Parte del origen de lo que se está convirtiendo en la tercera guerra de Gaza puede no tener que ver con Gaza. Desde que terminó la segunda, el 26 de agosto de 2014, el panorama palestino es de un denso estancamiento y nada o poco ha cambiado: el reto que Hamás presenta contra Israel y la incapacidad del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbás, de controlar a esa organización son iguales.
Las que son diferentes -o eran diferentes- son las prioridades internas de Israel y las alineaciones de fuerzas políticas que generaban. La situación del primer ministro Binyamin Netanyahu se deterioró mucho a nivel político, personal y judicial, así como la postura de los aliados que tenía en aquel momento y que ahora se han (habían) convertido en sus rivales. Uno de los primeros resultados de esta escalada bélica es detener esa evolución y aparentemente empujarla de regreso a los escenarios de hace siete años, para beneficio de Netanyahu. Aquí puede hallarse una clave oculta del estallamiento de este nuevo conflicto.
LA SEGURIDAD PASÓ A SEGUNDO PLANO
El Estado de Israel continúa atrapado en la crisis política interna más larga de su historia. El primer ministro debe ser electo por al menos 61 de los 120 miembros de la knesset o parlamento, pero en sólo dos años, celebró cuatro elecciones legislativas (en abril y septiembre de 2019, marzo de 2020 y marzo de 2021) sin que un candidato haya conseguido construir o sostener una mayoría favorable. A lo largo de todo este tiempo, Netanyahu ha logrado sostenerse como primer ministro en funciones, a falta de sustituto.
Lo necesita. La policía lo investiga oficialmente por corrupción desde 2016 y en noviembre de 2019 la Fiscalía General lo vinculó a proceso por abuso de confianza, soborno y fraude. No sería el único alto dirigente israelí que fuera a la cárcel: su antecesor Ehud Olmert fue sentenciado a 6 años de prisión en 2014, por soborno; y el expresidente Moshe Katzav fue condenado a 7 años de encierro en 2011, por violación. Lo único que mantiene a Netanyahu fuera del alcance de la ley es el fuero judicial que le concede el cargo al que se aferra.
En ese puesto de 1996 a 1999, y de nuevo desde 2009, esos casi 15 años convierten con distancia a Netanyahu en el primer ministro que más tiempo ha dirigido Israel, más de la quinta parte de la historia del país lleva su nombre. Y podría haber tenido una gestión más cómoda si no hubiera cambiado el ánimo de la ciudadanía y de la política.
En un territorio pequeño y rodeado de enemigos, la seguridad nacional ha sido la prioridad indisputada de Israel. Absolutamente todos los recursos deben estar siempre disponibles para garantizarla, y esto incluye a la juventud: un servicio militar durísimo, de tiempo completo, absorbe los cuerpos, las mentes y los espíritus de los hombres durante tres años y de las mujeres por dos años, a partir de los 18. Es una etapa clave para la formación intelectual y emocional: por décadas, los militares israelíes han modelado a la sociedad a partir de sus muchachas y muchachos.
No sorprende, entonces, que desde el primer mandato de Netanyahu en 1996, la política israelí se haya desplazado más y más a la derecha, hasta el punto de que la competencia real sólo se da entre líderes que en otras condiciones serían considerados extremistas.
Pero después de la segunda guerra de Gaza, la percepción sobre la seguridad nacional cambió. Siria estaba en una terrible guerra civil, arrastrando a Líbano; Jordania y Egipto tenían regímenes favorables y controlados por Washington; y los palestinos… bueno, los palestinos. El presidente Abbás debió ir a elecciones en 2005 pero se negó a celebrarlas, su legitimidad estaba hecha trizas y sus cuerpos de seguridad, puestos al servicio de las necesidades israelíes; y frente a Gaza, el poderoso sistema de misiles Cúpula de Hierro parecía capaz de destruir en vuelo cualquier cohete de Hamás, de tan mala factura que entre la cuarta y la tercera parte caen dentro de Gaza misma.
CRISIS POLÍTICA, PROVOCACIONES Y REPRESALIAS
En Israel en general y en algunos sectores de la derecha, las prioridades cambiaron. Una parte de la sociedad ha elevado la voz contra dos partidos religiosos que son pequeños pero necesarios para construir mayorías, y que han logrado intercambiar su apoyo por sucesivas concesiones que permiten que buena parte de la comunidad ultraortodoxa viva sin trabajar, con base en becas para estudiar los textos sagrados que sangran el presupuesto público, y que tenga privilegios como no hacer el servicio militar. Además, otro líderes aliados de Netanyahu, entre los que destaca Naftali Bennett, comprendieron que sus aspiraciones de reemplazar a su socio nunca se materializarán sin apostar en su contra.
