Política

Nada

  • Me hierve el buche
  • Nada
  • Teresa Vilis

Hoy quise escribir sobre nada. Solo eso. Un minuto sin exigencias. Pero la nada siempre trae compañía. Me siento y el día ya presenta su pequeño desastre: la lavadora decide que no va a servir más y se queda con el agua detenida. Parece un reproche. La necesito con urgencia, pero la máquina está en huelga silenciosa.

Desde ayer bajó la temperatura. El frío me cae encima y no me hace mucho bien. No lo sé habitar, me vuelve más lenta, más frágil. Me congela las ideas. Todo mal. Quise quedarme en la nada, pero hasta el clima me contradice.

Intento volver a la quietud, pero mi mamá llama. Su voz se quiebra porque el medicamento que le recetaron le da miedo. Trato de acompañarla, de decir lo correcto, de ser un refugio… y aun así siento que quedo mal. Como si no supiera construir la frase exacta que sostenga el mundo del otro sin que se me caiga el mío.

Cascarita viene entonces y apoya su cabeza en mi pierna, con esa certeza animal que no requiere explicación. Kubrick, en cambio, irrumpe como un imán descontrolado, ladrando al vacío y reclamando mi presencia. Él no permite que yo me diluya. Su amor me jala al ahora aunque yo quisiera permanecer un instante más suspendida fuera del tiempo.

Me digo que hoy quiero pensar en nada, pero ahí está el viernes. Ese viaje que acepté sin medir las consecuencias, esa maleta que ya pesa aunque esté vacía. El cuerpo sabe antes que la mente lo que una ya no tiene ganas de enfrentar.

Tomo mis pastillas y siento que no hacen efecto. Me sigue doliendo la espalda. Mi pensamiento se volvió una piedra húmeda. La nada duele también cuando el cuerpo se rebela.

Para no variar, la casa coopera con el caos. Las cosas que no sirven se acumulan como si hubieran pactado rendirse al mismo tiempo. La luz del cuarto donde está la lavadora tampoco funciona. Camino en esa penumbra torpe y siento que el espacio respira su propio agotamiento.

Mientras intento no pensar, Laura me escribe desde Argentina. Me cuenta otra de esas historias que molestan aunque ya no sorprendan: quiere promocionar un libro de su editorial y la prensa le pide que entregue un texto ya moldeado, digerido, listo para publicarse. Los que trabajan en los medios ya no quieren hacer nada. Otra grieta más. Otra prueba de que ese oficio que amo se va llenando de sombras y facilismos. Y cuesta tanto seguir creyendo en el periodismo que alguna vez imaginamos como un faro en lugar de un filtro automático.

Quisiera hablar de nada, pero la nada está llena. Llena de interrupciones diminutas que le hacen hoyos a la calma. Me siento y busco ese punto microscópico donde solo respiro, donde no soy hija, ni adulta cansada, ni periodista que se aferra a una brújula desgastada. Ese lugar donde solo existo. Lo encuentro un segundo. Apenas uno. Y se rompe.

La vida regresa. El frío insiste. La lavadora espera. El cuarto sigue oscuro. La espalda late. El viaje se acerca. Y la nada, que prometía resguardo, se evapora como un suspiro mal hecho.

Me queda ese ardor dulce e incómodo que me acompaña cada vez que intento retirarme del mundo y el mundo me persigue igual. Y sí, me hierve el buche.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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