Los números que resultan de la elección revelan las profundidades del proceso y es la materia de estudio de especialistas que deben, a partir de esos datos, preparar el terreno para la siguiente contienda. Al menos, los partidos políticos profesionales debieran hacerlo porque desde ahí se conocen las fallas, confianzas, simulaciones y desde luego, los éxitos. Las cifras entran a los microscopios de los especialistas electorales. Cruzan la información con las bitácoras de campaña, con el registro de programas, con la inversión en propaganda y todos los elementos objetivos que explican el resultado. El carisma del candidato, el humor o ambiente del momento, los episodios disruptivos o los fenómenos extraordinarios son percepciones subjetivas que posiblemente impacten en los resultados pero sin posibilidades de ser medidos. Pero los números no mienten: queda evidencia en que casillas o regiones hubo reacciones positivas o negativas; en donde el adversario cayó o subió.
Para los equipos de campaña es oro molido saber qué se hizo bien en qué lugar y en donde hubo deficiencias o errores. Se pueden conocer tendencias que deban revertirse o fortalezas que conservarse. Se pueden identificar territorios perdidos en donde deba iniciarse de cero y también es posible identificar, desde la geografía política que grupos mantienen fidelidad o efectividad en determinadas zonas. La victoria es única pero también es muy común que esconda la realidad. Cada vez los resultados suceden por márgenes más cerrados y es tan dañino el olvido del ganador como del otro partido que abandone quizá el 49 por ciento de apoyo que obtuvo. Estudiar las cifras a detalle genera el material para hacer política en otros momentos, fuera del fragor de las campañas. _
Tomás Cano Montúfar