Bennett y otras figuras provocaron la fractura de la derecha: abandonaron el gobierno cuestionando los favores a los ultraortodoxos, precipitaron las elecciones de abril de 2019 y abrieron una crisis política mucho más larga de lo que impaginaron. El general en retiro Benny Gantz intentó y fracasó en liderar a la oposición hasta el poder. Tras cuatro elecciones en las que los temas internos han dejado el conflicto con los palestinos en un lejano segundo plano, el impasse persiste y, antes de la escalada en Gaza, se preveía un quinto proceso comicial para el otoño.
Pero la situación cambió inesperadamente.
En la versión israelí, la escalada bélica empezó porque alborotadores palestinos tomaron como pretexto la colocación de una cerca en Jerusalén para confrontarse con la policía, lo que Hamás aprovechó para lanzar cohetes contra ciudades israelíes y forzó al ejército a responder.
En realidad, hay causas más complejas, entre las que destacan tres eventos recientes: el 22 de abril, durante las celebraciones del mes sagrado musulmán de Ramadán, cientos de judíos extremistas entraron en las zonas palestinas de Jerusalén cantando “muerte a los árabes”, atacaron a los paseantes y quemaron comercios hasta que fueron enfrentados por jóvenes palestinos e intervino la policía antimotines; la Corte Suprema de Israel está a punto de ordenar la expulsión de seis familias palestinas de sus casas del barrio de Sheikh Jarrah para entregarlas a grupos de activistas judíos; y el 10 de mayo, extremistas judíos planeaban conmemorar el Día de Jerusalén (que conmemora la toma de la ciudad en la guerra de 1967) marchando a través de zonas palestinas para echarles en cara su derrota.
Este último evento fue cancelado por las autoridades (aunque muchos desoyeron la orden) porque, desde Gaza, Hamás lanzó cohetes contra Jerusalén “en apoyo”, dijo la organización, de sus hermanos palestinos, lo que provocó que sonaran las alarmas… y represalias de la fuerza aérea y la artillería israelíes, que fueron contestadas con más cohetes de Hamás, que fueron seguidas por más bombardeos israelíes… así.
RIVALES VENCIDOS… Y COOPTADOS
Tras las cuartas elecciones de marzo, Netanyahu fracasó en el intento de formar una mayoría de gobierno y el turno pasó a su rival Yair Lapid, a quien se le daban pocas probabilidades de éxito y por eso se preveían unas quintas elecciones. Pero Lapid podría haber dado una sorpresa todavía… hasta que, el 13 de mayo, Benny Gantz, el líder del partido Azul y Blanco que iba a apoyarlo, declaró que “nuestras divisiones son lo que nos amenaza, son tan peligrosas como los misiles de Hamás”, y anunció que ahora respaldaría a Netanyahu. El mismo día, el por dos años irreductible Naftali Bennett hizo lo mismo: “hemos borrado de la agenda el cambio de gobierno”, sostuvo al pedir un gobierno de unidad nacional encabezado por Netanyahu.
Tanto Gantz como Bennett coincidieron en citar un elemento nuevo como base de sus urgentes decisiones: los motines en urbes como Acre y Lyd (árabe, Lod en hebreo), en los que grupos de personas con ciudadanía israelí y origen palestino se han enfrentado contra extremistas judíos. "No debemos ganar la guerra en Gaza y perderla en casa", dijo Gantz.
Parece un reto especialmente alarmante, extraordinario, pues algo así no se había visto desde 1948. Era exclusivo de los territorios ocupados, ajeno a Israel. Y todavía falta por averiguar exactamente qué fue lo que lo provocó, más allá de lo aparente.
Así, la seguridad nacional vuelve a ser prioridad indisputada. De lo que, mientras se elevan las víctimas del conflicto, con al menos 122 palestinos y siete israelíes muertos, ya se ve un beneficiario inmediato: Binyamin Netanyahu. Al grado de que se dio el placer de que sean nada menos que Naftali Bennett y Benny Gantz, quienes lo tuvieron en jaque ininterrumpido durante dos años y cuatro veces estuvieron a punto de destronarlo (y enviarlo a la cárcel), los que proponen que sea primer ministro por varios años más.