Hace ya un rato que algunos gays nacionales no desgranan las apariencias o incongruencias de los partidos políticos, después que éstos hacen un guiño, precario, según mi inevitable desconfianza, a nuestras necesidades.
Basta con recordar cómo a muchos homosexuales les salieron callos en las palmas de la manos de tanto aplaudir cuando ese negocio con razón social Nueva Alianza incluyó parejas del mismo sexo en sus spots televisivos. Miraban a otro lado cada que el hervidero de corrupción fraguado por su fundadora salía a flote: “¡Al menos los de Nueva Alianza tienen los huevos de tomarnos en cuenta!”, me decían, querían que uniera a su entusiasmo. Las fechorías de la maestra parecían no tener peso cívico ante las exigencias (auténticas sin duda) de los ciudadanos homosexuales.
¿Tanta es la sensación de orfandad legislativa que abrazamos cualquier muestra de interés hacia nosotros? ¿Sin leer las letras pequeñas, que bien pueden ser cláusulas de oportunismo y manipulación?
El mosqueo ha vuelto a invadirme cuando me enteré del más reciente disparate del Partido Revolucionario Institucional. Aunque esta vez tuvo sabor más desagradable, como yogurt echado a perder, rancio: el nombrar a esa parodia gore de los implantes mamarios que se hace llamar Sabrina Sabrok como embajadora honoraria de la comunidad lésbica-gay, México-Argentina.
¿Qué carajos tiene que ver un licuado de relaciones internacionales y gramos de silicón con la problemática gay de México? ¿Cuál será el aporte de Sabrina más allá de fungir como la protagonista de los cocteles que en su honor harán varios antros gays con una bandera de arcoíris en sus entradas?
Honestamente no veo al PRI llevar la sinapsis al límite para darse cuenta de cuáles son las figuras con las que muchos gays generan lazos de pertenencia o tipificación. Si cualquier cantante con una simplona discografía de desamor pop descafeinado, cuyo único contacto con la otredad no hetero son una sarta de lugares comunes políticamente correctos, puede ser rey o reina o mariscal de la marchas del orgullo, ¿por qué no colocar a un personaje de excesos domesticados, amaestrados para la pantalla chica (y aparentar una rebeldía a todas luces desabrida) como embajadora?
No terminaba de extinguir las agruras que me produjo la noticia cuando varios gays ya pedían que no fuéramos severos. Por ahí leí que habría que darle una oportunidad antes de juzgarla tan duro.
¿Décadas de marchas para terminar aceptando como representante a una mujer de senos tan intervenidos que seguro asombrarían a los mismos cirujanos plásticos de Nip/Tuck?
Lo tragicómico es que muchos de esos gays que consideran la posibilidad de brindar un voto de confianza a Sabrina, son los mismos que chillan y reniegan de los estereotipos que se promueven justo en esos programas de televisión, donde alguna vez participó (o lo sigue haciendo) nuestra hoy embajadora.
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