o húmedo llevas los pantalones. No hay que temerle a nuestros propios fluidos.

En efecto, para cuando los Chili Peppers salieron al escenario la entrepierna ya había secado. El único problema es que se siente frío. La mayoría de los asistentes se concentró para ver al Flea contorsionándose con el bajo y el influjo de su lado natural y que solo él puede producir desde sus propias gónadas. Quería echarles un vistazo. He visto muchas veces a los Peppers, pero pocas a Frusciante. Sin embargo, no fue suficiente. Quería estar hasta delante con los Black Crowes. Así que aproveché lo vacío del escenario Indio Escena y llegar al límite de la valla. Hubo tiempo para ir a la barra y pedir tequilas con Squirt sin miedo a perder nuestro lugar. No debíamos ser más de 20 personas, esperando a los Cuervos Negros. Qué pinche gran nombre manchado de garage y grasa, como debe de ser. Pensaba que los Black Crowes son para mí lo que los Stones o los Kinks para los que tenían 17 años en los sesenta. La banda de rock masculinamente tradicional al alcance de mi juventud y la generaciónque me tocó al nacer.

Los nervios me adormecían las manos. A los pocos minutos me encontré al Sami, trabajamos juntos de meseros sirviendo crepas carísimas. También fue de los primeros en apañarse un lugar casi al frente. Con nuestras propinas comprábamos compactos de los Crowes. Me dio un chingo de gusto verlo.

No solo superaron mis expectativas. La primera frase que Chris Robinson soltó antes de entonar la primera rola fue: “Gracias por estar con nosotros, la única banda de rock de este gran festival”. Chingada madre, eso es el rock, lo que ansiaba ver: huevos, soberbia y pleito, confianza y glamour. Cosas que la música de hoy desprecia porque ante todo hay que fingir empatía consumista. Chris Robinson salió con un envidiable blazer brillante en negro aterciopelado, camisa del mismo color y una mascada vaporosa en el cuello que colgaba hasta la cintura también negra. Barba recortada y su cabellera sedosa. Llevaba la madurez y las canas elegantemente bien plantadas. Por supuesto venía con su hermano Rich más un puñado de músicos y unas hermosas coristas que aportaban los coros celestiales en vestidos cobrizos.

Abrieron con “No speak no slave” y de ahí todo fue una secuencia de éxitos. Por supuesto un de los momentos más esperados fue su éxito definitivo “Hard to handle”. Es irresistible no contagiarse de la esperanza de esa canción, pero los Crowes tienen una leyenda propia más allá del cover a Otis Redding. Personalmente iba por “Twice as hard”, mi track favorito por su letra de súplica y coros de dignidad apoyada en un blues poderoso, y en vivo fue un sacramento de rock sureño norteamericano. La concentración de asistentes fue pequeña, pero leal. En pocos conciertos he visto cómo los fanáticos seguían las letras con pulcritud respetuosa, sin washawasheos. Y como lo esperaba, Chris no se contuvo en sus orgasmos vocales improvisados con los que rendía homenajes a la tradición que lo formó como el que eyaculaba en “She talk to angels” o “Thorn in my pride”. Era lo que quería ver. Virilidad determinante e histriónica como la que dilata en otro de sus éxitos “Jealous again” con ese piano perverso y juguetón.

Si algo habría que reprocharles a los Crowes en su paso por el Vive Latino 2023 fue lo dolorosamente corto de su setlist que no llegaron a las diez canciones. Extrañé la angustia sexual de “Conspiracy” y la piedad celestial de “Soul singing”, pero estoy mamando porque en realidad fueron precisos. Sin miedo al placer ni la culpa y mucho menos a la vejez.

Fotos: Jim Soos 2
Fotos: Jim Soos



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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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