Raro, muy raro, que el nombre de un político mexicano aparezca en la prensa internacional, junto a políticos de países de gobiernos autocráticos como Uganda, China, Sri Lanka, Myanmar y Bangladesh.
Es el caso exgobernador de Puebla, Mario Marín. Es parte de la lista de políticos que no podrán, ni ellos ni sus familias, ingresar a los Estados Unidos por haber cometido violaciones graves a los derechos humanos. El poblano es el único caso sancionado por el Departamento de Estado Norteamericano fuera de Asia y África.
La sanción no es por pederastia, sino por violar los derechos humanos de la periodista Lydia Cacho. Como es sabido, Marín envió a la policía del estado a apresar a Cacho en Cancún para llevarla a Puebla, sin seguir los procedimientos legales.
Si vemos la trayectoria de Mario Marín, está lejos de ser la de un autócrata violador de derechos. Fue un político centrado y discreto, hasta que perdió el piso.
Después de ser secretario de gobernación en su estado, y presidente municipal de la capital poblana (1999-2002), y al acercarse la sucesión gubernamental de 2004, las encuestas lo mostraban claramente como el precandidato más fuerte para el cargo de gobernador. No tenía rival, ni dentro de su partido (el PRI), ni en la oposición.
El entonces gobernador, Melquiades Morales, le ofreció un puesto en el gabinete. Marín lo rechazó. Era una cortesía de Melquiades, para darle a su compañero de partido una plataforma más segura hacia la candidatura. Pero Marín no la necesitaba y no la aceptó.
Fue candidato del PRI y ganó la elección de gobernador sin problemas. Cuentan que después de que tomó posesión del cargo alguien de su equipo preguntó “¿qué sigue ahora?”. “Los Pinos”, fue la respuesta.
Ignoro si la anécdota es cierta. Lo que parece cierto es que Mario Marín confiaba demasiado en sí mismo después de su triunfo.
Y vino la catástrofe. Su amigo, Kamel Nacif, se quejó con él de que Lydia Cacho lo implica (a Nacif) en actividades de pederastia. Y Marín prometió “darle un coscorrón a esa vieja cabrona”. Se lo dio. Y lo que siguió no fueron Los Pinos, sino el descrédito, la cárcel, y la prohibición de entrar a Estados Unidos.
¿Habrá quien aprenda de esta lección?
Víctor Reynoso