A los aparatos eléctricos se le coloca un dispositivo para protegerlos de descargas o variaciones del voltaje: se les llama resistencias. Sin ellas, la energía eléctrica quemaría todos los circuitos porque su naturaleza es fluir repentina sin control.
El propio Einstein hizo analogías entre la electricidad y la política. Si trasladamos el diseño eléctrico a la política la energía equivale a las acciones de gobierno, el aparato principal es la nación y las resistencias son la oposición. La política es más compleja que el entramado eléctrico aún con sus reguladores, capacitores, transformadores y demás. Las resistencias son fundamentales; no hay política sin ellas. Su mirada, opinión y, valga la obviedad, su resistencia obliga al generador de energía a moderarla. La resistencia es control y el control es sobrevivencia. En la Revolución Francesa que fue un frenético caudal de ideas y también de ejecuciones, fueron las resistencias quienes frenaron las decapitaciones y en esa enmienda lograron que trascendieran las ideas originales de justicia. Sin las resistencias la historia daría cuenta de los ríos de sangre y no de los ideales que transformaron la convivencia social contemporánea. Las resistencias políticas saben que su influencia sobre el poder tiene límites pero no así su indignación frente a la corriente que atropella. Su campo de acción son los derechos razón frente a la cual las mayorías no tienen permiso. La resistencia es una molestia para el gobernante pero en el fondo es un aliado. El gobierno que usa el poder para destruir a su oposición, que no la escucha ni respeta, no es un demócrata. No el buen funcionamiento de la Nación. Los ingenieros ya lo demostraron con la ciencia: energía eléctrica sin resistencias provoca incendios.
Tomás Cano Montúfar