Los dueños y programadores de las redes sociales intentan parecerse a la vida real. Han estudiado los patrones de las conductas humanas y a partir esa información hacer su negocio más rentable.
El algoritmo es su herramienta principal. Es el sistema de programación para que el usuario permanezca más tiempo en sus plataformas; para ello le ofrece temas que le interesan, lo enlazan con personas cercanas o atractivas por sus contenidos. Conocen los gustos de la gente a partir de sus visitas o consultas reiteradas. Tienen al cliente cautivo, casi preso. Pero los humanos (aún) son más inteligentes que las máquinas, pero, fundamentalmente, tienen voluntad.
En diciembre han llegado a mi teléfono infinidad de mensajes con buenos deseos, palabras generosas de aliento y bendiciones. Es la época en que el corazón está en modo sensible. Cotidianamente, algunos usuarios candorosos envían por las redes mensajes positivos pero al final del año este hábito se exacerba. Esto revela que los humanos pueden usar a su propio interés los medios.
Especialmente en este año de pandemia los habitantes de la tierra tienen como recurso de defensa frente la amenaza, valores intangibles y profundamente humanos como la palabra, los sentimientos y la sobrevivencia. Todo ello se está reflejando a través de las nuevas tecnologías que esparcen por el mundo esas vibraciones.
Ante el desbordamiento de lo positivo no existe algoritmo que lo pueda alterar, antes bien, la marea buena mueve al algoritmo hacia sus dominios; lo vence. Así como en épocas electorales se ven en las pantallas de celulares la violencia verbal y el encono, en la época de navidad es posibles observar y hasta sentir el calor de un abrazo. Feliz Navidad.