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Pasos para atrás

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Recuerdo a una investigadora de Brookings, el think-tank más prestigioso del mundo, decir que la productividad era un bicho escurridizo, por las dificultades para medirla. El problema empieza con la definición. Sin embargo, la productividad determina el camino de las economías. Tenemos en México un indicador de la productividad laboral, el IGPLE (Índice Global de Productividad Laboral de la Economía), cuya medición permite, de acuerdo al INEGI, conocer y evaluar la eficiencia del aporte del factor trabajo al proceso productivo. El índice se obtiene a partir del Producto Interno Bruto y del número de ocupados y horas trabajadas en el país.

Los resultados del IGPLE no son nada alentadores y no lo son desde hace mucho. De los últimos diez trimestres, la productividad solo ha crecido en dos. En los demás, decrece. La mayor disminución en este periodo se observó en el segundo trimestre de este año cuando la productividad cayó 1.5% frente al trimestre previo y el índice está en su peor nivel desde 2013.

La revolución industrial que estamos ya viviendo y cuya magnitud aún nos cuesta trabajo dimensionar ocasionará un cambio en los empleos que el país necesitará. Este cambio tecnológico hará que la productividad del capital aumente. Los trabajadores que sean capaces de adaptarse a los cambios serán los beneficiados, para lo cual tendrán que tener habilidades distintas a las que se enseñan hoy en día en las aulas mexicanas.

Hay diversos factores que contribuirían a mejoras en la productividad a nivel macroeconómico. El desarrollo de mejor capital humano, el acceso a energéticos, la aplicación del estado de derecho, aunado a mecanismos de financiamiento más accesibles en costo y disponibilidad sin duda tendrían un impacto en la productividad el país. Pero nada logra mayores cambios en la productividad y en la vida de una persona como el acceso a una educación de calidad.

Lo ocurrido la semana pasada en el ámbito educativo garantizará exactamente lo contrario. El presidente cede ante las presiones de un grupo de maestros y pone a los niños mexicanos en el último lugar de sus prioridades. Valen más las amenazas de un grupo que se ha caracterizado desde hace décadas por sus manifestaciones violentas que el futuro del país. Con esta decisión, la frase del presidente —Primero los pobres— no será más que un slogan. Los pobres, en particular, los niños de familias pobres, quedarán al último.

La educación tiene el potencial de ser el gran igualador de las sociedades. Bien los saben los países nórdicos y así lo demuestran algunos países asiáticos que han apostado por ella. Al regresar el control de la educación a los grupos sindicales, eliminando de la reforma cualquier cosa que les resultara incómoda, el presidente toma de facto una política pública profundamente regresiva. No habrás más evaluaciones, no se hablará más de calidad, competir por una plaza será impensable.

La auto proclamada Cuarta Transformación impedirá que los mexicanos, en particular los mexicanos más pobres, se beneficien de la Cuarta Revolución Industrial. Que no nos extrañe que México no crezca. Que no nos sorprenda que el ansiado desarrollo no llegue. Con estas decisiones, solo damos pasos para atrás.

@ValeriaMoy

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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