Las razones para no usar un cubrebocas en plena pandemia podrían ser muchas, variadas, lógicas y hasta “justificadas” pero destaca entre ellas una muy grave: falta de empatía o su sinónimo más ilustrativo, por egoísmo.
La empatía es la capacidad que tienen las personas para comprender los sentimientos y emociones de otra persona. Es el nudo en la garganta cuando vemos el dolor ajeno. Son las ganas de llorar sin razón propia. El cubrebocas, efectivamente, estorba. Sofoca, irrita, deja marcas. Algunos sienten que cubre sus gestos, dificulta hablar, empaña los lentes y mil razones más. Pero ninguna de ellas será más dramática que un paciente hospitalizado, entubado y dependiendo de una máquina para respirar. O el drama mayor, la muerte inoportuna.
Una discusión adicional es la efectividad de la medida. Sirve mucho, poco o nada para evitar los contagios? A mi teléfono han llegado decenas de artículos, infografías y hasta memes que explican la función del cubrebocas, casi todas convincentes. Pero aún el sentido común más silvestre nos revela que cualquier objeto obstaculiza y limita la expansión del virus.
Un tercer conflicto es la medida como una restricción; la imposición de una orden. Cuando se decreta una prohibición, brotan reacciones muy diversas para defender el sentimiento de libertad. Imponer un cubrebocas a México es casi una afrenta. La empatía debe llegar de un pueblo noble a favor de sus adultos mayores, las personas más frágiles en la pandemia; hacia los médicos que, como soldados en la guerra, arriesgan su propia vida; empatía hacia la gente pobre sale de casa para sobrevivir. Portar un cubrebocas podría ser el símbolo de la empatía y una señal muy generosa de respeto.